Vientos de rebeldía en el proceso de selección de candidato presidencial del Movimiento Regeneración Nacional. Marcelo Ebrard salió de la zona de resignación y manifestó, a tres semanas de que concluya la interna oficialista, que hay cargada y hasta delitos a favor de Claudia Sheinbaum.
Las acusaciones del excanciller manchan el proceso de Morena. Entendible que la exjefa de Gobierno pase de largo de esos señalamientos. No es a ella a quien van dirigidos. Ni siquiera al presidente formal del partido. Es una interpelación, para hablar en términos de los ochenta, a AMLO.
Aunque será descalificada como mero producto de la ambición personal, la crítica no carece de fundamento. El aparato se ha volcado a favor de la precandidata. Los otros aspirantes no protestan porque están lejos competir, así que el costo-beneficio no les da.
No se van a aventar un tiro con el Presidente si ni siquiera tienen posibilidades de ganar. Saben la metáfora de las dos tortas. Hoy tienen reintegro asegurado. Pero Marcelo sí repela porque cree que lo necesitan para legitimar el proceso y, por algo más, además de sentir que puede ganar.
La otra razón por la que el excanciller protesta es porque se cree codueño del movimiento, del impulso que hizo crecer a López Obrador cuando éste perdió la Presidencia en 2006, de los apoyos que permitieron al tabasqueño sobrevivir y operar entre 2006 y 2012. Hasta declinó por él en 2011.
Por eso siente el derecho a pedir que cesen los apoyos gubernamentales a Claudia son riesgo de un desastre para Morena. ¿Existe la posibilidad de que la exigencia de Marcelo se convierta en un factor de crisis al interior del oficialismo? ¿De que encabece, digamos, una corriente democrática?
Ebrard no estuvo entre quienes pidieron democracia al PRI. No siguió a Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez o Porfirio Muñoz Ledo. Se quedó en el Revolucionario Institucional, del que sólo saldría cuando el asesinato de Luis Donaldo Colosio negó a los camachistas todo futuro tricolor.
Tras ello intentó la creación de un partido al tiempo que hacía migas con el PVEM, siglas bajo las que, en 1997, llegó a la Cámara de Diputados.
En San Lázaro comenzó a escribir una biografía política en nombre propio. Por ejemplo: ahora que algunos pretenden revivir a José Ángel Gurría, justo es reconocer que –junto con Alfonso Ramírez Cuéllar– Ebrard le puso contra las cuerdas por su pensión de Nafin, obtenida legal pero inmoralmente.
Compitió en 2000 por la jefatura de Gobierno, pero decidió apoyar a AMLO para que el PAN no se llevara el uno-dos, presidencia y Distrito Federal, en las elecciones de ese año. Al meterse bajo el ala del tabasqueño enajenó su independencia; recuperarla será difícil y hasta costoso.
Marcelo difícilmente podrá encabezar una corriente democrática en Morena porque no existe dentro de ese partido voluntad para convertirlo en un instituto deliberativo, abierto a la libertad individual, al disenso. Es un monolito donde nadie hoy concibe criterio distinto al de AMLO, a cuyo entorno temen.
Quien necesite pruebas ahí está la diputada morenista Adela Ramos, que, tras manifestar su desacuerdo con los libros de texto, ahora denuncia ataques de entes oficialistas. Palacio Nacional no admite que le muevan una coma a nada. Y cuando alguien interno se atreve, con más ganas le pegan.
Ayer, decenas de legisladores respaldaron a Ebrard en su amago a López Obrador, en su crítica a la cargada pro Claudia. Veremos si resisten el revire. Su amigo el Presidente resentirá el chantaje, pero no le permitirá una corriente interna, y menos una democrática.