Desde hace muchos años, Manuel Bartlett tiene profundos diferendos con quien veía primero como sus enemigos y luego como traidores de la patria. Nunca asimiló que Carlos Salinas le arrebatara la candidatura presidencial, y vio a dos de sus cercanos, José Córdoba y Luis Téllez, como las primeras cabezas a cortar. "Se dedicaron a vender el país", dijo hace mucho tiempo en una conversación abierta. Y en agosto de 2013, le dijo a Proceso: "Pasaron de ser cómplices en el gobierno para la apertura energética, a socios de las grandes empresas. Hoy pretenden traicionar a la patria abriendo en su totalidad todo el sector (energético) a la iniciativa privada, en especial a las grandes trasnacionales". Un sexenio después, en el magnífico escenario de Palacio Nacional, cerró un primer ciclo.
Bartlett apareció el lunes junto con el presidente Andrés Manuel López Obrador para hacer la denuncia contra quienes, alegaron, contribuyeron a la destrucción de la Comisión Federal de Electricidad que hoy encabeza. El discurso de López Obrador era una calca de lo que siempre sostuvo Bartlett. Las acusaciones, igual. Las insinuaciones, idénticas. Las ideas de Bartlett están bien fijas en la cabeza del presidente. Se podría decir que años de manipulación le dieron resultados tangibles. O casi. Poco después del evento, Bartlett vio al secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, en su despacho de Palacio Nacional. Le llevó todos los proyectos que presentó en la conferencia mañanera, pero recibió un "no hay dinero" como respuesta. Pues pida prestado, insistió. Imposible. Se va a acabar la luz, replicó. Es su problema, respondió Urzúa, porque el mío es que México no se endeude. Ahí comenzó el segundo ciclo, el de la realidad.
Bartlett debió haber visto los síntomas de lo que le sucede a la CFE, como una de las muchas dependencias que no tienen dinero para hacer todo lo que quiere y planea el presidente López Obrador, por lo menos bajo el esquema ideológico del director de la paraestatal. En algún lugar del siglo pasado se quedó anclado su pensamiento, pues durante la conferencia de prensa, en la explicación del porqué querían relanzar la CFE y meter controles a lo que se había hecho en el pasado, tocó muy bien la música pero, al no saber la partitura, probablemente no tenía idea de que estaba bien, pero por las razones contrarias.
En toda su exposición habló de conflictos de interés de funcionarios en los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, pero por razones inexplicables dejó fuera de su retórica a funcionarios del gobierno de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, los contratos que dijo revisarían, que es parte toral de su exploración sobre los presuntos malos manejos del pasado, tendría que haberlos referido a los firmados en 2016, 2017 y 2018, después de acordar las dos grandes agencias de estándares contables en Estados Unidos y Europa, una definición común de cuáles debían ser ubicados solamente en el campo financiero y cuáles debían ser incorporados en los balances. Ese nuevo marco de contratos colocó a los conocidos como take or pay, donde el comprador queda obligado a pagar por el producto adquirido, ya sea que lo consuma o no por cualquier razón, como deuda pública.
Bartlett tendría que haber estado enterado de ello, así como también quienes firmaron los contratos de las licitaciones de un gasoducto y las tres primeras subastas eléctricas, que estaban fuera de los estándares internacionales. Tocó el tema de manera incorrecta cuando dijo que IEnova había dejado de entregar energía en 2017, mientras la CFE continuó pagando. La empresa respondió en un comunicado que la razón del corte de suministro fueron sabotajes al gasoducto, por lo cual presentó denuncias ante las autoridades judiciales. En el contexto internacional, la empresa no es responsable de lo que sucedió, sino el gobierno. Si se le inserta en los estándares contables acordados en 2016, ese tipo de contrato debió haber sido incorporado como deuda pública.
Las declaraciones de Bartlett avaladas por el presidente provocaron una caída en la acción de IEnova, que abrió en 75 dólares, se cayó a 70 tras las declaraciones y cerró en 72. Sus afirmaciones ligeras y poco informadas produjeron un descalabro de una empresa mexicana, cuya matriz en Estados Unidos tiene grandes relaciones históricas con la Casa Blanca. Si quiere encontrar responsables, mejor que busque en la CFE durante la administración peñista, en lugar de saldar viejas deudas políticas con sus adversarios, colocando al presidente López Obrador en una situación vulnerable.
El contexto político-ideológico de la presentación de Bartlett es disonante con la realidad del sector eléctrico hoy en día. Urzúa le dio el primer manotazo para regresarlo a la realidad. Ya lo debería haber entendido. La Secretaría de Hacienda no consideró a la CFE dentro del Presupuesto de Egresos de la Federación y no le va a dar dinero. Bartlett podrá revolcarse en la ira y cabildear con el presidente para que le den dinero. El director de la empresa haría bien en revisar el artículo 20 transitorio de la Reforma Económica, que establece que las empresas productivas del Estado son autónomas a lo que decida su consejo de administración, salvo en materia de endeudamiento, donde Hacienda tiene todas las atribuciones y responsabilidades.
Urzúa es el dique de Bartlett y sus sueños monopólicos a partir de deuda pública. Pero ante todo, el director de la CFE debe entender que el sector no es lo que conoció en los 80, que el mundo ya cambió y que por el camino que va, en efecto, se va a quedar el país sin luz.