Sobreaviso

Los poderosos y los olvidados

Qué espectacular la lucha por el poder. Ahí se mide la destreza para retenerlo o recuperarlo. Lástima que tenga por telón de fondo a las víctimas, los desaparecidos y los migrantes.

La lucha por conservar o conquistar el poder es fascinante.

Pone en juego la organización, la inteligencia y la fuerza de los aparatos que respaldan a los y las protagonistas de la contienda, quienes a su vez exhiben la talla de su genio e ingenio, así como su capacidad, habilidad y velocidad para reaccionar a los embates del contrario y lanzar los propios. Enseñan, a querer o no, la hilatura de sus nervios, su temple, como también la firmeza o flacidez de sus convicciones y principios.

Oficialmente la campaña por el poder presidencial durante el próximo sexenio no ha empezado, pero realmente no concluyó cuando Andrés Manuel López Obrador se hizo de él. Los contrarios reconocieron el resultado electoral, pero resistieron la consecuencia política y, en tal virtud, aquel hizo sentir el peso de su mando con astucia no siempre exenta de torpeza, cuando no de venganza.

Así, desde hace casi cinco años, los poderosos de un bando o del otro viven en tensión, ensayando o defendiendo definiciones sin efecto, intentando arrastrar a su postura a la nación y asomándose imprudentemente por momentos al abismo del desencuentro o la ruptura. Reacios a encontrar fórmulas de convivencia y entendimiento no significadas en el inmovilismo conformista, el radicalismo sin garantía o el gradualismo a paso lento que, justo por su ritmo, anula la voluntad y la necesidad de cambio. Se disputan el rumbo de la nación, sin plantearse la posibilidad de integrarla de conjunto en un proyecto acordado y compartido de larga duración. Los cautiva la fuerza, no la inteligencia. Se dicen políticos, pero abominan la política.

El espectáculo de quienes ejercen el poder o lo pretenden conservar o conquistar es soberbio, interesante e, incluso, chistoso. Pero lo delicado de ese juego es que descuida o desvanece capítulos fundamentales que, al margen del turno en el poder y por conmiseración, reclaman atención y acción continua a partir de un mínimo acuerdo de las fuerzas políticas para darle perspectiva al país y sacarlo de la senda o el calvario por donde transita o la fosa donde yace.

Esta semana, las desgarradoras escenas de los migrantes nacionales o extranjeros, en busca de refugio ante la calamidad que los echó de su tierra; el reclamo del paradero de los desaparecidos de ayer y de hoy que del civismo ejercicio de cinismo; así como las crónicas de terror impuestas por el crimen y la impunidad obligan a reconocer que el telón de fondo del torneo por el poder es un fresco de dolor y luto que más vale no perder de vista por las luces del concurso.

Esos capítulos desatendidos constituyen el fracaso del conjunto de la clase política, el condominio de su mezquindad y falta de humanidad.

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Los migrantes apeñuscados en el techo de los vagones o al interior de las góndolas de un ferrocarril; agolpados en las dependencias oficiales por el ansia de documentar su existencia y paso; hacinados hasta la asfixia dentro de un tráiler; extorsionados por criminales y autoridades; desguanzados en plazas o camellones; apresados en cárceles improvisadas del Instituto Nacional de Migración; metidos en el río con el agua hasta la cintura –por no decir, el cuello–; buscando salvar el filo de las navajas de la concertina… los migrantes no existen en el discurso de quienes ejercen o buscan el poder.

Cierto migrar es un fenómeno ancestral, agravado ahora por la pandemia, el clima, la violencia criminal, el desempleo, la pobreza y el autoritarismo que demanda una acción multilateral, cierto, pero ello no impide darles un mejor trato aquí. Humano, conforme al discurso en boga. Dejar de verlos como parias en tránsito; y como héroes anónimos en el destino, si mandan remesas. Dejar de usarlos como carne de negociación diplomática con el vecino.

En vez de darles una mención en El Grito, mejor sería brindarles atención en el camino.

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Y qué decir de los desaparecidos.

Los miles de ausentes de ayer y hoy, cuya estadística tanto irrita al poder que está resuelto no a encontrarlos, sino a modificar la metodología de su conteo para reducir la cifra. Allá ellos, si no aparecen. Los ausentes, cuyos familiares ahora son invitados al templete desde donde se busca el poder a fin de hacer eco a la próxima promesa relacionada con el paradero de su ser querido, sino es que a oír el canto del cisne. No tienen límite los poderosos.

Nada de convocar por un acuerdo unánime a una jornada nacional de búsqueda de los desaparecidos y de condena a quienes toman vidas para acabar con ellas o enrolarlas en los más infames negocios del crimen.

Desde la óptica del poder, si las desapariciones persisten será menester pensar qué hacer con ellas en el padrón electoral.

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Y de las andanzas y la versatilidad del crimen organizado mejor ni hablar.

En esa materia, la alternancia en el poder ha sido abono para el crecimiento de esa industria que, desde hace décadas, tiene a la ciudadanía contra la pared. De la política de ensayo y error en el campo de la seguridad pública, a lo largo del siglo el error ha sido la constante en los gobiernos y ni, aun así, han resuelto sentarse a la mesa y acordar cómo poner a salvo y reivindicar al electorado por el que tanto suspiran. Han hecho del crimen el incómodo compañero de viaje en su aventura por el poder.

El poder no se comparte, dicen los políticos. Sin embargo, ahora tendrían que añadir: …pero con el crimen el criterio ya es otro.

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En el brillo de los ojos de los olvidados se refleja la ignominia de los poderosos. Qué dicen los poderosos a los olvidados. ¿Les pedirán su voto o sólo hacer el menor ruido posible durante la lucha por el poder?

En breve

La presunta ministra debería tomar nota (sin copiar) de la forma en que Xóchitl Gálvez encaró el problemita que comparten.

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