Rosario Robles dejó la cárcel en agosto, luego de tres años de indebida reclusión. Indebida porque puede gozar de libertad mientras un juez no determine su culpabilidad por el caso conocido como la estafa maestra, reportaje publicado en 2017 por Nayeli Roldán y Manu Ureste, de Animal Político, y Miriam Castillo, de Mexicanos contra la Corrupción. En esa investigación participaron más periodistas de ambas plataformas, incluido –full disclosure– quien esto escribe.
La prisión preventiva oficiosa de Robles se basó en una chicana (la aparición/fabricación de una supuesta licencia con un domicilio inusual de la extitular de Desarrollo Social) e, inevitablemente, despedía un tufo de venganza dado el parentesco del juez que la encarceló con Dolores Padierna y René Bejarano, quienes fueron víctimas de los videoescándalos de 2004 donde, de alguna manera, Rosario estaría involucrada.
Qué bueno, pues, que la también exjefa de Gobierno capitalino ya siga su proceso desde su casa. Así debió haber sido siempre y aquí lo dije un par de veces.
Eso no quiere decir que el juicio por la estafa maestra esté concluido y tampoco que el reportaje estuviera equivocado o fuera tendencioso, como ha dicho Robles recientemente en una entrevista televisiva de finales de octubre. Ella se refiere a la investigación periodística como la “infamia maestra”. Nada qué ver. Y por ello es doblemente oportuna la aparición de un libro que revive y abunda sobre esos fraudes del peñismo, ejecutados desde dependencias oficiales utilizando universidades públicas.
Roldán y Ureste han investigado más sobre esos desvíos, y lo publican en Planeta bajo el nombre La estafa maestra. La historia del desfalco. Reproduzco de ese volumen, que se presenta hoy en la FIL Guadalajara, la siguiente escena, que proviene de una de las cinco reuniones que ex profeso tuvieron Rosario y el entonces titular de la Auditoría Superior de la Federación, Juan Manuel Portal, cuyo equipo descubrió los desvíos.
“-Están abusando del artículo 1 de la Ley de Adquisiciones, secretaria. Las universidades están para educar, no para hacerla de intermediarios comprando cosas –arrancó Portal.
-Contratamos a las universidades porque son de respeto, auditor –le reviraba Robles, según el auditor.
-Que no la engañen, secretaria. Las universidades no están para eso. ¿Por qué no hicieron licitación?
-Es que había poco tiempo.
-Sí, es lo que vi. A las universidades que les dio millones de pesos hoy hicieron la invitación, al otro día hicieron el contrato, al día siguiente ya está todo entregado en toda la República. Pues, ¿cómo le hacen? –preguntó irónico.
-Están todos los entregables, auditor.
-Los servicios se simularon, secretaria. Mire –le señalaba papiros extendidos sobre la mesa–. El dinero se pasó a estas empresas, de estas a estas y luego terminó en esta.
-Todo se hizo bien –insistía ella, con el silencioso (oficial mayor Emilio) Zebadúa observando.
-Mire, secretaria, usted que le tiene confianza a Virgilio Andrade, dígale que revise nuestros papeles, que vea nuestros expedientes, que dé una opinión y luego vamos con usted, él y yo con el presidente.
La funcionaria le dijo que lo haría, pero no fue así.
‘¿Por qué no quiso hacerlo? Porque sabía que lo que teníamos era correcto’, aseguró el exauditor’”.
En una cosa tiene razón Rosario Robles: son muchos, y no sólo ella, los colaboradores de EPN que deben explicar desvíos millonarios simulando con universidades proveeduría de servicios o productos.
Qué bueno que Robles siga su proceso en libertad. Así debió ser siempre. Pero no hubo infamia periodística y, qué duda cabe, sí estafa maestra gubernamental.