Cronopio

100 días

Andrés Manuel está en las nubes de las encuestas por la sencilla razón de que le ha dado al poder sustancia popular, mística de austeridad y trascendencia histórica.

Andrés Manuel López Obrador sacudió las formas del poder. Se despojó de la parafernalia, de los privilegios, de los excesos. Las habituales demostraciones del presidencialismo fastuoso se sustituyeron de golpe por el ejemplo de la austeridad, de la empatía, de la voluntad incesante. El presidente se inaugura con un estilo francamente contrastante. Es el presidente que dejó Los Pinos para desahuciar simbólicamente al abuso. El presidente que viaja en aerolíneas comerciales, come en humildes parajes carreteros, usa el baño de las gasolineras durante sus largos y extenuantes recorridos. El presidente que sienta a su lado y toma espontáneamente de la mano a una mujer humilde en cuya mirada sólo hay desolación. El presidente que empieza temprano porque no hay tiempo que perder.

En estos primeros 100 días, el presidente ha minado perceptivamente la brecha entre el poder y los ciudadanos. Su apuesta por refundar la democracia no es sólo la constante apelación a la sabiduría infalible del pueblo, sino la potente imagen de que el pueblo finalmente cruzó la puerta de Palacio Nacional de su mano. El presidente que es uno más de nosotros, porque vive y se comporta como nosotros. El hombre que ha renunciado a las tentaciones terrenales del poder, porque ha decidido devolver el poder a sus legítimos dueños.

La altísima aprobación de la que goza el presidente tiene que ver con estos gestos. Como estrategia de comunicación, de crítica al pasado, de legitimación en el ejercicio ha sido, sin duda, eficaz. Es su atributo probado. Al presidente se le perdonan sus desatinos, porque gobierna de manera diferente. La personificación de la épica hace trivial la evidencia de sus extravíos. Al bono democrático, a la enorme expectativa de cambio, al beneficio de la duda que le conceden hasta los que no votaron por él, se deben sumar los dividendos tangibles de la capacidad persuasiva de su narrativa y de ese inédito estilo de gobernar. Y eso es justo lo que sus críticos y las oposiciones no han entendido: Andrés Manuel está en las nubes de las encuestas por la sencilla razón de que le ha dado al poder sustancia popular, mística de austeridad y trascendencia histórica.

Pero la refrescante sacudida a las formas del poder no alcanza para despejar las preocupaciones sobre el talante y rumbo del nuevo gobierno. La democracia pluralista ha quedado muy rápido bajo el asedio de la restauración hegemónica. Es visible la tentación de concentrar el poder en manos del presidente. El contrapeso representativo ha quedado inhabilitado por la fragilidad opositora y por una mayoría política que no responde a otro impulso más que a las órdenes presidenciales. Y es que Morena no es un partido que preserve un programa 'con o frente' al presidente, sino una inestable coalición que sólo tiene en común el culto al incuestionable liderazgo lopezobradorista. Las autonomías están paralizadas por el miedo a la extinción, a la inviabilidad presupuestal o a la denuncia lapidaria de las mañaneras. Los poderes de la imparcialidad no han logrado superar el escarnio inicial sobre sus privilegios. El presidente festeja públicamente que ha intervenido en el desenlace de un caso judicial o anticipa datos sobre investigaciones y procedimientos en curso, sin que nadie cuestione la flagrante invasión competencial o la violación al debido proceso. El federalismo como proyecto de distribución de responsabilidades es simple anécdota: el gobierno central avanza sin dialogar o coordinarse con los gobiernos locales. Los superdelegados concentran los programas sociales y, desde esa plataforma de ventaja, anticipan sus campañas electorales. Los gobernadores deben soportar la dosis de abucheos para que el presidente finalmente les dispense una palmada.

La economía empieza a resentir el desorden. Mientras el ritmo se desacelera y las restricciones se expresan cada vez con mayor crudeza, el presidente no abandona su guion. En la consecución de sus fines, desprecia la pertinencia de los medios y la inevitable escasez de los óptimos. La decisión del aeropuerto desnuda que el presidente no está dispuesto a corregir. El desabasto de gasolinas que produjo el error de suspender las importaciones y la decisión de cerrar los ductos, es una prueba alarmante de que el gobierno medita muy poco las consecuencias de sus actos. El modelo de negocios de Pemex, la cancelación de las subastas eléctricas o el pleito con las calificadoras son síntomas de que el presidente no es aquél político pragmático capaz de adaptarse a las circunstancias que gobernó la capital. Es el anticipo inquietante de que la economía será conducida lo mismo por ideología que por capricho.

Los primeros 100 días delinean lo que puede esperarse de este régimen: un discurso consistente que crea un nosotros; la polarización como combustible de identidad entre el pueblo y sus enemigos; una oferta programática basada en rentas clientelares; la corrupción como coartada de todo lo que sucede; la trivilización de la verdad; la permanente movilización de las bases leales; el desmantelamiento institucional como palanca para concentrar el poder. La 'cuarta transformación' es, hasta hoy, la transfiguración de la democracia pluralista y la economía abierta de mercado en un modelo de democracia mayoritaria y capitalismo autoritario. La vuelta al presidencialismo nacionalista del siglo pasado.

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