Quizá sea algo circunstancial y más adelante un mal recuerdo, pero las dos candidatas presidenciales, siendo adversarias, comparten de momento un denominador común: reconocen el peso y la importancia de los partidos y los actores políticos que las respaldan, pero también el afán de encorsetarlas.
Esa tensión les impide atender el respectivo frente externo. Ir a lubricar el voto duro y, sobre todo, intentar rescatar o conquistar el sufragio de sectores sociales que puede abrir o cerrar la distancia electoral entre ellas.
¡Vaya desafío el de Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum!
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El ingenio, la popularidad y el protagonismo de Xóchitl Gálvez, junto con el impulso dado por el presidente Andrés Manuel López Obrador a su figura, reforzado por intelectuales, académicos y activistas antilopezobradoristas, llevaron a las dirigencias de los partidos del frente opositor a bajar a quienes ellos ya veían en la palestra. La inversión les resulta rentable, así Xóchitl no llegue a ocupar Palacio.
Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano se pusieron la camisa o el chaleco con el respectivo emblema partidista y se colocaron detrás de la senadora, sabedores de una cuestión elemental: llegue o no a la Presidencia, posibilitará a sus partidos reposicionarse en la escena. No por ello, dejaron de meterle cuñas (algunas impresentables) a fin de no verla jugar a su libre albedrío. La apoyan, pero la encorsetan.
A su vez, a la hidalguense no escapa una doble cuestión. El desprestigio de la marca de esos partidos no la ayuda, pero requiere de su estructura, organización, registro e implante para dar la batalla. Sabe eso, como también del reclamo ciudadano de apartarse de ellos. Lío de no fácil solución que la hace rebotar entre la necesidad y el reclamo sin definir, al menos hasta ahora, un entendimiento con los partidos que, como dice ella, la dejen ser.
Esa tensión no ha escalado aún hasta donde puede llegar, pero la indefinición de la relación candidata-partidos ha hecho del proselitismo de Xóchitl Gálvez un ejercicio reactivo, sagaz y ocurrente, fundamentalmente contestatario, pero no sustantivo, eficaz ante los ataques del presidente López Obrador y los acomedidos. Una práctica que, si bien puede acrecentar la simpatía electoral que suscita, deja por interrogante si con eso puede, en verdad, competir por la principal posición de mando político.
Esa indefinición, quizá, explica la carencia de una propuesta alternativa de gobierno. El encargado de elaborarla, José Ángel Gurría, designado justamente por los partidos, ya entregó un documento a la candidata, pero ella naturalmente la quiere revisar y oír qué dice la gente. Una propuesta, por lo demás, que le sobra a los intelectuales, académicos y periodistas mencionados porque, desde su óptica, el punto es echar del poder a Morena, su objetivo es la alternancia, no la alternativa.
Xóchitl Gálvez está obligada a no dejar de moverse, impedir que la encorseten porque el riesgo es provocar la decepción ciudadana y servir de instrumento a intereses distintos al suyo.
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Una situación no muy distinta afronta la abanderada de la alianza encabezada por Morena, Claudia Sheinbaum.
Desde el inicio del juego sucesorio precipitado por Andrés Manuel López Obrador quedó en claro algo: quien hiciera suya la candidatura tendría reducidos márgenes de maniobra. El líder del movimiento nominó a los concursantes, inclinó el terreno de juego, estableció el método de selección, definió el sentido del juego (”continuidad con cambio”) y, al final, fijó las reglas del proceso, dando juego a los derrotados. Por si ello no bastará, llevó a la Constitución, la posibilidad de revocar el mandato a quien lo sucediera y elaboró un testamento aún desconocido, pero –por los indicios– semejante a un tutorial para gobernar bajo los postulados de la cuarta transformación.
Fuera de cálculo quedó la capacidad del presidente del Comité Ejecutivo y del Consejo Nacional de Morena, Mario Delgado y Alfonso Durazo, para administrar debidamente el concurso, cuyo desenlace resultó anticlimático por la tardía y explosiva inconformidad de Marcelo Ebrard, así como por la cara de funeral de Adán Augusto López y angustiada de Ricardo Monreal.
Hoy, Claudia Sheinbaum disfruta y sufre las consecuencias. A costa de su personalidad, inteligencia y popularidad políticas, mostró proverbial disciplina para apegarse a las reglas escritas y no escritas del juego y hacer suya la candidatura, pero los términos y condiciones de su victoria, por lo pronto la encorsetan. Anuncia un “sello propio”, pero no puede estamparlo. Ni siquiera ha podido salir de la política de salón para celebrar su triunfo en la plaza pública. Cuida la cicatrización de las heridas en aras de la unidad, sin poder llevar a cabo la cirugía mayor que reclama la campaña.
El lema “unidad y movilización” es revelador. Coloca el centro de la atención política dentro, no fuera de Morena, siendo que la campaña por la presidencia de la República dejó de ser un día de campo. Así, quienes la abrazan hasta el sofoco y por lo alto o lo bajo le reclaman cargo, espacio y función, le regalan ventajas a su adversaria Xóchitl Gálvez que, junto con el hostigamiento de la cual es sujeta –¿es línea o falta de línea?–, la fortalecen.
Quizá, más adelante, cuando Claudia Sheinbaum se asiente en su nuevo rol y ase en serio el bastón de mando, desaparezcan los fantasmas que hoy la acechan y encorsetan.
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Es paradójico, en un régimen presidencialista incapaz de acotar las metafacultades del mandatario, partidos y actores quieren encorsetar a quienes podrían encabezarlo.
En breve
¡Ah, qué presunta ministra! Una jueza la dejó en el desamparo. ¿Tendrá una tesis o, al menos, una hipótesis al respecto?