De acuerdo con el respectivo PREP, en la votación para gobernador de Quintana Roo el Partido Revolucionario Institucional obtuvo 2.9692 por ciento de la votación. Cifra sin precedente para el tricolor.
Ese dato ha llamado la atención pues, de confirmarse en el recuento final, pondría al PRI debajo del mínimo para mantener el registro a nivel estatal. Pero es significativo por otra razón, y no sólo porque en seis años en ese estado el tricolor habría perdido alrededor de 90 por ciento de sus votantes.
En estos días las dirigencias de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional han defendido los triunfos en Aguascalientes y Durango como el ejemplo de que sus alianzas son competitivas. Ese argumento lo usan incluso para la elección de Tamaulipas, donde por supuesto perdieron, aunque por un margen menor a dos dígitos.
En consecuencia, habría que pedirle explicaciones a Alejandro Moreno, presidente nacional priista, sobre su decisión de no ir en alianza en Quintana Roo, estado en el que no sólo no fue competitivo el tricolor, sino que se desfondó a un nivel nunca visto en su historia.
En las elecciones de 2016, y luego del desastroso gobierno (es un decir) de Roberto Borge, que terminaría huyendo y tras esa fuga en la cárcel, donde se encuentra, el PRI perdió por vez primera esa gubernatura frente a una coalición panista-perredista. En números redondos, los triunfadores de esa elección sacaron 227 mil votos, 50 mil más que el tricolor, que compitió ligado al PVEM y al Panal.
Traducido a porcentajes, los ganadores se llevaron 45 por ciento de los votos, mientras que los principales derrotados sumaron 35 por ciento de los sufragios. Morena, que competía por vez primera y en solitario, cosechó hace seis años poco más de 10 por ciento de los sufragios.
Ahora, Morena junto con el PVEM, el PT y Fuerza por México alcanzó 56 por ciento. PAN y PRD dejaron escapar la gubernatura al cosechar sólo 16 por ciento de los votos. Pero si panistas y perredistas se redujeron a casi la tercera parte de lo que fueron hace seis años, el PRI, en cambio, no llegó ni a la décima parte del monto con que perdió hace un sexenio.
¿Por qué el PRI de Alito Moreno decidió que en Quintana Roo se iban solos? ¿Con quién pretendían congraciarse? Porque nadie puede decir hoy con seriedad que hace unos meses creían que ganarían en solitario esa gubernatura.
Dicho en castellano: ¿qué le debe el líder de un partido como el PRI al PVEM como para verse obligado a hacerle el favor a la franquicia de Jorge Emilio González de diluir la alianza opositora en Quintana Roo?
Una de las cosas más complicadas para la alianza prianista es tener argumentos creíbles frente a un electorado que rechaza a Morena, pero huye igualmente del PRIAN que ya lo decepcionó en el pasado.
En ese sentido, la credibilidad de la oposición baja al ver que el PRI hizo una alianza de facto con el PVEM para que éste, núcleo como es del triunfo quintanarroense de Morena, tuviera más segura la elección de Mara Lezama como gobernadora.
Y si encima de no haber sido aliancista en Quintana Roo para apoyar al PVEM, Alito expuso a su partido a una de las derrotas más dolorosas, simbólicamente hablando, del priismo. ¿Cuándo dará el campechano explicaciones al respecto? ¿Tendremos que esperar a alguna filtración para escucharlo negociar con el pevemista Manuel Velasco, adversarios que, como ya escuchamos, no suenan nada enfrentados?
Porque el reclamo a Alito por lo que pasó en Quintana Roo tiene diferentes aristas.