Si el proceso de selección del candidato presidencial de Morena concluye con relativa armonía y sin rupturas, Andrés Manuel López Obrador se habrá anotado un triunfo más. No, así, el movimiento que –a casi diez años de haberse registrado como partido– no acaba de resolver qué hará cuando su líder desvanezca y cuándo dejará de tener por aliados a agrupaciones o personalidades impresentables.
Obviamente, es anticlimático abordar ese tema cuando el movimiento está de fiesta. El líder, la dirección, los aspirantes presidenciales, los cuadros y la militancia del movimiento celebran las reglas y las encuestas con que determinarán de quién es la candidatura presidencial. Empero, hay una realidad innegable: el liderazgo que hoy da rumbo y cohesión al movimiento ha entrado, conforme al calendario sexenal, en fase menguante, así dé muestras de infatigable tesón.
Bajo la guía del tabasqueño, el movimiento ha adquirido brío y enorme poder, pero no ha resuelto cuestiones fundamentales de su vida interna que, al garete, se traducirán –como ha ocurrido– en conflicto. Tiene fuerza, pero no organización e institucionalidad para hacer política hacia adentro y hacia afuera. Pese a la fiesta, Morena debería reparar en que el ocaso del sexenio y el inicio de la campaña presidencial marcan una nueva etapa, en la cual tendrá que valerse por sí mismo.
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Hay voces que proponen solicitar al tabasqueño no pasar a retiro al concluir su mandato presidencial y mantenerse cerca del movimiento. Entre ellas, destaca la de Citlalli Hernández, secretaria general de Morena. Lo dicho por ella, el 22 de abril del 2022, en el cierre de Entredichos (https://bit.ly/43ZIYGS) es elocuente:
“Como yo, muchas personas confiamos en Andrés Manuel López Obrador. Algunos estamos pensando que después del 2024, la ausencia de su liderazgo va a traer grandes retos dentro del movimiento. Pero, a mí me parece, que toca exigirle que concrete –y, yo creo que no hay duda en eso, porque es un hombre aferrado en cumplir su palabra–, que concrete lo que prometió en términos de cimentar un proyecto de Nación. Y que también, pues, siga acompañando a este movimiento. Yo esperaría que no se fuera a su rancho, después del 24.”
Fincar en el liderazgo de López Obrador la continuación de la autollamada Cuarta Transformación y la cohesión del movimiento no resuelve el problema de fondo.
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Varias razones advierten al movimiento la necesidad atender cuanto antes los términos de su vida interna.
El propio Andrés Manuel López Obrador ha reiterado su intención de apartarse de la política activa al terminar su sexenio y, aun cuando podría retractarse, su estado de salud –dicho con respeto y estima– ha sido motivo de preocupación tanto de él como de familiares, amigos y seguidores. Quizá, ahí se explica el testamento político, la precipitación del juego sucesorio, el aseguramiento de los pilares del proyecto, el afán por conjurar rupturas en el último tramo del concurso por la candidatura presidencial y el llamado a definir qué colaboradores lo acompañarán hasta el cierre del gobierno y quiénes buscarán alguna de las posiciones en juego el año entrante.
Otra razón. Si el movimiento hace suya la próxima presidencia de la República, muy difícil le resultará a quien la ocupe sentir en el cuello la respiración de su antecesor. Por disciplina y prudencia no se habla de eso, pero si finalmente lo sucede uno de los suyos, ese hombre o mujer intentará trabajar bajo la luz propia y no bajo la sombra del líder.
Por lo demás, si –conforme a lo establecido– la o el triunfador deberá integrar a las coordinaciones parlamentarias del Congreso, así como a su gabinete a quienes compitieron por el puesto presidencial se reducirá aún más su margen de maniobra. Cohabitar con el líder y los excompetidores no será sencillo, esto sin mencionar los retenes y los candados con que se han asegurado políticas, programas y obras emprendidas en este sexenio.
Por eso, aun con el reto electoral enfrente, el movimiento debería comenzar a explorar rutas y mecanismos para valerse por sí mismo. No hacerlo, puede llevar a Morena a una crisis antes de lo esperado.
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Tras la hazaña de armar, empoderar y convertir un movimiento en fuerza hegemónica, dirigentes, cuadros y militantes de Morena no han regenerado la política.
En tal condición le puede ocurrir lo que a Acción Nacional. Cuando el albiazul accedió al poder se abrió la posibilidad de remontar la subcultura política legada por el tricolor. Pero, ocurrió lo contrario. El panismo no jaló al priismo a una cultura superior, aquel lo arrastró a la suya. Algo similar está sucediendo con Morena. Muchos de los priistas que de última hora se sumaron al movimiento y se dicen totalmente Palacio (Nacional) o de insospechada izquierda han hecho de Morena el nuevo vehículo para hacer lo de siempre. Lo peor, el líder del movimiento y algunos de los cuadros más distinguidos se han puesto en manos de ellos como si no supieran de qué están hechos.
Y de las agrupaciones aliadas, ni hablar. Son franquicias en renta o venta al mejor al postor, partidos que han hecho de la política un negocio o una extorsión. Ello no regenera, degenera la política y asombra que el movimiento habiendo acumulado tal fuerza y poder todavía les dé o les unte la mano.
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Sí, el líder y el movimiento pueden estar de fiesta, pero aun así, deberían revisar en serio qué sigue.
En breve
Inconcebible. El desprestigio de la pasante disfrazada de ministra ya arrastró al Ejecutivo que la propuso, al Legislativo que aprobó la propuesta, a la Corte donde labora, a la Universidad Nacional y, ahora, al Tribuna local… y ella ahí sigue.