En el diario acontecer hay estampas inolvidables que terminan por ocupar un merecido lugar en la historia. Momentos grabados en la memoria por la importancia, el significado o, incluso, la alegría que suponen. Sin embargo, también hay otras. Estampas olvidables, hechos, actos y actitudes propias de lo inconcebible, lo absurdo o lo inaceptable, dignas de ser desterradas del recuerdo.
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Nos sobra uno y nos faltan miles. El drama de los desaparecidos y de quienes los echan de menos es un espanto al que el país ha dado carta de naturalización y con el cual convive como si no existiera y al cual este gobierno como los anteriores terminó por restarle importancia, por no decir, quiso restar desaparecidos para que la estadística de su propia gestión no fuera su propia sentencia. El compromiso original de crear un registro serio y desarrollar protocolos y condiciones de búsqueda fue una esperanza desvanecida, al quinto año de gobierno. Como quiera, son alrededor de 116 mil personas que un día, de súbito, se dejó de saber de ellas y cuyo paradero se convirtió en razón de ser de quienes les buscan enterrando una varilla en el suelo para, luego, olisquear la punta y determinar si puede haber restos de ellos. Como tantas otras veces, a los desaparecidos se condenó al olvido, excepto a 44: los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos aquella noche en Iguala y el héroe sin reposo en la muerte, el periodista revolucionario Catarino Erasmo Garza, abatido el 8 de marzo de 1895. Por voluntad presidencial, a la búsqueda de los restos de este último, se destinan recursos humanos, económicos y técnicos* jamás aplicados a uno solo de los 116 mil restantes. ¿Cómo justificar esa estampa?
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Los piquetes y el agujero. La jactancia es el sello de la política desplegada, así se le puede llamar, contra el robo de combustibles. La evidencia, sin embargo, es la de un rotundo fracaso en la lucha contra la boyante industria de la ordeña de los ductos Pemex, ante la cual el Estado simple y llanamente no ha podido de ejercer su soberanía ni mostrar capacidad e inteligencia para elaborar y aplicar una estrategia para acabar con el saqueo de un recurso caro, en el doble sentido de la expresión, para la nación. Como en otros rubros relacionados con la seguridad, en este el Estado se ve arrodillado ante el crimen. Basta recorrer la autopista México-Querétaro para ver decenas de puntos de venta de combustible robado y cómo los patrulleros de la Guardia Nacional pasan indiferentes frente a ellos, causando la impresión de formar parte del negocio. La estampa no es nueva, se ha visto desde hace sexenios y, como los anteriores gobiernos, este hizo lo mismo: tapar algunos piquetes, sin acabar con el agujero hecho al Estado. Cómo hablar del rescate de Petróleos Mexicanos si el crimen lo sangra en los ductos. Ojalá, la estampa fuera olvidable.
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La presunta ministra en acción. La estampa corresponde a la del absurdo. Una ministra, Yazmín Esquivel, quien ni siquiera ha conseguido acreditar si llena los requisitos para ocupar un asiento en la Corte y ha hecho lo indecible por evitar que la Universidad Nacional revele si es o no licenciada en Derecho (de su doctorado, mejor ni hablar), se muestra de cuerpo entero en la crisis del Poder Judicial. Con motivo de la pretendida reforma de ese poder y a pesar de la falta de legitimidad en su función y desempeño, la presunta ministra se siente con autoridad para pedir la renuncia a la ministra presidenta de la Corte, Norma Piña. En la pobre lógica y en la gran ambición de Yazmín Esquivel, si se va quien encabeza la Corte y la Judicatura el diálogo entre los poderes Judicial y Ejecutivo podría fluir de mejor manera y, en tal condición, abrir espacio a una negociación a fin de encontrar puntos de acuerdos en la reforma. Tras ver su actuación en la Corte y, antes, en el Tribunal de lo Contencioso Administrativo de la Ciudad, puede concluirse que no hay inocencia en el lance de Esquivel Mossa y sí, en cambio, ganas de salvar su propia toga –por no decir, pellejo– y, por qué no, acariciar la idea de darle un nuevo recubrimiento, una tela y forro más grueso porque, en una de esas, hasta presidir la Corte podría. ¡Qué estampa!
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Gobernadores de pesadilla y en capilla. El pragmatismo, a veces rayano en el cinismo próximo a la complicidad, ha llevado a Morena a lanzar, sostener y cobijar a cuadros impresentables, propios o aliados, en más de un gobierno estatal. En breve, varios de esos gobernadores dejarán el Palacio en el cual despacharon dando muestra cabal de desarrollada negligencia. El más vivo de ellos, aun cuando parezca contradictorio, fue el gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco: se hizo diputado y gozará de fuero. No es ese el caso de los mandatarios de Veracruz y Chiapas, Cuitláhuac García y Rutilio Escandón. Desde luego, es difícil pensar que sus sucesores vayan a sacarles los trapitos al sol, al menos de inmediato, pero tarde que temprano quedarán exhibidos, sobre todo, si quedan a la intemperie política. Desde esa perspectiva, la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, no haría mal en aquilatar con objetividad su gestión porque el destino de aquellos podría ser el suyo, sobre todo, si Morena advierte la necesidad de ponerle un límite a ese pragmatismo que, a la postre, por el desgaste en el ejercicio del poder y el ocaso del líder que amparó a personajes como los mencionados, comenzará a dejarle facturas y tendrá que soltar lastre. Por lo pronto, qué foto de familia.
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En el álbum de lo inaceptable o lo inconcebible hay estampas que exigen un esfuerzo para borrarlas. Ya habrá oportunidad de exponerlas para conjurar la posibilidad de darles acomodo en la memoria negra.
*Vale la pena leer el espléndido reportaje de Animal Político sobre la búsqueda de Catarino Erasmo Garza: https://animalpolitico.com/politica/amlo-busqueda-general-catarino-garza-panama