El Presidente está convencido de que no existe un riesgo –humano, institucional o a nivel sociedad– que se compare con la posibilidad de que él lleve a cabo lo que cree que es una transformación de México.
El atentado en contra de Ciro Gómez Leyva del jueves pasado es visto en Palacio Nacional como una más de las anécdotas ocurridas en estos años de revolución “pacífica”.
Nadie puede culpar a Andrés Manuel López Obrador de lo ocurrido la medianoche del 15 de diciembre. Es cuestionable incluso el establecer una línea directa entre los desaforados y diarios embates presidenciales en contra de periodistas y medios de comunicación y ese atentado.
Empero, sí podemos responsabilizar a AMLO por su reacción, sí podemos juzgar qué hizo a partir de que se supo que a Gómez Leyva le salvó el blindaje de su auto.
El atentado conmovió al gremio periodístico y a otros sectores de la sociedad. Caso similar no se había visto en décadas en la capital de la República y el antecedente, de 1984 en la persona de Manuel Buendía, por fortuna no se repitió.
Pero esa conmoción no es general ni compartida en Palacio Nacional, donde el tema se remitió a las autoridades locales de la Ciudad de México y la condena presidencial fue corta y ordinaria.
Y en la mañana misma del viernes, cuando apenas dedicó un par de minutos a lamentar el atentado, López Obrador no desaprovechó la ocasión para continuar denostando a prensa y críticos. Ni ese día se contuvo.
El Presidente no frenará la polarización ni aminorará su talante denostativo, no dejará de dividir, de descalificar ad hominem, y de asumirse como la bujía de una maquinaria que debe avanzar cuanto pueda, sin reparar en costos, a fin de hacer tan duradero e irreversible el desbaste que ha emprendido.
Él mismo lo dejó entrever ese día, a escasas ocho horas del atentado: le aliviaba que Ciro haya salido ileso también porque sería muy inoportuna la conmoción de un atentado de peores consecuencias: “Afortunadamente no hubo consecuencias fatales, graves, y lo celebramos, porque es un periodista, un ser humano, pero además es un dirigente de opinión pública, y un daño a una personalidad como Ciro genera mucha inestabilidad política”.
¿Fue un desliz reconocer eso? ¿O fue parte del repertorio de quien presume que su pecho no es bodega y declara, sin más, que hubiera lamentado una inestabilidad inoportuna para su proyecto?
Menos de 48 horas antes del atentado, López Obrador dijo en la mañanera que escuchar a Ciro (y a otros) podía generar un tumor cerebral. Tan grosera desmesura no ha sido retirada por el Presidente. Hacerlo no le implicaría aceptación alguna de vínculo entre sus dichos y los criminales hechos posteriores. Al contrario, le distanciaría claramente de quienes creyeron que tocaba extirpar de la prensa mexicana la postura que asume Gómez Leyva.
Queda claro que ni por este suceso el Presidente se detendrá a reflexionar sobre cómo puede y debe contribuir a crear un mejor ambiente para la libertad de prensa, para que la sociedad tenga mejor información.
La prensa se combate con la prensa, ha dicho varias veces el mandatario. Si fuera fiel a eso tendría que reconocer que él ha asumido un papel indebido, excesivo y antidemocrático. Él no es prensa. Él es poder constituido y una de sus obligaciones fundamentales radica en garantizar libre ejercicio de expresión y de prensa. De los suyos, pero sobre todo de los que disienten de él. Pero, porque cree que sólo vale su proyecto político, no lo hará.