En estos meses Ricardo Monreal dará una nueva batalla por su vida política. Intentará sacar adelante una agenda personal –su candidatura a la presidencia– por la vía de construir dentro de Morena un espacio de negociación, dinámica que hoy es contraria a la naturaleza de ese grupo, que hasta ahora funciona como movimiento y no como partido.
Morena se constituyó para que Andrés Manuel López Obrador llegara a la presidencia de la República. Notablemente, logró ese objetivo en poco más de un sexenio; y a partir de 2018 inició una etapa igualmente crucial.
Con igual éxito, desde su triunfo AMLO ha utilizado a esa organización para consolidarse en el poder. Salvo una catástrofe, al final de 2022 suyos serán –holgadamente– más de dos tercios de las gubernaturas y múltiples capitales, así como ciudades emblemáticas (como las fronterizas).
Además de la joya de la corona que podría ser el Estado de México el año entrante, su último reto será maniobrar adecuadamente la sucesión presidencial para alguien de los suyos. En ello hay presidentes que han visto colapsar todo lo que habían construido.
En tal coyuntura es donde Monreal parece decidido a convertirse en algo más que un importante militante del lopezobradorismo desde los 90, uno de los pocos ‘compañeros’ que ha sobrevivido con alto perfil.
Lo que entre líneas Monreal ha venido diciendo en artículos y entrevistas como la de ayer de Reforma es que Morena tiene otros dueños, no sólo AMLO, y que de cara al futuro ha de darse, a propósito de la decisión sucesoria, un debate sobre la etapa pos López Obrador. En otros momentos sucesorios otro partido lo puso en términos de definir primero el proyecto, y luego la persona.
Una postura de esa naturaleza tiene todo en contra. Los recientes éxitos de candidatas y candidatos ungidos con encuestas que no ocultan el tufo del dedazo, le dan al Presidente todo el margen para que Morena no se abra a una deliberación sobre lo que sigue para ese partido en 2024. Y la única voz de peso que se oye en sentido opuesto es la del líder del Senado.
Lógicamente Claudia Sheinbaum hará valer su condición de favorita para apuntalar el statu quo, al tiempo que Marcelo Ebrard parece resignado a jugar la carta de plan B. Mientras a Monreal la vida parece ponerlo, como él mismo le decía ayer a Roberto Zamarripa, otra vez en la ruta de convertirse en un hereje.
Mas no parece irle mal de momento: en apenas unas cuantas semanas el zacatecano se ha convertido en el catalizador que podría determinar el derrotero de la organización creada por López Obrador.
Los presidentes que se sienten llamados a crear o redefinir un régimen han de gobernar tanto las instituciones del Estado como la organización que les garantice la operación política.
AMLO ha capturado casi tanto como ha querido de lo que existía antes de 2018: por ahora se le ha escapado el INE, y aún está en duda si la Corte ya logró afianzar su independencia. Pero de poco le habrá servido si no logra que Morena transite adecuadamente la sucesión.
El problema para Monreal es que él quiere un proceso sucesorio donde se pongan en juego matices o alternativas a lo que hemos visto estos tres años. En ese sentido, se ha constituido ya en el opositor interno, en la única voz de peso que manifiesta discrepancia, e incluso parece dispuesto a aceptar insuficiencias, del liderazgo de López Obrador.
Eso no le gusta ni al Presidente ni a su partido, que en realidad es movimiento.