La Feria

Violencia en Zacatecas, algunos apuntes

Los años pasan y esa guerra cruenta, que el domingo dejó a familias zacatecanas sin su patrimonio y sin tranquilidad, viene a nosotros. No es que la busquemos.

Me tocó estar en Zacatecas el domingo. Con esta van tres ocasiones en que mi estancia en una ciudad coincide con bloqueos de carreteras o calles por parte de criminales, como ocurrió ahí la noche de ese día.

En 2010 estaba en Monterrey, para entrevistar a Rodrigo Medina, gobernador de Nuevo León que rendiría su primer informe. La cosa no pudo ser más paradójica: él quería declarar el inicio de una nueva era en su estado y justo en el mensaje por el año inicial de su administración se quedó con la mitad del público dado que muchos nos fuimos a monitorear la manera en que delincuentes asfixiaban la capital regiomontana.

La segunda ocasión fue en 2011, cuando en febrero de ese año unas detenciones en Guadalajara fueron seguidas de bloqueos en la zona metropolitana de la capital de Jalisco.

Y ahora, el domingo pasado. Luego de estar unos días en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el domingo viajé de esa ciudad a Zacatecas por vía terrestre. La ruta que tomamos fue por Aguascalientes, porque la directa –más larga, pero para mí más entrañable pues la transité muchas veces de niño– hace tiempo que es considerada como poco segura.

Así que llegué por una carretera “más segura” que, sin embargo, dos horas después de que yo pasara por ahí fue tomada por los criminales, que quemaron autos y lanzaron ponchallantas. Como se sabe, otras dos vías padecieron lo mismo.

“Esto es el infierno, lo que estamos viviendo, en Fresnillo; Padre Santo, cuídame y protégeme”, decía agitado el periodista José Díaz mientras corría a grabar lo que acontecía. “¿Qué está pasando, Dios mío? Están quemando la caseta, este es un verdadero infierno. Un maldito infierno, señores. Se están escuchando balazos. En la caseta en la Morfín Chávez está ardiendo todo”.

A la misma hora en que ese y otros reporteros corrían a registrar los bloqueos, a una distancia a 50 minutos por carretera, cientos de familias disfrutaban de los múltiples adornos navideños del centro de Zacatecas, inaugurados el día anterior.

Los andadores y la plaza que está al costado de la catedral barroca lucían pletóricos. Presumen que su árbol de navidad, artificial, es uno de los más grandes. Y la gente se tomaba fotos en todo tipo de estructuras, de formas –estrellas, esferas, etcétera– y colores típicos de esta temporada. Todavía pasadas las nueve de la noche bastantes personas seguían ahí, ajenas al infierno que se padecía a unos kilómetros.

Ése sería mi primer apunte: parte de quienes estaban de paseo pudo cancelar o recortar el mismo, pero el centro no se despobló.

La policía no circuló de manera notoria ni evidente, y eso que a unos pasos de mi hotel, que estuvo sin cambio notorio en su personal o seguridad, está una sede del Poder Judicial, que ese día había padecido la noticia de que los balazos contra uno de sus integrantes, el juez Roberto Elías Martínez, resultaron mortales.

No vi Guardia Nacional ni de chiste.

La prensa local se quejó al día siguiente de que el gobierno estatal había hecho mutis durante los hechos y que, cuando por fin dio la cara, mediante la secretaria de Gobierno, ésta no tranquilizó a nadie ni informó gran cosa.

Salvo raros casos, uno no va a un narcobloqueo, éste viene a uno. Porque los años pasan y esa guerra cruenta, que el domingo dejó a familias zacatecanas sin su patrimonio y sin tranquilidad, viene a nosotros.

Ahora gobierna Morena, antes el PRI o el PAN, pero el infierno, diría el cineasta Luis Estrada, sigue.

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