Una interrogante muy común para los consumidores es sobre las causas para la devolución de un vino en el restaurante. El vino debe devolverse porque tiene defectos en su elaboración, los cuales son perceptibles por los sentidos del olfato y gusto principalmente. No es necesario ser un experto catador para poder detectar los aromas por los que debemos rechazar el vino en un restaurante. La clave está en hacer uso de nuestra memoria para poder recordar estos desagradables olores:
Vinagre: que en latín quiere decir precisamente vino agrio, es un olor inconfundible que significa que el vino se oxidó.
Humedad: también conocido como "olor a corcho". Se genera en este tapón natural o bien por falta de higiene en la bodega.
Pegamento: se trata del olor que caracteriza al solvente o barniz de uñas, un defecto que es característico también de la oxidación del alcohol.
Sudor de caballo u olor a establo: es causado por un hongo presente en el vino. Algunos enólogos dicen que no es defecto, pero en realidad se debe a falta de higiene.
Olores azufrados: huevo, coliflor, cebolla o cualquier otro aroma relacionado con el azufre. Además de ser muy desagradables, implican descuido del productor.
Si la persona a quien se le da a probar el vino detecta al menos uno de estos aromas, el vino debe rechazarse. Si no percibe ninguno de los mencionados aromas de defecto y se devuelve simplemente porque no le gustó, el rechazo es inaceptable porque no es correcto rechazar un producto por mera percepción personal.
Curiosamente más de un 80% de las devoluciones de vino en el restaurante no proceden porque en realidad el vino no tiene defecto sino es un capricho producto de la ignorancia de un comensal. Bájenle dos rayitas. El vino es goce y no pose.
¡Salud!