Cronopio

PAN: última llamada

El PAN debe emprender el esfuerzo de su renovación. El octogésimo aniversario no debe agotarse en un ritual autocomplaciente y nostálgico de sus glorias pasadas.

Al momento de que escribo este apunte, no hay aún resultados oficiales de las elecciones locales de 2019. Sin embargo, por los datos que empiezan a fluir en los medios de comunicación y en las redes sociales, las tendencias parecen claras: Morena gana las gubernaturas de Baja California y Puebla; el PAN se refrenda en las municipales de Aguascalientes y Durango, y obtiene una contundente mayoría en las legislativas de Tamaulipas; el PRI y el PRD se quedan al borde del desahucio.

El resultado es una nueva llamada de atención para el PAN. Difícilmente cabe la excusa de que la ola lopezobradorista sigue sin romper y que el crecimiento de Morena es una consecuencia continuada de la elección de 2018. Como es palpable en Aguascalientes, Tamaulipas y Durango, el PAN tiene una sólida y cultivable base social. La figura de López Obrador no es la variable determinante que se presumía y Morena no se ha consolidado como un partido con presencia uniforme en todo el país, con candidatos que aporten más allá de la aprobación presidencial o de la identificación partidaria. Por el contrario, los datos y resultados sugieren que la aprobación de López Obrador está por encima de la intención de voto por partido de Morena, mientras que la gran mayoría de sus candidatos –con algunas excepciones– están por debajo de su "voto duro". En pocas palabras, un buen número de ciudadanos respaldan la gestión del presidente, pero no necesariamente votan por Morena o sus candidatos.

Morena, pues, no era imbatible en esta elección y López Obrador, fuera de la boleta, no es garantía de triunfo. El partido en el poder sigue siendo el amorfo movimiento de campaña del presidente y no mucho más. Por eso, las derrotas en el bastión histórico de Baja California y en Puebla se explican más por razones internas que por el talento desplegado por nuestros adversarios. En Baja California, después de 30 años de gobiernos panistas, nos hizo falta autocrítica y acción para renovar al partido, para abrir la organización a la sociedad, para impulsar nuevos cuadros y, sobre todo, para cumplir a plenitud con el deber de cuidado que tenemos sobre nuestro desempeño público. Nos pasó lo que le sucede a todo partido que cree que llegó para quedarse: soberbia y pasividad para no atender a tiempo las causas y síntomas del desgaste. No supimos o no quisimos leer que poco a poco se acumulaba la misma expectativa de cambio que nosotros sembramos en la era de la hegemonía priista, pero ahora en contra de nosotros. No hicimos nada para demostrar que merecíamos otra oportunidad. Pensamos ingenuamente que lo que fue panista, panista perdurará.

La trágica muerte de Martha Erika Alonso y Rafael Moreno Valle nos dejó sin reflejos. Y es que en Puebla, desafortunadamente, había liderazgos potentes pero no un partido fuerte. Gradualmente se impuso esa distorsión que Gómez Morín pretendió evitar cuando insistía en que el PAN debía forjar un sólido estado de derecho interno y una fuerte cultura de institucionalidad: los agudos personalismos asfixian la vocación de trascendencia del empeño colectivo. Después de los fatales sucesos, imperó la tentación de cobrar facturas, el impulso a acomodarse con el siguiente inquilino en palacio y, por supuesto, la mezquindad de apostar al control local del partido con la mirada puesta en las candidaturas del 21. Fuimos incapaces de exigir una respuesta puntual a lo acontecido: una investigación profesional e independiente que aclarara las causas de la pérdida de dos amigos y compañeros de partido. Nos presentamos a la elección extraordinaria como si se tratara de un ciclo más de la normalidad democrática del país. Bocabajeado, dividido, desconfiado de unos y otros, el partido renunció a tejer un alegato inteligente de continuidad de los gobiernos panistas y a contrastar claramente con la alternativa morenista. Postulamos a un candidato independiente, sin abrirnos auténticamente a una alianza con la sociedad; hicimos una coalición partidaria sin tener claro para qué; fuimos a campaña carentes de emoción y sin un proyecto compartido de lo que debemos representar para los ciudadanos. Dejamos ir la oportunidad de hacer de Puebla la primera batalla digna, heroica y ejemplar en tiempos de la 4-T.

Frente a esta jornada, el PAN necesita mucho más que la enésima comisión de reflexión. El PAN debe emprender, ya, el esfuerzo de su renovación. El octogésimo aniversario no debe agotarse en un ritual autocomplaciente y nostálgico de nuestras glorias pasadas, sino que debe ser la ocasión para su reafirmación ideológica, reconstrucción organizativa y reanimación política. Una nueva proyección de principios para actualizar nuestro ideario al reclamo social por la desigualdad y para articular nuevas respuestas frente al resurgimiento autoritario. Un programa moderno para definirnos ante las distintas realidades sociales que derivan de la emancipación de las personas como sujetos morales dignos, autónomos y libres; un menú de políticas para corregir la amenaza intergeneracional del cambio climático; una serie de técnicas para enfrentar la automatización y sus implicaciones en la nueva economía colaborativa; una persuasiva fuente de inspiración para suministrar dosis de humanismo a la inmensa complejidad de la revolución tecnológica.

El PAN necesita también una reforma profunda a sus estatutos para terminar con los vicios del control del padrón y superar el sofocamiento de la pluralidad interna, con métodos genuinamente democráticos, competitivos, meritocráticos, pero lo suficientemente abiertos e incluyentes para no disuadir a los ciudadanos a venir a nuestra organización. Resucitar su vida interna: debate intenso en nuestros órganos para sustituir la conspiración y la mediocridad palaciega, por fines y causas socialmente útiles. Apropiarse del liderazgo ético para restablecer la legitimidad de las instituciones de la democracia. Reorganizar, en pocas palabras, a la única organización que hoy puede efectivamente organizar a quienes no están con López Obrador.

2019 es la última llamada para el PAN: resurgir y tomar la responsabilidad de la alternativa ciudadana e institucional de México, o bien, la lenta y lastimosa ruta electoral hacia la marginalidad política.

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