Pese a su eficacia, la narrativa de Morena no da para ocultar un pragmatismo que rebasa la realpolitik y resbala en el cinismo.
En búsqueda del poder, esa práctica se justificaba como un recurso del cual, ni modo, era preciso valerse. Ahora, sin embargo, en el afán de conservar el poder, se emplea sin el menor pudor. La lucha por la candidatura presidencial la reanima, a costa de sepultar la intención de marcar diferencia y distinción ante el resto de los demás partidos y políticos.
Puede argüirse que, apenas se asegure la candidatura y eventualmente la presidencia de la República, se corregirá tal desvío o vicio. Pero lo sucedido durante el actual sexenio, no acredita esa posibilidad.
...
El vocablo “regeneración” en el nombre original de Morena sustantivaba el sentido del movimiento. Hoy, en la práctica política, ese concepto es un principio archivado o, peor aún, desechado. No se honra la idea de regenerar la política, se degenera. Quizá, por eso se decidió hacer del acrónimo del Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, el nombre oficial del partido. Reducirlo, en el doble sentido de la expresión. Ahí está el artículo primero de los estatutos.
Como si la experiencia y la fuerza acumulada en el poder durante los últimos años no obligara a Morena a restaurar la decencia política, el movimiento y algunos de sus miembros distinguidos se apoyan en operadores, gobernadores y aliados impresentables. El movimiento no impulsa una nueva cultura política, aplica la vieja. No la transforma, la deforma y la consagra, bajo una conocida y socorrida paremia: el fin justifica los medios.
El alma de esos impresentables ha de vibrar al ser reivindicados en su más honda esencia: la de mercenario, traficante, franquiciatario, mercader o advenedizo de la política, sin excluir a quienes de la ignorancia o el dogma han hecho escudo de tonterías, abusos o trapacerías.
...
Desde la oposición y aun siendo difícil de justificar, ese pragmatismo podía entenderse. Incluso, hubo quienes estoicamente pagaron con la cárcel y la defenestración haberlo ejercido.
En la gana de acceder al poder y desplegar un proyecto, toda causa encuentra motivos o pretextos para echar mano sin escrúpulo de no importa qué medios, apoyos o recursos. Empero, desde el poder y, sobre todo, con el cúmulo de poder conquistado por Morena validarlos y emplearlos como una útil herramienta revela desapego a los principios, desinterés por enriquecer y elevar la cultura política y salir del cinismo, la transa o el arreglo bajo cuerda. Hasta allá no llega la revolución de las conciencias.
La más reciente campaña electoral de Andrés Manuel López Obrador tuvo dos ingredientes relacionados con ese pragmatismo. Por lo bajo, sumó aliados dignos de aprovechar y esconder en el clóset, pero no de subir al templete. Por lo alto, integró a personalidades y cuadros que por prestigio, compromiso, preparación o trayectoria generaban confianza y prometían equilibrio y sensatez en el propósito de llevar a cabo una transformación.
Los primeros ahí siguen, y más de uno han salido del clóset. Los segundos no, varios de ellos dejaron el gobierno o fueron echados de él. De estos últimos, unos pasaron a la oposición o la resistencia; otros, en gesto generoso con el movimiento y el líder, guardaron para sí la razón de su salida. Triste opción la adoptada por el gobierno y su movimiento, so pretexto de radicalizar la postura sin titubeos.
En la actual precampaña presidencial de Morena, los aspirantes sólo han recuperado a los impresentables. Ninguna personalidad de renombre se ha sumado a ellos.
...
Puede argumentarse que un sexenio es apenas un suspiro en la pretensión de transformar un régimen y, ni qué, es menester incurrir en el pragmatismo rayano en el cinismo.
Sí, se puede, pero asombra que tras un lustro de ejercer el poder y expandirlo, el líder, la dirección, los cuadros y algunos aspirantes presidenciales de Morena no se hayan interesado en consolidar el movimiento, formar cuadros y, así, regenerar la política. Claro, remover una cultura y generar otra es de lo más difícil.
Por eso, inquieta ver cómo resurgen personajes y partidos impresentables con título de miembros o aliados de Morena; cómo algunos aspirantes presidenciales los acogen a fin de aprovecharlos; y cómo ambas instancias amparan o solapan a gobernadores propios o ajenos que, a la postre, le darán problemas sobre todo a los morenistas que pretendan sucederlos.
Así, reaparecen personajes como Arturo Escobar, Pedro Haces, Ricardo Peralta o Amador Rodríguez, políticos que –como dice un amigo–, quizá no tengan un futuro, pero sí tienen un pasado. Actores que entienden por transformar, acomodarse. Así recobran presencia partidos, como el Verde, que ha hecho de la política una mercadería. Y gobernadores aliados o propios de Morena que destrozaron la esperanza del cambio: Jaime Bonilla, Cuauhtémoc Blanco, Rutilio Escandón, Ricardo Gallardo, Cuitláhuac García, Layda Sansores… que restan más de lo que suman. Personajes y partidos memorables por muy malas razones. Esto sin hablar de quienes en el primer peldaño del poder se marearon y ahora miran desde arriba a los de abajo.
La vileza le ha ganado espacio a la nobleza política.
...
Dice una lectora amiga que confundir la realpolitik con el cinismo es no entender la política, en particular la lucha por el poder. Quizá. Sin embargo, recurrir sin objeción alguna a una práctica política que hace de la pusilanimidad un recurso, es perder el sentido de lo que una regeneración supone y caer en un juego de complicidades.
En breve
A los impresentables, miembros o aliados de Morena, no se incorporó el nombre de la presunta ministra porque ella se cuece aparte. Y ahí sigue.