La conocí en 1988, ambas diputadas federales, en una Cámara que debía calificar la elección presidencial de Carlos Salinas de Gortari. Ella ya había sido diputada local, era filósofa y maestra. Ya había publicado algunos textos de su disciplina y de inmediato nos hicimos amigas, cómplices y confidentes. Amalia García invitó a diputadas de los diferentes partidos a asistir para conocer de una violación a mujeres por la policía del entonces Distrito Federal. María Elena se conmocionó y ahí decidió que su vida política estaría dedicada a luchar por los derechos de las mujeres.
Así lo hizo toda su vida. Vivimos juntas en esa época y compartíamos los sucesos que a diario daban pie a un nuevo escándalo en el Colegio Electoral. Cuauhtémoc Cárdenas era el líder de la oposición que reclamaba un fraude electoral. Recibió el apoyo de Clouthier, entonces candidato presidencial del PAN, y las cosas se pusieron muy tensas, confrontación creciente y la fecha para la declaratoria se acercaba. María Elena y yo nos angustiábamos porque no había previsión legal si no se validaba la elección. La violencia amenazaba romper los cauces institucionales que no podían resolver el conflicto.
Finalmente, Cárdenas decidió no romper con el orden constitucional, y pese a críticas, tomó la decisión de dejar correr la calificación presidencial. Así empezamos nuestras primeras aventuras juntas. Preparando argumentos, discutiendo posiciones, por si nos tocaba subir a tribuna. Tres años convivimos muy cercanamente, mi hijo le decía tía Chapa, y María Elena sufría por no poder cuidar a sus hijos a la distancia, en plena adolescencia. Sustos vivimos, pero poco a poco las cosas se asentaron. La Chapa, como le decíamos como norteña, empezó a trabajar temas feministas y se aprobó el primer delito con contenido de género, el hostigamiento sexual. Los diputados se negaban bajo el argumento de falsas acusaciones o chantajes, pero al final reconocieron era una realidad, tras la amenaza de todas las mujeres de todos los partidos, de tomar la tribuna y protestar.
También en esa legislatura pedíamos la creación de un organismo especializado en temas femeninos, no como grupo vulnerable, sino como grupo al que se le negaba la igualdad y las oportunidades. No logramos avanzar en crear una institución, pero sí en que se creara el Programa Nacional de la Mujer en la Segob, para instrumentar políticas de género y presupuestos al efecto. Después María Elena se fue al Senado. Yo regresé al servicio público, pero mantuvimos la relación. Regresé a la siguiente legislatura como diputada y con María Elena, ya entonces líder de las mujeres del PRI, que no paró de hacer iniciativas y se fue a Beijing. Regresó más motivada, aunque la Iglesia católica reprobó que la ONU concibiera otro tipo de familias, y a La Chapa le llovió fuerte. Se reunió con los obispos en su tierra y salió fortalecida. Era de carácter, clara en su pensamiento y objetivos.
Participó en foros, en asambleas de la ONU, dio cursos a nivel internacional, se convirtió en punto de referencia en el avance de los logros en materia de género. No paraba nunca, recibió premios y reconocimientos. Después regresó a la cámara e impulsó los presupuestos de género desde la recién creada Comisión de la Mujer. Tiempo después fue nombrada directora de Inmujeres en Nuevo León. Capacitó a miles de mujeres. Brindó apoyo legal y psicológico a mujeres maltratadas, incluso de políticos renombrados. La enojaba mucho la visión patriarcal de la sociedad que establecía estereotipos que limitaban y discriminaban a las mujeres. Logramos todavía como legisladoras las primeras cuotas de género 70/30 en ley, pero no eran obligatorias para los partidos. Las eludían con facilidad. Entonces la lucha se orientó a que se respetaran las cuotas, no se discriminara a las mujeres candidatas a distritos que perderían, se logró financiamiento para capacitarlas, y poco a poco se avanzó, hasta llegar al 60/40.
Los partidos alegaban que no había mujeres capaces. La Chapa diseñó un poster sobre la igualdad con miles de nombres de mujeres atrás, para evitar la invisibilización. Los hombres tampoco accedían por capacidad, pero tenían oportunidad de irse formando. Al incumplirse la cuota, el órgano electoral la impuso bajo la amenaza de no registrar candidatos. Surgieron las mañas y pusieron mujeres con suplentes varones que tomaron posesión del cargo tras el triunfo. El fenómeno de ‘las juanitas’. La Chapa y muchas compañeras de la red de Mujeres en Plural presentaron juicio por los derechos ciudadanos y se logró un triunfo con sentencia que acabó con las mañas para excluir mujeres, como la elección democrática, las suplencias, los distritos competitivos, en fin, se impuso por vía jurisdiccional lo que no se logró en el Congreso.
La Chapa era fumadora y nunca dejó de serlo, lo que minó su salud. Para recoger la medalla Carrillo Puerto que le otorgó el Senado, tuvo que venir con asistencia médica por un Epoc avanzado. Igual la pasamos muy bien. Faltaba lograr la paridad y finalmente en 2014, Peña la incluye en una reforma electoral para candidaturas a los congresos federal y locales. Chapa andaba feliz, pero decía que la paridad debía ser en todo. Y, así pues, nos pusimos a la labor.
Apoyamos iniciativas de Malú Micher y Kenya López para lograr la igualdad en los tres niveles de gobierno, en los tres poderes y en los órganos autónomos. Chapa mandaba mails y consejos. No podía estar presente por sus limitaciones, pero a diario se informaba de avances y retrocesos. Finalmente se aprobó la paridad constitucional en todo y se legisló en violencia de género. Cuando fui a verla a Monterrey, como lo hacía cada vez que podía, María Elena me confesó que no pensó vivir para ver cristalizada la paridad, que abría una nueva época histórica para la igualdad y el derecho de las mujeres.
Se mantienen prácticas para eludir la paridad, por eso Chapa no quería irse. Aún queda mucho por hacer, me decía. Atrás quedaron los recuerdos, los premios, los reconocimientos, la soledad, el aislamiento, el reconocimiento. Ya se fue. Pero vive en nuestros corazones feministas. Nunca te olvidaremos.