Ricardo Salinas Pliego

Los venezolanos merecen un país libre y próspero

En América Latina debemos trabajar para que la terrible situación en Venezuela, causada por la increíble ineptitud y corrupción del chavismo, llegue pronto a una solución.

"Entre los individuos, como entre las naciones,

el respeto al derecho ajeno es la paz",

Benito Juárez

Al considerar la situación actual en Venezuela es muy oportuno recordar la frase juarista más célebre. Los venezolanos se encuentran entre dos filos, puesto que mientras el gobierno aplasta los derechos y las libertades de los individuos, Estados Unidos amenaza con una intervención militar para "resolver la situación". Ambos escenarios son inaceptables.

Es imposible negar que el régimen de Nicolás Maduro es corrupto, militarista y antidemocrático. Sobra decir que sigue un modelo económico totalmente fallido. Es incalculable el costo social de mantener a millones de venezolanos hundidos en la miseria durante tantos años. Pavorosamente, en Venezuela hoy conviven la hiperinflación —que se estima alcance 1,000,000% (un millón por ciento) este año—, el desempleo generalizado, la hambruna, el crimen organizado y la violencia sin control.

Siguiendo al pie de la letra el modelo cubano, el costo en el mercado de los ingredientes para preparar una tasa de café o adquirir una caja de cereal equivalen a un mes de salario medio —si es que alguien tiene la fortuna de conseguir un empleo—. Se trata sin duda de una gran tragedia humana que debe terminar. El país que hace medio siglo era uno de los más prósperos del continente hoy se considera uno de los más empobrecidos y peligrosos.

Por más de dos décadas, bajo el chavismo, los venezolanos han padecido una represión sistemática, la pérdida gradual de todas sus libertades y el ataque frontal hasta llegar a la aniquilación de los medios de comunicación independientes, la sociedad civil organizada y la oposición política —cuyos líderes han sido encarcelados, exiliados o simplemente "desaparecidos".

La escasa legitimidad del gobierno de Maduro se desvaneció después de las elecciones celebradas el año pasado, donde ocurrieron y se documentaron todo tipo de irregularidades —y el gobierno respondió a las protestas de la oposición, una vez más, con amenazas, cárcel y, en el mejor de los casos, el exilio para sus líderes—. Ser oposición en Venezuela constituye un gran acto de valentía.

El golpe de estado se consumó cuando Maduro decidió unilateralmente desechar la Constitución. Hoy naturalmente muy pocos países reconocen la legalidad del régimen de terror que prevalece en Venezuela.

No obstante, la intervención extranjera nunca se justifica porque, lejos de mejorar la situación, frecuentemente la empeora —como hemos podido ver en los últimos años en países como Irak y Afganistán—. Es por ello que las insinuaciones de Donald Trump, respecto a la posibilidad de una intervención militar, son absolutamente inadmisibles y deben ser rechazadas con firmeza por la comunidad internacional. De la misma manera, la larga intervención cubana en los asuntos internos de Venezuela debe ser denunciada con firmeza. Los agentes de la isla, que supuestamente realizan tareas humanitarias, deben ser expulsados del país que han saqueado y desestabilizado durante dos décadas.

En América Latina estamos muy conscientes del altísimo costo político, social y económico de la Doctrina Monroe, pero Cuba claramente impulsa una doctrina paralela igual de tóxica que, desde su punto de vista, les otorga el derecho de exportar el socialismo a cualquier país de América Latina. El socialismo es un engaño, un sistema insidioso que ha fracasado en todas sus versiones: promueve una forma de organizar la economía y los asuntos públicos, fallida, autoritaria y que para funcionar atenta directamente en contra del sistema de libertades, especialmente la de expresión y la de comercio.

No obstante, a través de los últimos cien años, este sistema a todas luces fracasado, se ha logrado vender en muy distintas presentaciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Norte y, por supuesto, bajo la marca chavista en Venezuela —donde el colapso del socialismo supera el que han padecido muchos otros países: una señal de ineptitud y dolo extremos.

El ideal juarista del respeto al derecho individual define una aspiración democrática que debe unir a todos los países de América Latina. Es el mismo espíritu que hoy une a cientos de miles de venezolanos que han salido a las calles a expresar su hartazgo, en Caracas y en muchas otras ciudades alrededor del mundo —en el exilio venezolano ya se cuentan millones de personas—. Éste es el espíritu que debemos apoyar. Pero no debemos quedarnos allí, las naciones de América Latina deben colaborar activamente en la definición de una solución. Nuestro país tiene una tradición de participar y no sólo ser un observador en la solución de conflictos alrededor de América Latina. Ésta es una espléndida oportunidad de mostrar una vez más la calidad de nuestra diplomacia. En Venezuela debe prevalecer el diálogo, pero la comunidad internacional debe establecer límites, tiempos y objetivos específicos para que los problemas de ese país se resuelvan.

Los mexicanos tenemos la obligación moral de apoyar al pueblo venezolano para que encuentre la solución a sus graves problemas, por sus propios medios y democráticamente. En América Latina debemos trabajar para que la terrible situación en Venezuela, causada por la increíble ineptitud y corrupción del chavismo, llegue pronto a una solución. El respeto al derecho ajeno debe transformarse en la promoción activa de los derechos de nuestros hermanos venezolanos.

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