Cronopio

Terrorismo racial

La tragedia devuelve a México la legitimidad perdida en los silencios y las concesiones que esta administración ha dado a Trump a cambio de llevar la fiesta en paz.

El discurso del odio es un instrumento persuasivo de poder. Es mucho más que la arenga de un populista nativista. Es propaganda que enciende las emociones y los instintos más irracionales de las personas. Un impulso de ira que desactiva el sentido de empatía. El relato que personifica en los otros la causa del miedo, las angustias y las inseguridades que produce la existencia colectiva, sobre todo en situaciones de crisis o de cambio social. El libreto de una raza que se asume superior, homogénea, amenazada por los de otro color, idioma, religión, cultura o preferencias. La oda que promete restaurar la grandeza pasada y expulsar a todo lo que atenta contra la identidad fundamental del pueblo o de la nación.

La manipulación antimexicana de Trump tarde o temprano provocaría un desenlace fatal, como sucedió el pasado 3 de agosto, en El Paso, Texas. Por más similitud en cuanto al modo de ejecución, este caso no es una más de las escenas de tirador solitario, enajenado, que dispara a bocajarro contra ciudadanos inertes. Es un acto terrorista en toda su dimensión. Violencia selectiva y cuidadosamente aplicada, que no busca maximizar los daños personales o materiales, sino extender el miedo entre enemigos y no enemigos. Violencia en nombre de una causa política: la reivindicación de la nación frente al inmigrante mexicano que destruye las costumbres, la identidad, el trabajo o las oportunidades. Violencia a la que se recurre como medio para conseguir un fin concreto: antes que la contabilidad de muertos, capturar la atención y la imaginación de las sociedades para producir una escalada de terror y desconfianza. La teatralidad del factor sorpresa y, sobre todo, de la facilidad con la que se puede cometer una atrocidad a plena luz del día. La instigación a tomar un fusil, un cuchillo o un vehículo para defender la supremacía blanca. La provocación al Estado para que responda de manera contundente y ponga en juego su legitimidad como garante de la seguridad de todos, de los propios y de los migrantes.

El terrorismo racial abreva directamente del discurso de odio que Trump ha sembrado contra México y los mexicanos. El terrorista de El Paso ha convertido en balas la pasión intolerante que muchos millones de norteamericanos comparten y de la que se ha aprovechado Trump para sacar tajada política. Es la expresión de esa América profunda, tribal, que contrasta con la modernidad y el desarrollo de una de las democracias más emblemáticas del planeta. Por eso es poco probable que la administración Trump tome un curso sensato de acción en este caso o que ese curso se le imponga por presión social. Su base electoral es precisamente ese segmento en el que han fecundado rápidamente los impulsos racistas y xenófobos, como resultado inconsciente de la precarización de las condiciones de vida después de la crisis financiera de 2008, de la deslocalización de la planta industrial en Estados Unidos y de la automatización del trabajo. Por el contrario, todo parece indicar que Trump tomará la ruta de minimizar la cuestión o recurrirá a alguna de sus habituales teorías conspiratorias. No hay nada en Trump que ofrezca la mínima esperanza de que después de El Paso habrá una catarsis colectiva que desvanezca este espiral de locura. Menos aún en plena campaña por la reelección.

México debe convertir la indignación por los connacionales asesinados en una presión internacional sin precedentes. Debe plantear claramente que el racismo oficial ha derivado ya en terrorismo. La tragedia devuelve a México la legitimidad perdida en los silencios y las concesiones que esta administración ha dado a Trump a cambio de llevar la fiesta en paz. Sí, México debe empezar por cuestionar ese discurso de odio y exigir que el gobierno se tome en serio la amenaza que representan los grupos y la propaganda supremacista. Replantear la agenda de la migración para desdecirnos de la ignominiosa condición de policía fronteriza que se le aceptó a Trump en el chantaje de los aranceles. Trabajar con las comunidades migrantes para que se activen electoralmente e influyan de forma determinante en la agenda nacional. Nuestro país debe enderezar, de una vez por todas, acciones legales contra la industria de venta al menudeo de armas. Cerca del 80% de las armas aseguradas en México procede de una venta legal en estados del sur de Estados Unidos. Esas armas son justamente las que toma un muchacho de 21 años para atentar contra la población, pero también las que terminan en manos del crimen organizado en México.

El Paso debe definir un nuevo ciclo en la relación con Trump. Es el primer atentado terrorista contra mexicanos por motivos raciales. El primero de una cuenta que podrá no tener fin, como le ha sucedido a otras sociedades que han sufrido, por décadas, el mal del terror de manos del fanatismo religioso o los dogmatismos nacionalistas. De la respuesta mexicana dependerá que esta puerta quede permanentemente cerrada, o bien, que sólo nos quede acostumbrarnos a la normalización de la barbarie.

COLUMNAS ANTERIORES

La toga en la dictadura
El mito de los programas sociales

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.