La Feria

La Iglesia, gigante que despierta

El clero ha despertado para reclamar medidas ante el gran incendio de la violencia, que incluye el silencio de los desaparecidos y los extorsionados.

El clero, protagonista de los más diversos pasajes en la historia de México, parece haber despertado luego de que hace tres semanas dos misioneros jesuitas fueran asesinados en la Tarahumara.

Ese doble homicidio causó conmoción. La labor humanitaria que de tiempo atrás realiza la Compañía de Jesús en la sierra chihuahuense, las circunstancias totalmente injustificables del crimen, que el autor del mismo fuera un impune reincidente, y la torpe –por decir lo menos– respuesta presidencial fueron factores que, sumados, provocaron indignación en amplios sectores y, cosa no vista en este sexenio, que la Iglesia católica toda, y no sólo los jesuitas, alzara la voz en una protesta que no se quedará en boletines o dentro de los templos.

La tragedia de Cerocahui llegó además en un momento en el que se multiplicaban los reclamos sociales por la inseguridad.

Frente ese clamor, el gobierno de López Obrador no pide una oportunidad para que su estrategia –hecha de apoyos sociales, despliegue de una Guardia Nacional y orden de no atacar a mansalva a los presuntos delincuentes– madure.

No. Lo que el Presidente demanda cuando alguna masacre o delito logra sacudirnos en un país acostumbrado a 84 homicidios al día, es que no se cuestione lo que la administración ha dispuesto para combatir la violencia. Más que paciencia, Andrés Manuel demanda callada sumisión.

Fiel a su costumbre, la primera respuesta oficial ante esta crisis fue minimizarla.

El primer día (martes), quien se dice el más informado de los mexicanos en temas de violencia, fue vago al comentar los hechos ocurridos más de 12 horas antes en Chihuahua. En la mañanera de ese día, igualmente, mostró poca conmoción por un crimen cuya noticia circulaba profusamente en las redes sociales.

Como minimizar no funcionó, el Presidente recurrió a manifestar algo de empatía y ofrecer justicia, pero sobre todo a descalificar los reclamos cuestionando a sus portavoces.

Quizás el tabasqueño pensó que, como en tantas otras crisis del pasado, sus interlocutores se achicarían frente al denuesto. No fue así.

Ni el episcopado ni los jesuitas se amedrentaron con los epítetos lanzados por Palacio Nacional, que los acusó esa primera semana –sí, a los agraviados directos por el doble homicidio de unos sacerdotes pobres– de comodinos: de haber apergollado su misión y visión a la de las élites. Puesto en la labor, hasta al papa Francisco quiso AMLO poner en contra de los representantes de su grey mexicana. El clero contestó anunciando el inicio, ayer domingo, de jornadas por la paz.

López Obrador ha despertado al clero, ese actor que de vez en vez se le atragantaba a los gobiernos revolucionarios.

Como buen hijo político de los años 80, Andrés Manuel sabe que la labor pastoral de la Iglesia puede minar los cimientos de un régimen por más fuerte que éste parezca.

Lo sabe porque él estuvo, en los años 70, junto a jesuitas en comunidades de base.

Lo sabe porque él viene de una clase política que trató de expulsar al catolicismo de Tabasco.

Lo sabe porque tiene junto a él al artífice del fraude patriótico en Chihuahua y a quien –es la misma persona– desactivó al clero cuando éste quiso suspender las misas en protesta por la cerrazón y los fraudes del régimen.

Por el deficiente manejo gubernamental de una crisis en particular, el clero ha despertado para reclamar medidas ante el gran incendio de la violencia, que incluye el silencio de los desaparecidos y los extorsionados.

El activismo declarado de los prelados puede contribuir a una discusión democrática de salidas a la violencia, entre otras problemáticas, pero también implica el riesgo de regresión en la agenda de derechos.

En todo caso, López Obrador no busca, no quiere ni acepta interlocución alguna para revisar o negociar temas de su agenda.

Recordemos que durante el sexenio ha declinado las solicitudes de audiencia de otras víctimas de la violencia. Veremos cómo intenta desactivar a la Iglesia, a la que no querrá tener en las comunidades de base o en los templos de clases populares y acomodadas diciendo que hay que orar, y actuar, porque la estrategia contra el crimen del Presidente no funciona.

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