La Feria

Treinta días y el resto de nuestras vidas

En un mes, el 16 de septiembre, el resto de nuestras vidas tendrá un escenario más fósil, menos competitivo y de un rancio discurso nacionalista.

En un mes, en los festejos por la Independencia, Andrés Manuel López Obrador fijará la postura de México frente a los reclamos de sus socios comerciales del TMEC.

Mago del suspenso, el Presidente sabe que en casa y fuera de ella muchos se preguntan qué dirá, pero sobre todo qué acciones implicarán las palabras que pronuncie en tan anunciada fecha.

Las especulaciones no son ociosas dado lo mucho que hay en juego y, sobre todo, porque hay quien no duda de que AMLO pudiera llegar al extremo de apretar el botón de un Mexit.

Durante semanas se ha especulado, igualmente, sobre si López Obrador no supo o no entendió los compromisos que México adquiría más allá del capítulo que él pidió modificar en las negociaciones cuando ya era presidente electo.

Mi opinión es que sí supo y básicamente no le importó. Es decir, que pidió la consabida inclusión de los renglones sobre la soberanía energética para –en caso de “necesitar, querer y poder”– utilizar esos párrafos como excusa para cualquier decisión ulterior.

Hoy le tienen sin cuidado la dinámica de las consultas y los paneles, sus plazos y sus eventuales consecuencias traducidas en aranceles a productos mexicanos.

Porque siempre hay que tener en cuenta que para el Presidente el valor supremo es la revolución pacífica que él cree estar llevando a cabo.

Repito: ese objetivo –su transformación– está por encima de (por mencionar unos pocos ejemplos) la falta de medicamentos para los niños con cáncer, que pedir ayuda a expertos independientes para lidiar con la pandemia, que pagar absurdas millonadas por la cancelación de un aeropuerto ya avanzado y que, sólo por no dejar de decirlo, eso llamado certidumbre jurídica.

Para AMLO estamos en un cambio de régimen, habrá por ello turbulencias y algunos costos que, desde su punto de vista, bien valen la pena cuando se está dando un histórico volantazo. La patria lo absolverá.

Y si una de las columnas indispensables de esa presunta transformación es privilegiar a los más pobres, la otra es fundar en las empresas estatales del sector energético el eje de la soberanía.

Andrés Manuel no acepta el hecho de que empresas privadas, nacionales y menos aún extranjeras, puedan desafiar el dominio de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad. En ningún sentido o campo: ni en la producción, ni en la comercialización.

Ése debiera de ser el punto de partida para vislumbrar los escenarios de lo que Palacio Nacional hará el 16 de septiembre.

En una columna de hace unos días Héctor Aguilar Camín revisaba el antecedente de la amenaza de Trump de imponernos aranceles y cómo fue de solícita la respuesta de López Obrador frente a ese desafío: “En ese momento el acuerdo comercial de Norte América era muy importante para el Presidente mexicano. Veía con claridad que la interrupción del acuerdo podía ser catastrófica y estuvo dispuesto a pagar sin chistar lo que le pedían”. (La amenaza de Trump, 05/08/22).

Ni el canciller Marcelo Ebrard ni AMLO aceptan que se doblaron ante el expresidente estadounidense. Pero esa negativa a reconocer lo que se ha publicado en Estados Unidos, y las acciones que, en efecto, asumió el gobierno mexicano para satisfacer al exinquilino de la Casa Blanca, no necesariamente prefiguran un antecedente que hoy nos ayude a decir que Andrés Manuel considera fundamental al TMEC.

El presidente mexicano pretende una reformulación de los términos en que se da la competencia en el mercado energético. No acepta lo que se firmó así haya participado su representante en las negociaciones, así lo haya ratificado un Senado donde su movimiento tenía la mayoría. Tengamos eso claro. Y tengamos igualmente claro que, en este momento, a diferencia de cuando lo dobló Trump, Andrés Manuel necesita seguir apoyando a las empresas estatales de energía, quiere hacerlo y cree que puede salirse con la suya.

En el cambio de régimen que AMLO pretende una de las premisas fundamentales es que el poder político sujeta en todo tiempo al poder económico (sobra decir que con más razón aún al poder económico extranjero). Eso incluye un desdén por la complejidad de éste y por las consecuencias de ahuyentar la inversión.

El mandatario considera además que, si hasta hoy a los empresarios les ha ido bien durante su sexenio, él puede seguir en su apuesta de estatizar y fosilizar al máximo el sector energético. Y si para ello hay que decirle a Estados Unidos, y a Canadá, que sorry, pero no vamos a dejar de darles total prioridad a la CFE y a Pemex, pues entonces ya sabemos qué pasará en el desfile dentro de un mes.

Si nos imponen aranceles, será un timbre de orgullo para él. Y si le intentan presionar aún más, estará listo a coquetear con la idea de que no es tan malo un México sin TMEC, que nuestra nación existía antes del TLC, que éste fue un invento neoliberal y que, de hecho, nuestro país tuvo décadas de crecimiento mucho antes de que los Harvard boys se adueñaran del poder, etcétera, etcétera.

Quien piense que el Presidente está en un callejón en el que se metió solito y que hoy desespera buscando cómo salvar cara para no doblarse frente a Washington y Ottawa, creo que parte de nuevo de un escenario base equivocado.

En un mes el resto de nuestras vidas tendrá un escenario más fósil, menos competitivo y de un rancio discurso nacionalista. ¿Alguien lo duda?

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