Sobreaviso

Oposición colaboracionista

En su extravío, las dirigencias partidistas opositoras pusieron en práctica lo que critican: concentrar el poder y encontrar en el pasado la explicación del desastre presente.

No ocurrirá, pero los gobiernos saliente y entrante, así como Morena deberían expresar su gratitud a la oposición partidista. De algún modo, en su ascenso al poder y en lo hecho bien o mal desde ahí, han contado con la invaluable actuación de aquella. Sin querer o adrede, la oposición ha sido colaboracionista.

La pérdida del rumbo, el apetito por el poder y la sensibilidad para entender el momento político, así como el ánimo social anularon a los partidos opositores como alternativa. En tal condición, dirigentes y cuadro albiazules y tricolores se convirtieron en una oposición sin proposición, distante del electorado e interesada en disputarse los órganos de control y dirección, las posiciones, prebendas y prerrogativas de su respectivo partido.

En más sentido, la oposición se achicó, ubicando en la pequeñez y la mediocridad una zona de confort. Más tarde la falta de apoyo en la resistencia podrá acarrear problemas a Morena, pero mientras quién en el poder no agradece una oposición así.

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No asombra tanto la conducta y la actitud de las camarillas al frente de los partidos opositores, sí que los cuadros con causa y experiencia las hayan solapado y, ahora, no sepan cómo salir de ellas y rescatar del naufragio a su formación.

Esas dirigencias partidistas junto con las coordinaciones parlamentarias hicieron del argumento, queja; de la crítica, exageración; de la denuncia, estridencia; del testimonio, grito; de la acción, boletín o cartulina; de la incapacidad, recurso judicial. Salieron a la calle sólo cuando la marea las arrastró. Si tuvieron algún contacto con la ciudadanía fue vía Zoom, de lejitos.

En el colmo del absurdo y la contradicción, pusieron en práctica la crítica que hacían voz en pecho.

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Uno. La oposición advierte del peligro de ir hacia un régimen plural de partidos con dominante mayoritario, pero día a día contribuye a consolidarlo.

A sabiendas de la situación en que los dejó la anterior alianza, el Pacto por México, los partidos opositores no intentaron recuperar su identidad singular ni formar cuadros de refresco como tampoco tender puentes a la comunidad que dicen representar ni abrirse a ella. No, se volvieron a coaligar sin definir en qué ni para qué y, a veces, dándose la espalda entre sí.

Pobre su posicionamiento ante la circunstancia política, la bandera enarbolada fue contener, no contender. Se insertaron no en la competencia, sino en la incompetencia política. Por eso, las dirigencias opositoras no asumen haber perdido, sino acusan a Morena de haber ganado. La derrota no es de ellas, sino que la victoria fue de aquellos y, en la negación de la realidad, fortalecen ese régimen que tanto los aterra.

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Dos. La oposición acusa al gobierno y al movimiento en el poder de alentar una regresión, pero ella mira en el pasado la causa de su debacle presente.

Cuando Marko Cortés se trenza en descalificaciones con Felipe Calderón y, luego, el partido señala que “la reducción de votos del PAN comenzó a partir de 2003 y la mayor pérdida de votos que ha tenido nuestro partido fue del 2005 al 2012″ se va uno de espaldas. El ayer explica lo de hoy y, entonces, mejor pasar a lo siguiente.

Del priista Alejandro Morena ni qué decir. Él y su camarilla son víctimas sobrevivientes de lo hecho y deshecho por los cuadros que actuaron antes y, si estos merecen algún reconocimiento, ese no puede más que el insulto y, de ser posible, la expulsión. Qué necesidad de explicar lo sucedido ahora, si en el pasado está la justificación.

La oposición denuncia el peligro de la regresión, marchando hacia atrás con la vista al frente. Si en la raíz está el problema para qué andarse por las ramas.

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Tres. Las dirigencias de la oposición critican la reconcentración y la ampliación del poder presidencial, pero se esfuerzan por hacer lo mismo en su escala.

En el tricolor, la dirigencia está loca de contento por la sabia decisión de la asamblea de posibilitar su reelección hasta por ocho años, dejarla nombrar a los coordinadores parlamentarios y reducir a la mitad el Consejo.

En el albiazul, la camarilla en control no ceja en el intento de columpiarse por turnos entre el partido y el Congreso. Se divierten en el juego de las sillas sin dejar afuera a ninguno de los suyos, pero sin incorporar a nadie más.

Esas dirigencias critican la concentración del poder allá, pero la gozan acá.

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Cuatro. La oposición imputa al gobierno y a Morena practicar una política popular (populista, dicen), pero calla su afición por la política cupular.

Entre los saldos que el Pacto por México dejó al PRI y al PAN quedó el de acordar cupularmente sin abrir el debate público. La cúpula de lo que sería el gobierno de Enrique Peña pactaba o tranzaba con las cúpulas partidistas y, ya de acuerdo, sólo restaba bajar la instrucción y proceder. Dando y dando, voto volando. Ni necesidad de consultar a los órganos de gobierno de los partidos, mucho menos a la militancia.

A esa política cupular le causa repelús toda política popular, sea populista o no.

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Cinco. La oposición critica que el gobierno y el movimiento se la viven de campaña a ras de tierra, mientras ella hace política a ras de alfombra o granito pulido.

Y cierto, el gobierno y Morena le dedican más tiempo al territorio que al escritorio, pero la mayor movilización llevada a cabo por la oposición en estos últimos años ha sido ir, ida y vuelta, de la oficina a la sala de juntas o del asiento a la tribuna.

A la gente, en el concepto opositor, sólo hay considerarla cuando es electorado, pero no en condición ciudadana y mucho menos en calidad participante.

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Sí hay mucho que criticar al gobierno y a Morena, pero no le falta razón a Gianfranco Pasquino cuando dice que cada país tiene la oposición que se merece.

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