Rolando Cordera Campos

El palenque

El presidente y el jefe de la Oficina de la Presidencia han recurrido a las apuestas como el mejor método econométrico a su disposición, para estimar el futuro de la economía.

Luego de las especulaciones presidenciales sobre el futuro de la economía, los augures callaron, pero no retiraron sus pronósticos, mientras el jefe de la Oficina de la Presidencia terció apostando que no habrá recesión en México. Los arúspices, sin embargo, insisten: la economía no crece. Ni lo necesario ni de acuerdo con las proyecciones del propio gobierno.

Aunque sepamos que la incertidumbre juega un lugar en las economías modernas y descentralizadas, no se trata de mera chiripa.

Lo que sí podemos y debemos considerar, antes de que las apuestas eleven sus basas y los especuladores se vuelvan locos, es que para efectos prácticos y de política algunas de esas previsiones pueden resultar cruciales. Piénsese, por ejemplo, en las estimaciones de Hacienda sobre los ingresos a recaudar: la mayoría de estos, como el IVA o el ISR, están ligados al crecimiento esperado del PIB, por lo que si esta previsión no se cumple y dicho desempeño es menor al calculado, los ingresos públicos reducirán su crecimiento y el superávit seguirá la suerte del principal planteando un nuevo problema de financiamiento. Y así hasta llegar a los propios planes de infraestructura del gobierno y sus compromisos con el déficit cero y supercherías por el estilo.

No sé si el presidente hace sus apuestas apelando al destino, a su suerte o a cambios súbitos en los humores y los amores de los "espíritus animales" de los que hablaba Keynes. Tampoco acierto a identificar las posibles variables de alquimia numérica que transformarían un crecimiento menos que mediocre como el anunciado, por otro signado por la aceleración de sus principales motores, como la masa salarial o la inversión y, gracias a ello, un desempeño del conjunto económico superior al experimentado los últimos treinta años. Desde luego, supongo, por encima del que pronostican casi a diario las consultoras privadas, Banxico, el FMI y el BM.

Lo que me temo es que en el mundo de los mentideros financieros o del comercio mundial, empiezan a tomarnos un poco a broma, tratando de traducir con exactitud el estribillo presidencial de que ellos tienen sus propias cifras y datos.

No sería el primer gobierno en el mundo que pretenda inventar sus propias estadísticas, pero desde luego sí pondría en peligro décadas de trabajo serio del INEGI y el Banco de México cuyos frutos han contribuido a mejorar la credibilidad de las políticas económicas y financieras del país. No se trata, por cierto, de quedar bien con los adivinos y sus astrólogos eventuales o con plaza. Sobran anécdotas y dichos sobre este giro de la profesión que suelen aterrizar en la puesta en duda cotidiana de sus anuncios.

Y sin embargo se mueve, diría un sabio recién llegado, y para muchos negociantes e inversionistas estos ejercicios tienen la ventaja de modular sensibilidades, acotar perspectivas emanadas de las esferas políticas y del gobierno y obligan una y otra vez, a los gobiernos a modificar sus baterías de política económica e intervenciones financieras con el fin de salir al paso de perspectivas ominosas y modificar el humor de la opinión pública donde todo impera salvo el sentido común.

Lidiar con las expectativas de esta opinión, sometida a mil y una tensiones y especulaciones, para orientarlas en favor de metas y objetivos positivos es tarea de todos los días de los encargados de la marcha de la economía, aunque la tentación de manipular estas convulsiones anímicas siempre está con nosotros. Sin embargo, gracias a los empeños de ayer, hoy tenemos libre acceso a las cifras, que todos los días nos alertan sobre el estado de la deuda pública y su relación con el PIB y temas afines. Correspondencias que suelen presentarse como si fuesen leyes de hierro de una economía siempre acosada por sus debilidades financieras y las infidelidades de sus principales beneficiarios. Y es por ello por lo que las adivinanzas se han sofisticado en exceso.

Quizá, en este sentido el gobierno ha optado por simplificar en demasía sus posiciones sobre el tema, y el presidente mismo ha querido hacer de sus apuestas el mejor método econométrico a su disposición. Para mal de la comunicación pública y para peor de las decisiones privadas.

Apostemos con él, porque si la pega nos irá bien a todos, aunque sea de a poco. Apostemos también con el otro gran croupier de esta ruleta, el ingeniero Romo, para que aquí no haya recesión. Si con ambos podemos configurar una buena dupla y los convencemos de que, para ganar, más que apostar hay que arriesgar. Quiere decir invertir y convocar.

Estar dispuestos a hacer proyectos y planes buenos con muchos y, entonces, podríamos presumir de haber encontrado un palenque adecuado. Señores, suelten sus gallos.

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