Rolando Cordera Campos

Primera helada fuera de temporada

Aunque no se puede hablar hoy de un deslizamiento hacia la recesión global, sin duda es obligado hacer una lectura cuidadosa de lo que el FMI reporta del crecimiento de la economía mundial.

Poco primaveral resultó la presentación hecha el martes pasado en Washington por el Fondo Monetario Internacional. De acuerdo con sus proyecciones, el organismo internacional advierte descensos en los ritmos de crecimiento de la economía mundial y de las economías avanzadas; para las economías emergentes se impondría un avance menor, con algunas excepciones como el de India que crecería este año y el siguiente a tasas superiores a las de 2018: 7.1 por ciento; 7.3 por ciento este año y 7.5 por ciento en 2020.

Para América Latina, se estima un crecimiento de 1.4 por ciento en 2019 y 2.4 por ciento en 2020, por encima del 1 por ciento obtenido en 2018. De cualquier manera, estamos ante un desempeño general muy por debajo del registrado al inicio del milenio y lejos de las necesidades y expectativas sociales forjadas a lo largo de los duros años del resurgimiento posterior de la década y media perdida a fines del siglo XX.

Habrá que pasar revista más adelante a lo que la Cepal dice sobre el panorama social de la región, acosada por fuertes tendencias a la desigualdad y el empobrecimiento, ahora agudizadas por los giros a la derecha en los principales países del cono sur. Si bien, con todo y los grises que dominan el panorama no se puede hablar hoy de un deslizamiento hacia la recesión global, sin duda es obligado hacer una lectura cuidadosa de lo que se nos reporta.

Los declives relativos del crecimiento tanto en Estados Unidos como en la Zona Euro refuerzan la idea de que "el equilibrio de riesgos permanece inclinado hacia el lado negativo" (El País, 10/04/19, p. 35). En nuestro caso la perspectiva se presenta todavía peor, tanto si se le compara con la general o las de las economía emergentes, como con la anotada para América Latina y el Caribe.

Según el FMI, la economía de México crecerá 1.6 por ciento (2019) y 1.9 por ciento en 2020, respectivamente, por debajo del 2.0 por ciento del año pasado y desde luego de lo proyectado para el conjunto del mundo emergente de 4.4 por ciento para este año y 4.8 por ciento para el siguiente respectivamente.

Esta numeralia se fija en el tiempo y como suele ocurrir, podemos esperar que hacia delante, por acciones u omisiones, tales expectativas se muevan hacia arriba o más abajo, aunque el análisis de la trayectoria a un plazo mayor insista en que la probabilidad de una recaída recesiva crece, atenazada por las veleidades de Estados Unidos y el Reino Unido y por la enorme volatilidad que la política democrática y formal sufre desde hace años. En todo caso, el mundo sigue global aunque a paso lento y lo que se muestra ajeno a nuestras esperanzas, es la creciente dificultad para configurar en lo inmediato un discurso de cooperación internacional para enfrentar las amenazas globales.

Las cifras y sus tendencias debían sernos familiares, a la vez que susceptibles de exámenes más detallados que pudieran dar señas de que algo puede cambiar positivamente pronto. Lo que sí debe ser asumido es que estas y otras proyecciones similares no son hechas por adversarios, aunque desde luego vayan a ser aprovechadas por algunos siempre dispuestos a juicios sumarios, lo que no es sino una extrapolación de fuerzas y relaciones de la actualidad cercana.

El diagnóstico del FMI habla de incertidumbre entre los inversionistas debido a algunas decisiones del nuevo gobierno. En palabras de Gita Gopinath, economista en jefe del FMI, "La incertidumbre de política continuará siendo un factor importante en el futuro en cuanto a las perspectivas de crecimiento en México" (El Financiero, 10/04/19, p. 4). Pero sin desmedro de esto, que tiene que ver con la formación de expectativas y la modulación de un entorno más que azaroso, hay que insistir en que nuestras fortalezas y debilidades frente a un futuro hostil radican sobre todo en las capacidades para deliberar, modificar posiciones y ser capaces de adaptarnos con eficacia y oportunidad a las nuevas y difíciles coyunturas que se anuncian.

Para hacer esto están la política y el Estado. Pero, con un gobierno atado a su discurso, insensible a la penuria fiscal del Estado y con una economía sometida a sus propias tensiones así como a sus complejas y difíciles relaciones con el exterior, difícilmente se puede tejer una renovada estrategia para el desarrollo. Pensar que la situación puede ser 'capoteada' no lleva a ninguna parte; hay que insistir en la necesidad de convocar a un amplio debate en torno a una reforma fiscal recaudatoria y redistributiva.

Tiene razón el economista catalán Antón Costas cuando afirma que "Necesitamos una nueva ética para reformadores basada (…) en los impactos sobre la desigualdad y la justicia social. De lo contrario, los populistas nacionalistas tendrán el terreno abonado (…)" ("Ética para economistas y políticos reformadores", El País, 14/12/18).

Y, mientras nos llega otro 'momento' en la relación con un Trump enfebrecido y ávido de chivos expiatorios, el panorama se nubla más. Sin duda, cambio climático: hielo sobre lumbre… en primavera.

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