Rosario Guerra

Mujeres y cuidados

Al avanzar las mujeres en el mercado laboral, en áreas económicas, empresariales y más recientemente en la política, la doble carga de trabajo se multiplicó.

Durante siglos las mujeres hemos sido las encargadas de cuidar a la familia. La crianza de los hijos correspondía a las madres, aun cuando no tenían derecho a la patria potestad. Ésta se conquistó hasta que las mujeres se incorporaron al mercado laboral y empezaron a tener ingresos propios. Las mujeres tampoco tenían derecho a la propiedad. No tenían personalidad jurídica y dependían de un hombre, padre, esposo, hermano. Su opinión no contaba en la definición de vida de sus hijos y su familia.

Este esquema de familia monogámica, basada en el patriarcado, prevaleció por siglos en occidente. El rol de las mujeres era atender a su marido, sus hijos y desde luego, cuidar de los adultos mayores hasta su fallecimiento. La Revolución Industrial cambió la vida de la humanidad. La necesidad de contar con mano de obra libre de la servidumbre feudal propició la emigración del campo a las ciudades que se fueron convirtiendo en centros urbanos con mayor población.

Mujeres y niños se incorporaron a las fábricas y talleres. Por tanto, se reconoció la personalidad jurídica de las mujeres y su derecho a la patria potestad para poder contratarles. Inició la lucha feminista para exigir mejores salarios y posteriormente igualdad salarial entre hombres y mujeres. A trabajo igual salario igual, lo cual desde luego tardó años en atenderse y aun hoy, sigue siendo un tema en diversas áreas.

Las mujeres fueron avanzando en diversas profesiones, las primeras fueron maestras y enfermeras, al abrirse la educación surgieron las profesionistas, abogadas, contadoras, ingenieras y hoy día no hay campo en el cual no se desarrollen las mujeres, como pilotos aéreos, astronautas y actividades antes consideradas ‘masculinas’.

También empezó a profesionalizarse el cuidado de niños pequeños y de adultos mayores con cuidadoras especializadas que cubren la función de permitir a la mujer emprender su negocio, acudir a un trabajo, cumplir horarios, competir por puestos. Sin embargo; muchas mujeres interrumpen sus actividades profesionales porque su salario no les permite costear a cuidadores y deben hacerse cargo de atender a miembros de la familia enfermos o vulnerables; o bien, deciden retomar la crianza de los hijos porque no hay la calidad para confiarla a determinada institución.

Este fenómeno hace que el país pierda talento humano para el desarrollo. Al avanzar las mujeres en el mercado laboral, en áreas económicas, empresariales y más recientemente en la política, la doble carga de trabajo se multiplicó. Mucho se cuestionó la liberación femenina en aras de una doble jornada laboral, en casa y en el trabajo. Esto conllevó a que las mujeres no lograban estar en condiciones de competencia en sus trabajos con los hombres, y tampoco podían cubrir a totalidad el rol de cuidadoras de hijos y adultos mayores en sus familias, generando conflictos. Se incrementó la violencia contra las mujeres en el ámbito laboral; en el hogar se rompió el matrimonio clásico sin encontrar modelos adecuados a nuevas realidades.

Se recurrió a abuelos, tías, vecinas, cuidadoras para suplir a las mujeres en los cuidados, pero sin calificación para hacer estas labores, los niños sufrieron consecuencias, como abandono, descuido e incluso abusos físicos y sexuales. El Estado no actuaba para atender estas nuevas necesidades. Sin embargo, las mujeres se fueron organizando y crearon estancias infantiles en sus colonias, comedores familiares, que los programas sociales del gobierno conocieron y adoptaron para mejorar la vida de niños, niñas y adolescentes. Incluso surgieron las escuelas de tiempo completo para empatar con horarios laborales de las madres trabajadoras.

Estos desaparecieron. Pero hoy surge de nuevo el reto de los cuidados como una responsabilidad social y no exclusiva de las mujeres. Si bien entre los jóvenes ya han cambiado los estereotipos de la crianza de los hijos y hay un mayor involucramiento de los padres en labores domésticas, lo cierto es que las familias mexicanas requieren de más apoyo.

Fue así que se creó y aprobó la ley de cuidados que atiende necesidades de crianza y cuidados de adultos mayores, que no ha podido implementarse por falta de recursos. Y es que este esquema debe cambiar para adaptar un modelo más parecido al de los países desarrollados, donde el sistema funciona sobre ciertas bases. La primera es la capacitación del personal que habrá de cuidar a los grupos vulnerables, para conocer y aplicar medidas de salud, alimentación, tratamientos, formación y entretenimiento, educación, para estar preparados a enfrentar situaciones incluso de crisis. Al efecto deben crearse estos centros de capacitación.

Lo segundo es que el costo no puede, ni debe, ser subsidiado al 100 por ciento por el gobierno. Debe ser cubierto también por las familias en la medida de sus capacidades económicas, para generar una corresponsabilidad. Esto permitirá una evaluación externa para determinar si estancias o refugios, o casas de cuidados, funcionan adecuadamente y brindan la calidad necesaria en sus servicios para que no se deterioren los asistentes.

Este es un pendiente del Estado con una nueva sociedad que está rompiendo los estereotipos y avanzando en evitar la discriminación por motivos de sexo que ha predominado por siglos. Es un esquema que requiere, desde luego, de recursos económicos, pero también de recursos humanos capacitados. Es una nueva área de empleo que puede crecer y ayudar a avanzar hacia sociedades más igualitarias. En países desarrollados esta rama llega a ocupar a la tercera parte de la población económicamente activa.

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