Para las principales religiones, el vino es una bebida purificadora. Los sacerdotes de diferentes culturas de la Antigüedad sabían de los efectos benéficos para la salud, es por ello que vino y la religión han formado parte de un matrimonio místico que aún permanece.
Cuando la Historia –propiamente dicha-, comienza con motivo del descubrimiento de la escritura, el hombre dejó testimonio de sus mitos y rituales en los que el vino jugó un papel protagónico. Gestín era la diosa "madre-cepa" para los Sumerios, Osiris para los egipcios, Dionisio para los griegos, Baco para los romanos y Jesús a través del vino es recordado con el rito más importante del catolicismo, la misa. Libación es precisamente la aspersión de vino como una ofrenda a una divinidad.
El vino fue un elemento básico en el desarrollo de las culturas mediterráneas. Uno de los grandes historiadores griegos, Tucídides, afirmaba que "los pueblos del mediterráneo, comenzaron a salir del barbarismo cuando aprendieron a producir vino".
Para dos de las principales religiones monoteístas –judaísmo y cristianismo-, la Biblia afirma que el vino es un regalo de Dios. La Biblia menciona al vino en numerosas ocasiones. El cristianismo es la religión en la que el vino es una sustancia divina, ya que precisamente uno de los grandes dogmas de la iglesia Católica, la transustanciación, consiste que el fruto de la vid se transforma en la sangre del fundador. El simbolismo del vino como sustancia de Dios es única en esta religión.
A través del vino el hombre entra en contacto con lo divino, ya que primeramente es un regalo de los dioses, después el hombre la ofrece como algo muy preciado y por último al beberla se funde con la divinidad para buscar su propia esencia. ¡Salud!