Sobreaviso

Cierre del sexenio

Acaba el año con una economía estable, una política equívoca y un crimen bárbaro, mientras avanzan la campaña electoral y el cierre del sexenio, dejando en duda lo que sigue.

La precampaña y el cierre del sexenio están en curso, en la conjugación de ambos procesos se juega lo que sigue.

En lo económico y pese a los augurios catastrofistas, la situación pinta bien, mejor de lo previsto. En lo político, hay señales encontradas, a veces absurdas, que nublan el horizonte. En lo social y al margen de algunos programas asistenciales, la inseguridad y la criminalidad marcan la principal deuda del gobierno con la sociedad, un agravio imposible de atemperar llevando a la baja la estadística registrada con sangre o tinta roja.

Cae, pues, el telón del año sin permitir vislumbrar con certeza el cierre del sexenio.

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Decisiones internas acertadas e impulsadas por factores externos se combinaron virtuosamente dándole estabilidad y perspectiva a la economía nacional.

Por lo pronto, los índices de crecimiento, inversión, empleo e inflación, además de la fortaleza del peso desvanecieron los pronósticos que, tras la pandemia, pronosticaban una crisis al final del sexenio. Tanto interesaba a algunos analistas neoliberales generar el discurso de la inviabilidad del proyecto lopezobradorista que negaban al gobierno el conocimiento, la disciplina y las artes necesarias para conducir la economía sin estrellarla.

El ansia por resistir el giro dado y reivindicar el modelo perfilado más de treinta años atrás y mal reajustado en el sexenio anterior, hizo perder objetividad a esos expertos y, aun cuando hoy ya no subrayan el discurso del fracaso económico, dejaron a la oposición embarcada en él. La coalición opositora insiste en negar lo evidente: la economía no va mal. Tal tozudez le impide ajustar la estrategia de campaña y la obliga a adoptar postulados oficiales que abomina, asumiendo sin decirlo su pertinencia.

Sin duda, el gobierno entrante enfrentará desafíos importantes. Los compromisos financieros adquiridos con efecto retardado; el amago a las finanzas subyacente en la situación de Pemex, y la necesidad de emprender una reforma fiscal a fin de sostener los programas sociales sin empeñar la economía. Sí, pero por lo pronto, el cierre de este sexenio en este campo no se advierte complicado.

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En el área política se ejecutaron acciones y operaciones prometedoras e inquietantes, generando expectativas y dudas.

La decisión de acabar con el ‘dedazo’ fue a medias. El mandatario nominó participantes, fijó reglas y método de selección e, incluso, recompensas. Y, sí, a través de encuestas se resolvió la candidatura de Morena y sus aliados, pero el concurso no tuvo piso parejo y los estudios de opinión carecieron de la pulcritud necesaria para acreditar el resultado. Aun con sus bemoles, ese procedimiento orilló a la oposición a replicarlo y enriquecerlo con filtros, foros y debates, pero no tuvo un final feliz. Con tal de asegurar la candidatura a Xóchitl Gálvez, se suspendió el ejercicio. Como quiera, en un caso y el otro se ensayó algo distinto.

Asimismo, sin estar en la boleta, Andrés Manuel López Obrador se erigió en el referente de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez. La primera, intentando estampar sin molestar su sello a la continuidad con cambio. La segunda, haciendo de la ríspida interlocución con López Obrador la palanca para mejorar su nivel de reconocimiento público, hasta recibir la descarga de cualidades negativas que socavó su aspiración presidencial y anuló su posibilidad capitalina. Como añadido, el Ejecutivo ha fijado la agenda de la campaña con el anuncio de reformas constitucionales que hoy dominan el debate, donde el Poder Judicial es la piñata y los órganos autónomos la colación. Ha hecho pues sentir liderazgo y dificultad para apartarse del poder.

Lo delicado, sin embargo, ahí no está. Radica en el conflicto al interior del instituto y el tribunal electoral. Por los indicios, circunstancia acicateada desde el poder oficial y extraoficial. Controlar al árbitro y al juez electoral resulta absurdo si, en verdad, la ventaja de Claudia Sheinbaum en el concurso es de la dimensión que se presume. De ser así, candidata, padrino, movimiento y equipo deberían de interesarse en estabilizar y consolidar al instituto y el tribunal a fin de revestir de legalidad y legitimidad las elecciones.

En este capítulo germina la semilla de la incertidumbre del desenlace de la campaña y el cierre del sexenio. Apartado donde asombra el desinterés de los organismos cívico-políticos afines a la oposición que, a inicios de año, llamaron a defender esas instituciones. No sorprende, en cambio, la indiferencia de las dirigencias partidistas opositoras, ellas están en lo suyo: asegurar su intereses, prerrogativas y mendrugos.

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Donde campaña electoral y cierre de gobierno plantean una terrible interrogante es el campo de la inseguridad y la criminalidad.

Ahí, el gobierno no sólo le falló a la sociedad y la dejó encañonada, la agravió con el desdén con que en más de una tragedia revictimizó a las víctimas y lastimó a los familiares. Hay en ello un dolor profundo ante el cual, sorprendente y tristemente, se mostró insensibilidad e indisposición a replantear la estrategia. Al malestar social generado por la actitud oficial se agrega la postura del crimen organizado ante los comicios. Diversificada y expandida su actividad es probable que intente participar con más decisión.

Condecoradas las Fuerzas Armadas con tareas distintas a las de su vocación, en vilo la adscripción de la Guardia Nacional e impune el crimen, a saber, en qué apuros colocará esté último a la campaña y el gobierno.

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Cae el telón del año, avanza la campaña y el cierre del sexenio entre luces y sombras, dejando abierta la pregunta: ¿qué sigue?

En breve

Como quiera, la presunta ministra pasó de año.

(Con motivo de la temporada y deseando parabién a los lectores, el próximo Sobreaviso aparecerá el viernes 12 de enero.)

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