La revista Foreign Affairs en su primer número del año pasado, sorprendió a muchos al dedicarlo a la reflexión sobre el futuro del capitalismo. Después de todo, se trata de una de las publicaciones emblemáticas del poder americano, de la siempre desafiante visión del lugar que su imperio tiene y debe tener en un mundo en indudable remoción.
Encabezados por el reconocido economista político Branko Milanovic, ahora en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, anterior economista del Banco Mundial y varias otras instituciones, un selecto grupo de estudiosos despeja algunos de los panoramas que nos dejó la Gran Recesión de 2008-2009 y su dura secuela de recuperaciones tardías y desiguales. Sin haberlo imaginado, las consideraciones de Milanovic están siendo sometidas a nuevas tribulaciones, de mayor calado y urgencia, al calor de la pandemia y el desplome económico global que le han planteado al mundo un auténtico reto existencial. Como afirmaba Francisco Fernández Buey: "(…) por primera vez en la historia de la humanidad, la palabra 'mundo' ha adquirido un sentido pleno: nuestro mundo, el mundo del que hablamos, es hoy realmente los cinco continentes" (Ética y filosofía política, España, ediciones bellaterra, 2000).
El capitalismo se quedó solo, tal y como postula Branko en su importante libro Capitalism Alone (Inglaterra, Harvard University Press, 2019), pero esa soledad no equivale al ejercicio incontestado de su antigua hegemonía; entre otras razones porque aparte de haber sido el epicentro del desplome, Estados Unidos ha vivido una estrujante tragedia sanitaria y una no menos estrepitosa crisis política que ha puesto contra la pared su célebre cuan compleja y sinuosa estructura democrática.
El mundo está en peligro porque, además de lo ocurrido en estos terribles meses, es ya innegable que a la pandemia pueden seguir no solo otras y más agresivas, sino una mayor dislocación planetaria, al irrumpir los efectos globales del cambio climático. Trump puede haber quedado atrás, pero no quienes comulgan con su irracionalidad destructiva y niegan las amenazas del cambio. Ahí están, agazapados y no tanto, a la espera de capitolios por sitiar y asaltar.
La democracia es frágil. Nadie tiene receta mágica; así parece pensarlo el presidente Biden en su lidia con la depresión económica que los acecha, la pandemia que sigue pasando la factura y la fractura política que hace de la unidad nacional punto menos que deseo lanzado al mar.
Un nuevo contrato a la manera rooseveltiana se aloja en el pecho y la cabeza de los demócratas que llevaron a Biden a la presidencia de su país, pero para casi todos está claro que aquellos tiempos de derrumbe y renacimiento del "alma" americana no volverán; no, al menos sobre la elemental estructura que le permitió al gran Delano realizar su espectacular experimento político y humano.
Hoy, los intereses son en extremo complejos y sus ramificaciones portan amenazas de mayores conmociones y desplomes; confrontaciones y juegos de fuego y hambre. El mundo se ha encogido, pero su geografía humana se ha vuelto más y más compleja.
No están las cosas para diversiones ni allá ni acá, y es por eso por lo que los silencios y jugarretas a las que aparentemente se dieron el Presidente y los suyos con la vacuna puso a todos, partidarios, adversarios y enemigos, al borde de un estado de nervios. El empresariado parece rumbo a una ceremonia de vela de armas, a pesar de sus múltiples llamados a la prudencia y la búsqueda de algún tipo de contrato con el presidente, aunque sea en aspectos y sectores no significativos. Los partidos todos, el del gobierno y los de la oposición, sufren de algo más que de alergias al tráfico democrático. Anclados en un exótico limbo, no son capaces de comportarse a la altura de la diversidad imperante en el sistema político, menos de repensar al país, su economía y el propio sistema del que, por acción y omisión, han devenido desfachatados beneficiarios.
Convidados de piedra en sus propios banquetes. Como si con sus silencios y una pasividad ignominiosa pudieran protegerse del temporal que amenaza volverse tsunami avasallador.
Pero, con todo y la espesura del escenario, hay que imaginar que aún se mueve. Que el espíritu empresarial solo parece dormitar que, dentro del continente político, hecho para y por la democracia, quedan "espíritus animales" dispuestos a construir un nuevo convenio que nos involucre a todos. Tejer nuevas formas de relación que sostengan una "economía política con propósitos públicos", como la imaginó el gran Galbraith, mediante ejercicios cooperativos de innovación, inversión y diseño institucional unificados por una misión, que diría Mariana Mazzucato, la cual en nuestro caso es la reconstrucción económica y del Estado; la reinvención de la economía mixta y la gestación de entendimientos sociales capaces para deliberar y acordar nuevas y seguras ligas de retribución y redistribución a todo lo largo de la cadena productiva y distributiva.
Debe asumirse que, a la par del rescate de los mayormente damnificados, hay que desplegar una tarea de reconstrucción de nuestros sistemas dañados y frágiles, pero de insustituible pertinencia para volver a imaginar futuros mejores, de bienestar y seguridad. De convivencia y protección; de seguridad, salud y educación.
El mundo palidece y sus centros esparcen temor a todo lo largo de la globalidad, cercana para unos, todavía ajena para muchos.
El capitalismo triunfó y se impuso como única realidad y poder. Por eso es indispensable volver a pensar en su reforma como una reforma del Estado y de la economía. Del capitalismo en su conjunto, tarea tan cuesta arriba como vital.