Si Claudia Sheinbaum tiene la ventaja electoral presumida por las encuestas, mal no haría en instar a los distintos polos de poder del movimiento que encabeza y abandera a actuar con la mayor pulcritud posible a fin de revestir de legitimidad los próximos comicios. No se ve una actuación articulada ni coordinada entre gobierno, parlamento, partido y comité de precampaña… y eso no abona en su favor.
No se trata de formular un inimaginable deslinde de la precandidata ante las acciones llevadas a cabo por esas instancias de Morena que le complican el cuadro o reducen su margen de maniobra. Sí, de evitar la generación de un sentimiento de desconfianza en los votantes de cara al proceso en curso, donde supuestamente Sheinbaum lleva las de ganar.
Habiendo cuestiones de muy difícil solución como la de la inseguridad o eventos imposibles de prever y controlar –ahí están los sacudimientos sísmicos de esta semana en la capital de la República y Chiapas–, suena absurdo provocar o avivar otros problemas.
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Si, en verdad, el presidente López Obrador desea con toda el alma la continuidad con cambio; no cree en los jefes máximos, los hombres fuertes ni los caciques; y no es objetivo con Claudia Sheinbaum porque es “una mujer honesta, trabajadora, preparada” y siente orgullo por ella, es muy difícil comprender los lances y las acciones emprendidas por el mandatario durante esta semana.
El lunes, cuando la conversación pública se centraba en la fiera reacción provocada por el hartazgo de los pobladores de la comunidad mexiquense de Tezcapilla ante el imperio criminal en su comunidad, quizá, a fin de cambiar el foco de la atención, el mandatario anunció la intención no de reformar, sino de desaparecer a cuatro organismos autónomos porque, a su parecer, “no sirven para nada”. Como quien no quiere la cosa, el Ejecutivo dijo que enviaría una iniciativa legislativa para eliminarlos. “Si no la aprueban –dijo–, lo que quiero es que quede constancia de que eso está mal y no quiero ser cómplice.”
Sin desconocer que, en años recientes, varios comisionados de esos órganos en vez de honrarlos los han desprestigiado y que, ciertamente, aquellos reclaman una reforma estructural, qué sentido tiene lanzar la idea de desaparecerlos a sabiendas de la imposibilidad de hacerlo. Aun siendo una simple bravata para distraer la atención, no ayuda a la precampaña de quien eventualmente podrá reemplazarlo.
Un lance presidencial al cual se agrega otro. El envío, en febrero, de una batería de proyectos de reformas constitucionales para asegurar la adscripción de la Guardia Nacional a la Defensa, modificar al Poder Judicial y el sistema electoral que, incluye, el elegir mediante voto popular a ministros, magistrados, jueces y hasta los consejeros del Instituto Nacional Electoral.
¿Qué pretende el mandatario? ¿Fijar los ejes de la campaña presidencial, tomar de piñata al Poder Judicial y de colación a los órganos autónomos? ¿Entreverar el próximo periodo legislativo con el arranque formal de la campaña y establecer las banderas a agitar en ambos campos?
Eso no impulsa, frena las posibilidades de quien encabeza y abandera a Morena, la precandidata Claudia Sheinbaum.
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Ese mismo lunes, la rebelión sin causa, pero con manchas de la y los magistrados electorales Mónica Soto, Felipe de la Mata y Felipe Fuentes contra el presidente del tribunal, Reyes Rodríguez, fue más lejos.
El trío ya no desayunó alegremente en un restorán. No, devoró al magistrado Rodríguez: lo orilló a anunciar (sin presentar) su renuncia a finales de año. Grave la crisis en el órgano obligado a dar certidumbre jurídica al concurso electoral, ésta parecía adquirir visos de solución antier en el frustrado acuerdo integral impulsado por Movimiento Ciudadano con Morena en el Senado.
Los emecistas ayudarían a integrar la mayoría calificada para designar a la ministra faltante en la Corte a cambio de que los morenistas destrabaran la designación de magistrados electorales, incluidos los dos requeridos en la sala superior del Tribunal de la Federación, predestinando a uno de ellos a relevar a Reyes Rodríguez en la presidencia de ese órgano.
De súbito, la doble solución se vino abajo. Morena rechazó nombrar a los magistrados y, por lo mismo, Movimiento Ciudadano a integrar la mayoría calificada para designar a la ministra. ¿Es que todo fue un engaño para que, al final, el Ejecutivo nombrara a quien él quisiera en la Corte y dejar deliberadamente incompleto y en crisis al Tribunal Electoral? ¿Se mantendrá en firme el anuncio de la renuncia de Reyes Rodríguez, tras lo sucedido?
En el colmo del absurdo, a unas horas del rechazo de la terna propuesta para designar a la ministra, el Ejecutivo nombró a Lenia Batres, justo cuando la cabeza del Poder Judicial, la ministra Norma Piña, terminaba de rendir su primer informe de labores, un documento rico en conceptos generales y pobre en posturas concretas.
¿Quién resolverá la guerra sucia que, a grito en pecho, acusa el dirigente de Morena, Mario Delgado, si los árbitros carecen de silbato y los jueces andan del chongo? En el instituto y el tribunal electoral no se advierte cohesión ni autoridad.
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El desencuentro de los poderes de la desunión, la falta de solidez de los órganos electorales y el proceder desarticulado de Morena en el gobierno, el parlamento, el partido y el equipo de precampaña no constituyen un buen augurio. La coordinadora y precandidata del movimiento debería promover una cumbre con los lugartenientes, sobre todo, si considera estar en posibilidad de ganar. Como quien dice, por el bien de todos: pulcritud y legitimidad.
En breve
La presunta ministra no tiene por qué preocuparse, su brilloso –aunque no brillante– desempeño no será opacado.