Omar García Harfuch ha tenido un paso por el hospital, suigéneris, por decir lo menos, tras el atentado que sufrió el viernes pasado donde tres decenas de mercenarios quisieron matarlo. Primero, antes de entrar al quirófano para que lo intervinieran, acusó al Cártel Jalisco Nueva Generación, en su cuenta de Twitter, de estar detrás del ataque. Luego, en su convalecencia, se tomó fotografías con la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y con el jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto. En el primer caso, el mensaje que queda es de fortaleza institucional. En el segundo, miedo.
La fotografía donde aparece en el cuarto de hospital con Nieto, fue subida el lunes a Twitter por el mismo funcionario federal. La fotografía es interesante porque de acuerdo con la Central Nacional de Inteligencia, figuran en la tercia de funcionarios que el CJNG había pensado asesinar. Pero la relevancia, por el mensaje que proyecta, es el descuido frívolo de la composición de la imagen, al mostrar un chaleco antibalas y un rifle de asalto Galil, de manufactura israelí, una arma que utilizan ejércitos y policías en 25 países, que dispara de 600 a 800 tiros por minuto, con un alcance efectivo de 300 a 500 metros.
La fotografía no habla del secretario de Protección Ciudadana de la Ciudad de México, como alguien valiente y arrojado, sino de quien no confía en nadie y tiene el temor de que los criminales que ordenaron su muerte, quieran rematarlo en el hospital. García Harfuch se está recuperando de disparos en el brazo y la clavícula derecha, por lo cual, al ser diestro, no puede utilizarla para defenderse. Pero al ser el Galil una arma ligera –pesa 2.8 kilos–, podría utilizarla con su brazo izquierdo, gracias al entrenamiento militar recibido en el extranjero.
La pregunta que subyace, sin embargo, es por qué tener una arma tan poderosa en su cuarto de hospital. ¿No basta la vigilancia en las puertas de su habitación? ¿Es insuficiente la seguridad perimetral en el hospital? García Harfuch refleja temor e incertidumbre. Tiene razón. La respuesta del gobierno federal tras su atentado es nula. El Presidente dijo que no combatirán al narco, pidiéndoles que se porten bien. Las dudas del secretario tienen fundamento.
Si las fotografías de Sheinbaum cumplieron el propósito propagandístico de enviar el mensaje al público de que estaba bien, en términos de seguridad hay una irresponsabilidad al regalar información a quien desea matarlo, al mostrar el cuarto del hospital. En operaciones militares y policiales, criminales y terroristas, los planos de donde se va a realizar un ataque son fundamentales en su planeación. Sheinbaum le regaló a todos una imagen que, en el contexto del atentado, debería haberse ocultado hasta que saliera del hospital.
Sheinbaum actuó como ciudadana, no como funcionaria, y sin entender que hay momentos en donde la información tiene que mantenerse reservada. No entiende temas de seguridad, evidentemente, como lo volvió a demostrar este martes, al declarar que García Harfuch estaría dos o tres días más en el hospital. Es decir, ya mostró lo que tiene la habitación del hospital, y además trazó el universo de tiempo. Si alguien quiere rematarlo, cuenta con la información de las horas que le quedan para intentarlo y el espacio con el cual se toparían. La fotografía que hizo pública Nieto añade también la capacidad de fuego que tiene el secretario en su habitación, y su capacidad física disminuida. Todo esto se contabiliza, en un eventual segundo atentado, en minutos y segundos de ejecución.
García Harfuch no parece estar pensando que si alguien quiere ir a rematarlo, pueda llegar a cruzar la puerta de su cuarto en el hospital, por el rifle de asalto que tiene en la habitación, un arma que utilizan escuadrones de infantería, y que no sería funcional en un tiroteo dentro de la habitación. Al no verse –lo que no significa que no tenga– una pistola junto a él, se puede colegir que su temor se encuentra en el perímetro de seguridad alrededor del hospital, donde tendría la distancia para que el Galil pudiera funcionar a su máxima capacidad.
El atentado que sufrió García Harfuch deja en evidencia que querían asesinarlo. Si fallaron una vez, la probabilidad de que lo vuelvan a intentar es enorme. Inclusive, si llegara a considerar –aunque ya dijo que no lo hará–, dejar el cargo, eso no le salva automáticamente la vida. No le alcanza a él proteger su vida, porque esa posibilidad rebasa sus capacidades, e incluso también al gobierno de la Ciudad de México, que carece de recursos para proveer las mejores condiciones para que no lo maten. La única fuerza que podría cuidarle la vida con posibilidades de éxito es el gobierno federal.
López Obrador podría considerar nombrarlo en un cargo en el extranjero, para alejarlo geográficamente de quienes buscan matarlo. Hacerlo no le compraría la vida, porque los tentáculos del narcotráfico son transfronterizos, como lo sabe Enrique Parejo, quien dos años después de suceder al ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por el Cártel de Medellín, fue enviado como embajador a Hungría en 1986 para protegerlo del narco. Unos seis meses después, los brazos de Pablo Escobar lo alcanzaron en Budapest, en un atentado al salir de su casa, del cual sobrevivió.
La protección del gobierno colombiano a Parejo le permitió que viva hasta hoy en día. Aquella fue una decisión de Estado para un funcionario al que le agradecían su compromiso contra el crimen organizado. A García Harfuch le han dicho lo mismo, aunque son sólo palabras. El fusil en su cuarto de hospital lo proyecta como un funcionario cuya vida está en peligro, en una situación vulnerable y, hasta ahora, abandonado por el gobierno Mexicano.