El martes, el vuelo de Aeroméxico procedente de Bogotá aterrizó 10 minutos antes de itinerario en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Uno pensaría que eso es una buena noticia, pero no necesariamente en nuestro querido –es un decir– AICM, donde los pasajeros de ese avión, y de un centenar más, tuvieron una noche de pesadilla por un ‘simulacro’ del que las autoridades no informaron con antelación ni a las compañías aéreas.
Al final de cuentas, los pasajeros de ese vuelo (el AM 0762) estuvieron dos horas en la pista. Al principio el piloto de esa aeronave dijo por el altavoz que la puerta que les correspondía estaba ocupada. Más tarde comunicó que el AICM había parado operaciones “una hora”. Luego de ese avión, muchos más tocarían tierra sólo para terminar junto a una puerta pero sin poder bajar al pasaje.
Lo que ha trascendido es que las operaciones se pararon porque hubo un simulacro de cara a la visita del lunes de la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris.
Dos agencias del gobierno federal (Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano –Seneam– y la Agencia Federal de Aviación Civil –AFAC–), además del AICM, simularon para Estados Unidos lo que ocurrirá cuando el Boeing 757 acondicionado como Air Force Two llegue a la capital mexicana.
Pero el simulacro pasó por alto la notificación que por norma debe hacerse al Comité de Operación y Horarios, donde las aerolíneas son informadas para que tomen previsiones.
En vez de ello, alrededor de las 8 de la noche llegó una orden de “mantengan los aviones donde están”. El impacto del procedimiento se puede medir en términos de conexiones perdidas, cuartos de hotel y alimentos que se debieron pagar a quienes tuvieron que pernoctar en la ciudad, y por supuesto la turbosina quemada por los aviones durante todo ese tiempo –no todos los aviones tuvieron esperas de dos horas, pero fueron decenas los que esperaron más de una hora.
La parálisis generó todo tipo de molestias en los pasajeros –en las redes sociales hubo quien se dijo rehén de la aerolínea– y cabría incluso preguntarse si no los expusieron –al extender los tiempos dentro de la cabina– a una posibilidad más alta de contagios de Covid-19.
¿El simulacro es una consecuencia de la degradación de la calificación aérea que Estados Unidos propinó a México el mes pasado, o es desconfianza en el actual gobierno? Porque fuentes del sector no recuerdan cosa igual.
El simulacro fue muy singular: no hubo un avión que rodara en la pista como si se tratara del de la vicepresidenta, como para calcular los traslados al hangar que se le defina, etcétera. Nada. Un simulacro con algunos autos por las pistas y ya. Medio fantasma, pues.
En un país serio el caso ameritaría información oficial, pues además de las molestias e inconvenientes causados a las personas, estaría el agravante de que fueron las propias autoridades las que suspendieron los servicios aeroportuarios, de manera que no parece justificada y sin aviso previo, lo que podría constituir una violación a la ley de aviación civil y a la de aeropuertos.
Las aerolíneas afectadas podrían reclamar a las autoridades que se les paguen los gastos que les causaron. Pero mientras tanto, si usted no tiene que viajar en estos días por el AICM, no lo haga, porque si ya de por sí el retorno a la normalidad volverá a poner al viejo Benito Juárez más allá del límite, imaginen cómo se pondrán las cosas con Kamala.
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