Cronopio

Conspiranoia

Para el presidente, el poder público, la representación política, el Estado sólo tiene un legítimo propietario: él, y desde él, los suyos.

El Presidente vive encerrado en la conjura. Ve conspiraciones en todo lo que se aparta a sus designios. Su gesta histórica, la dimensión de su épica, sólo puede concitar aplausos, adhesiones o lealtades. Todo lo que desentona de su voluntad es traición. La crítica no es el libre contraste entre visiones de la realidad, el llamado de atención del pluralismo sobre la morfología del poder, sino el brazo propagandista de los conjurados. El diálogo político, el entendimiento estratégico, la acción colectiva de las oposiciones es la maquinación perversa de los enemigos de la transformación. Para el hombre que gobierna nuestro país, la democracia pluralista es la fachada detrás de la que se esconden un puñado de poderosos que fraguan un plan para frustrar el advenimiento de la felicidad en la Tierra y, peor aún, para hacerlo fracasar en su presidencia.

La conspiranoia es la retórica de la amenaza existencial. Las teorías de la conspiración, dice Popper, sustituyen la creencia en dioses caprichosos y vengativos por hombres y grupos de poderosos cuya voluntad es la causa de todos los males que sufrimos. Una persuasiva adaptación de los mitos medievales sobre la lucha cósmica entre el bien y el mal o de la lógica binaria de los totalitarismos. Frente a "nuestro movimiento" no están ciudadanos, competidores o alternativas institucionales. El antagonista no es un liderazgo concreto, un partido o un movimiento político o electoral. En el relato conspiranoico, detrás de todos los títeres siempre hay un titiritero. Una suerte de sociedad secreta de escala histórica y planetaria empeñada en que López Obrador no ocupe el lugar que la historia le tiene reservada. Una fuerza obscura, calculadora, voraz, con tentáculos en todos los confines del poder y de los privilegios. El mismo reptil que sedujo a Eva a abandonar el paraíso y que luego convenció a los tlaxcaltecas a traicionar el imperio mexica, ofreció el imperio mexicano a Maximiliano, organizó el asesinato de Hidalgo y de Madero, frustró el proyecto igualitario de Cárdenas con su veneno neoliberal y, para colmo, le robó la elección en 2006. La simplificación que sirve de coartada para evadir la responsabilidad propia. La levadura que levanta la masa de la feroz parcialidad militante.

Pero, también, la conspiranoia tiene un propósito paralizante del pluralismo, sobre todo cuando proviene desde el poder. En la invención de una fuerza que amenaza la única vía de transformación posible, se esconde una estrategia calculada de deslegitimación de los oponentes, esto es, la intención de poner a la pluralidad en la sombra de la sospecha para inhibir cualquier posibilidad de concertación o acción colectiva. Frente al pensamiento uniforme, la verdad revelada, el movimiento auténtico, la voluntad honesta, no cabe otro bando que el de los conspiradores y golpistas. Su existencia política no es la de ciudadanos u organizaciones expresando sus ideas, reuniéndose, compitiendo por acceder al poder en ejercicio legítimo de sus derechos y libertades públicas. Los adversarios que osan disputar el poder al Presidente desde las dinámicas democráticas que nos hemos dado, son en realidad enemigos de la cuarta reinvención de la historia. No forman parte de la comunidad política. No son parte del pueblo. Son apátridas en la antesala del juicio final.

El dislate del Presidente de presentar un caricaturesco legajo como un plan golpista, repleto de lugares comunes y hasta de un par de inexplicables elogios a la gestión del gobierno durante el Covid-19, desvaneció en el ridículo el tic conspiranoico de López Obrador. La anécdota que queda es el estribillo de una popular y pegajosa cumbia como membrete del supuesto bloque confabulador, en lugar de la indignación colectiva de los demócratas por la insinuación y el estigma golpista. Y es que, palabras más o palabras menos, el Presidente nos ha dicho que toda crítica a sus decisiones, todo contrapeso a su gobierno y toda oposición a su movimiento son escarceos de un plan rupturista de la normalidad institucional del país. El pluralismo, la competencia, los partidos, los intelectuales, los medios de comunicación no caben en el México del lopezobradorismo, por la sencilla razón de que estorban la realización de la transformación.

Detrás de la conspiranoia presidencial hay una peligrosa confesión. Para el Presidente, el poder público, la representación política, el Estado, sólo tiene un legítimo propietario: él y desde él, los suyos. En efecto, como ningún adversario tiene legitimidad moral para ejercer el poder, el Presidente tiene el derecho de defender a México de los conspiradores y de los traidores. Tiene la razón moral e histórica para defender a la patria de las fuerzas del mal. La venia popular para poner la bota sobre el cuello de la boa.

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