La primera impresión es la de una intensa, interesante y rica actividad política; la segunda, la de una floja, aburrida y pobre actividad política.
Entre un extremo y otro rebota la ante-pre-campaña electoral en curso, tal es su característica: las y los aspirantes presidenciales de diestra y siniestra se mueven y mueven sin desplazarse gran cosa. Quizá, en menos de un mes, cuando los dos polos políticos confrontados definan finalmente de quién es la candidatura, cambie el tono y el ritmo. Sí, pero entonces estará por verse qué malabares harán las o los abanderados para llamar la atención ciudadana a lo largo de más de nueve meses. Menudo embarazo político.
Mal no hacen los naranjas en mirar aún bajo presión el desarrollo y el desenlace de los concursos internos.
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Curiosamente, las dos principales aspirantes presidenciales de la competencia donde cada una de ellas participa –la morenista Claudia Sheinbaum y la versátil Xóchitl Gálvez– tienen un denominador común.
Sin quitar la vista del electorado, ambas concentran la atención en el presidente Andrés Manuel López Obrador, fuente del cual emana en buena medida su posibilidad electoral. De ahí, el interés porque el mandatario mantenga su postura ante ellas.
Ninguna deja ver su propia personalidad política –su estilo personal– porque, de momento, el signo de su actuación es, respectivamente, el de la obediencia y la rebeldía ante López Obrador, factor que aún en el declive de poder les resulta fundamental.
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Pese a presentarse como política, académica y científica, características que la diferencian del mandatario, Claudia Sheinbaum no se aleja un milímetro de los postulados de la llamada cuarta transformación, como tampoco de las posturas de su líder ni de las líneas dictadas por él.
Sostiene que lo suyo es la continuidad con sello propio, pero no enseña el sello. Sin gran carisma, administra la ventaja sobre sus rivales y anda con pesados pies de plomo. No arriesga, y es natural. Se limita a dar muestra de disciplina, fuerza y organización, sofocando su propio discurso en la repetición de lugares comunes y echando mano de recursos histriónicos o escenográficos que sencillamente no van con ella. Se entiende, pero no convence su actitud y deja en duda –quizá, por el momento en que se halla su aspiración presidencial– si más adelante mostrará de qué está hecha. Si buscará apartarse sin romper o, incluso, si será capaz de romper para apartarse.
Desde esa perspectiva, es comprensible la desenvoltura y la osadía de Marcelo Ebrard. Tiene más por ganar que perder y, en esa condición, apuesta. Se la juega a veces con buenos resultados y a veces sin ellos. Marca el ritmo al resto, formula propuestas distintas a la continuidad a ciegas, insta a debatir a los demás, los provoca, pero no logra acortar la distancia ante Claudia Sheinbaum a la velocidad que reclama el calendario.
Los demás concursantes hacen, y lo saben, su propio juego, salvo Adán Augusto López. Sin duda, el tabasqueño es el aspirante más profesional del conjunto. Siempre aspira sin llegar a ser lo que pretende. Empezó diciendo que él no sudaba calenturas ajenas y, por lo visto, terminará sudando sin la febrilidad que reclama ansiar la candidatura presidencial.
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En la contraparte, Xóchitl Gálvez exige respeto al presidente de República, pero casi rogando que no deje de hablar de ella.
Como dicho en ocasión anterior, sin querer o adrede, el mandatario la impulsó y ese motor la proyectó a una palestra política distinta a aquella donde ella misma se ubicaba y se sentía segura: el gobierno de la capital, no de la República. La rebeldía y la valentía mostrada ante el mandatario la han hecho crecer, colocando en un apuro a la burocracia de la alianza de partidos que, de pronto, se vería obligada a amparar, pero no a impulsarla como candidata presidencial. Xóchitl Gálvez pisa un terreno resbaladizo en su posibilidad electoral, aunque calando en el ánimo electoral ciudadano, mientras sus rivales internos se preguntan si pueden disputarle la ventaja conseguida sorpresivamente por ella.
El problema del Frente Amplio por México no es fácil de resolver. El sello de Xóchitl Gálvez es el de la rebeldía –muestra constante ha dado de ello–, y eso los atrae tanto como los atemoriza porque, a saber, si es domesticable. Empero, tienen un problema: nada asegura que los otros aspirantes susciten la simpatía necesaria en el electorado. ¿Qué hacer? Es, de seguro, la duda que los atormenta y, de ser el caso, ¿qué vuelta darle a la tuerca sin barrer la cuerda del tornillo político?
Menudo apuro el de los partidos opositores. Los intelectuales, académicos y activistas, así como el propio mandatario catapultaron a la hidalguense y ellos titubean ante la posibilidad de considerar a Xóchitl Gálvez como su abanderada.
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En todo caso, igualmente curiosa resulta otra singularidad en la ante-pre-campaña.
En la respectiva lucha por la candidatura presidencial no son los planteamientos ni las posturas de los concursantes el foco de atención. Lo son el método y el proceso de selección de uno y otro bando. Si la respectiva estrategia diseñada resistirá hasta final, dejando a salvo la cohesión y la unidad necesarias para sostener el paso y el ritmo que una y otra alianza requiere para, luego del concurso interno, desplegar la precampaña y la campaña presidencial.
Todo esto sin mencionar que aún les falta por resolver las candidaturas a las otras muchas posiciones que estarán en juego en las elecciones del año entrante.
Hoy, por lo pronto, el proceso en curso es de un alto vacío.
En breve
Retomada la actividad. ¿Los ministros de la Corte seguirán trabajando como si nada al lado de la presunta ministra?