El lunes, al firmar un diagnóstico sobre la inseguridad, Claudia Sheinbaum dijo que no compartía el tono pesimista del mismo. Horas después, Xóchitl Gálvez y otros opositores contestaron reclamándole desconexión con la realidad mexicana, ¿quién tiene la razón?
Al rubricar con reservas explícitas el texto propuesto a los candidatos presidenciales por el Episcopado y la Compañía de Jesús sobre la violencia en México, la morenista dijo: “No comparto la evaluación pesimista del momento actual que se presenta en el capítulo ‘Tema 1. Tejido social: Descripción del problema’. Por ejemplo, inicia con ‘Nuestra casa común y nuestro tejido social están en un proceso de degradación acelerada’, o ‘En las últimas décadas hemos ido perdiendo el sentido de pertenencia a una colectividad’, o ‘La escucha, el diálogo, la participación, la confianza entre personas en los ámbitos más cercanos y con mayor razón respecto de las instituciones están rotas’”.
“Tampoco coincido con la visión de ‘prevalecen el miedo, la impotencia, la desconfianza y la incertidumbre’. No coincido con ‘la descripción del problema’ en el Tema de Seguridad en sus primeros tres párrafos, donde por ejemplo se afirma que ‘aunada a estas grandes redes de criminalidad, ha aumentado en México la delincuencia común, alimentada por la marginación y la búsqueda de reconocimiento y justicia social. Frente a esto, las estrategias de seguridad a nivel nacional, estatal y local no sólo han sido insuficientes, en ocasiones, han generado nuevas violencias’”.
El día que los tres candidatos firmaron, en Jalisco el periodista más visible era raptado por criminales, sólo para mencionar un caso de violencia de alto impacto de las últimas jornadas.
La pregunta es si a la hora de ir a las urnas, la población preferirá el diagnóstico no pesimista de Claudia o la postura ‘alarmista’ (comillas mías) de Xóchitl.
Para explorar una posible respuesta a esa cuestión, y ahora que se habla de extranjeros metidos en política mexicana, tenemos un pequeño volumen de Antoni Gutiérrez-Rubí, quien recientemente asesorara a la aspirante Sheinbaum.
El consultor catalán publicó en 2019 el texto Gestionar las emociones políticas (Gedisa), y en él expone cosas como las siguientes:
“Obsesionados con las ideas programáticas, decididos a que nuestra superioridad intelectual en el debate ideológico es abrumadora y debe ser reconocida y aplaudida por los ciudadanos en su dócil misión de aprobación electoral, hemos olvidado la comprensión real de las emociones, de las palabras, y no tenemos ni idea del comportamiento del cerebro en su misión reguladora y directiva de las actitudes humanas”.
“Sobredimensionamos la capacidad concluyente de la información, del dato, y no nos damos cuenta de que nuestras sociedades están abrumadas, precisamente, de datos, opiniones, informaciones, rumores… y reclaman dosis de simplicidad reconfortante. Y de que, además, nuestros cerebros se resisten a dar crédito a la verdad, asiéndose en el terreno de las convicciones y de las emociones como la mejor arquitectura para la toma de decisiones y como bastión irreductible de las opiniones. Los prejuicios, nunca mejor dicho, anteceden los juicios”.
¿Quién está haciendo una mejor lectura del momento actual, de las emociones de la sociedad mexicana con respecto a la violencia? ¿Sheinbaum, que defiende estadísticas gubernamentales y las del INEGI sobre la mejora de la percepción en seguridad, o Gálvez que contra esas estadísticas hace campaña como si la emoción preponderante fuera de miedo e impotencia?
Gutiérrez-Rubí advierte que “comprender bien la percepción final del elector respecto al discurso político es tan importante –o más– que el contenido de las propuestas”.
Si México quiere oír que vamos bien o que urge se atienda la pesadumbre, lo veremos el 2 de junio.