Cronopio

La democracia de las consultas

Roberto Gil Zuarth escribe sobre la consulta del NAIM y señala que López Obrador pretende sembrar un precedente para ejercer el poder público sin los gravámenes de la representación.

Cuando escribo este texto no hay aún decisión sobre el destino del aeropuerto. Anticipo que no creo que gane la opción de Santa Lucía. Si López Obrador estuviera convencido de cancelar el proyecto de Texcoco, lo habría hecho desde que resultó electo. La duda, esa distancia crítica sobre sí mismo, no es su atributo. Tampoco cambiar de opinión y desandar del camino propio. Tiendo a pensar, en cambio, que la consulta tiene un propósito diferente al de legitimar la decisión ya tomada de mantener el proyecto de Texcoco. López Obrador en realidad pretende sembrar un precedente para ejercer el poder público sin los gravámenes de la representación, ni las tediosas exigencias de modos y tiempos que impone la ley. Es la inauguración del voluntarismo plebiscitario.

"Acostúmbrense a las consultas", advierte López Obrador. Hoy es el aeropuerto, pero mañana podrá ser cualquier decisión. El próximo presidente anticipa que usará habitualmente el instrumento para gobernar. Las restricciones constitucionales sobre la figura de la consulta popular son artimañas del elitismo antipopular. Esas prescripciones que establecen cuándo y cómo la voluntad popular puede sustituir a los poderes constituidos, que protegen al sistema democrático de la tentación y el abuso plebiscitario, que salvaguardan los derechos de las minorías. Es llamativo que el nuevo gobierno no hubiere empezado por una reforma para hacer más dúctil el mecanismo, sino que la anuncie una vez ahogado el niño de la consulta. Parece no interesarle construir una alternativa institucional que aumente la densidad participativa de la democracia mexicana. No es necesario. Frente a las abigarradas consultas que prevé la legislación vigente hay otras: las auténticamente "ciudadanas", las de Morena, las suyas.

"Es mejor que decidan miles, quizá millones, a que decida uno solo". Para Andrés Manuel López Obrador la decisión de muchos es justa; la de uno o pocos, sospechosa. Desde esta mirilla, la esencia de la democracia radica en la autoridad de la aritmética, no en la autoridad de la competencia legalmente estatuida. Es irrelevante si en una decisión toman parte los potenciales afectados, si tuvieron igual oportunidad de expresar sus preferencias, si la deliberación fue libre y genuina, si el voto fue contado con imparcialidad, si la decisión trastoca la existencia misma del método o del cuerpo social. Esas son exquisiteces de un formalismo procedimental que tienen atenazado al pueblo. Para el lopezobradorismo, la virtud de cualquier decisión radica en la agregación. Por eso la plaza, las consultas o las elecciones institucionales son sustitutos perfectos. La voluntad del pueblo es una, no necesita de tutelas legalistas y se expresa por igual aquí o allá. En efecto, desde esta concepción de la democracia, las mayorías no son realidades que derivan de la norma que atribuye sentido y consecuencias a ciertos actos de voluntad. Son, por el contrario, sustancias vivas, biológicas, espontáneas. Las mayorías del pueblo auténtico existen antes y por encima de la ley.

"La consulta no es cara… ni que fuera el INE", dijo el Presidente electo ante la pregunta sobre el origen y cuantía de los recursos invertidos en la consulta del aeropuerto. La democracia procedimental, esa que racionaliza en pasos y secuencias la acción colectiva, es una burocracia cara que no se necesita para tomar el pulso del pueblo. En la democracia de los justos, no se requiere credencial de elector, lista nominal, tinta indeleble, mesas directivas de casilla insaculadas, jornadas disciplinadas por reglas. Los buenos nunca hacen trampa. No hay, por tanto, diferencia cualitativa entre un proceso arbitrado por la autoridad y otro organizado por el partido de los leales. Basta con la legitimidad ética e histórica de Morena para prescindir de la obesa institucionalidad electoral. Consultar a los ciudadanos es tarea sencilla y barata: poner mesas en los pueblos, manchar cada dedo con un plumón y contar papelitos. La equidad y legalidad del procedimiento es la coartada de los enemigos del pueblo: dardos de sospecha para evitar que las mayorías decidan. El pueblo, esa realidad metafísica que gravita por encima de las personas, se organiza y se cuida a sí mismo.

Si gana Texcoco, muchos dejaremos de contener la respiración. Otros dirán que López Obrador ha logrado lo imposible: con una audacia genial, movió sus bases en la dirección responsable. Pero con independencia del resultado, la consulta sobre el aeropuerto es el precedente de una democracia sin reglas, procedimientos o rutinas. Una democracia líquida, sin formas, cauces o diques. Inestable, imprevisible, voluble. La democracia plebiscitaria de las consultas.

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