El resultado proyectado para la elección presidencial manda un mensaje nítido. El obradorismo merece otra oportunidad sexenal para consolidar una República tutelada, emprender una reforma judicial, constreñir reguladores, consentir al Ejército y desdeñar a la oposición.
La población acudió a las urnas en orden y con entusiasmo. La afluencia fue ‘la nota’ a lo largo del día así no existieran datos que permitieran confirmar impresiones subjetivas. Sin embargo, por ausencia de incidentes graves o generalizados, fue un buen domingo.
La calidad del proceso, sin obviar que en la elección siempre sobrevolará la pertinaz e ilegal intervención del presidente López Obrador, impregnará de legitimidad al resultado.
Porque, encima, la ciudadanía confirmó que es en las urnas donde dirime sus controversias. Un ausentismo gigante o inusual, o una plaga de irregularidades, darían un mensaje muy diferente. A falta de eso, estamos en una normalidad electoral mexicana.
Ergo el resultado se vuelve mandato. Las y los mexicanos quieren que Claudia Sheinbaum continúe el desmonte. Porque antes de empezar eso del ‘segundo piso de la transformación’ se tiene que tramitar el plan C, esa ruta para que la Presidencia sea el poder de poderes.
La contundencia de la victoria será leída como inescapable. Nadie en Palacio ni en la casa de campaña tendrá dificultad en ver los resultados en su más amplia dimensión. El pueblo habló: pide más; y el tiempo no es un recurso que el obradorismo regatee cuando se sabe respaldado.
La única duda es cómo han de coordinar los dos ganadores de la jornada, el presidente y la candidata victoriosa, el movimiento telúrico que podrían desatar en septiembre en el Congreso, cuya composición ayer mismo se renovaba.
Aun cuando la configuración de los grupos parlamentarios era algo que apenas iba a poder calcularse después del cierre de este texto, una ventaja como la que se proyecta de Sheinbaum hará que parte de la oposición ceda, o tenga proclividad al acuerdo, antes que a enfrentarla.
Cabe recordar que en los tiempos idos (y nunca mejor dicho ahora que de nueva cuenta el PRI y el PAN han sido claramente derrotados a nivel presidencial), el Revolucionario Institucional, por un lado, y cierto panismo, por otro, no eran ajenos a negociar con un nuevo presidente.
En tema aparte, por supuesto, estará lo que haga a partir de hoy Movimiento Ciudadano, un actor que logró capitalizar el descrédito de la otra oposición. Mas, de nueva cuenta, una presidenta con sólida ventaja tiene con qué ir sumando voluntades para reformas y decisiones varias.
Dicho de otra forma, hasta las 21:30 horas de este domingo no se proyectaba una segunda parte, una nueva versión de 2021, cuando en las elecciones intermedias el obradorismo tuvo una mala jornada, una llamada de atención, un mandato de corrección o mesura.
Todo lo contrario. El resultado, al menos el presidencial, iba rumbo a un nuevo 2018. Una centralidad de Morena y aliados en el panorama, mientras la oposición batallaba, nunca mejor dicho, para retener bastiones y puestos de representación.
A la hora que ustedes lean estas líneas, tendremos más claridad de si Morena terminó por sumar entidades o la oposición le pudo arrebatar alguna más. Me atrevo a decir que ni el escenario de merma de una o dos entidades socavaría la fuerza con que habría ganado Sheinbaum.
Fuerza que se traduce a partir de ya en una bipolaridad. Andrés Manuel recibió de Claudia, su elegida, la ratificación más importante. Lo ocurrido en 2018 está muy lejos de haber sido una “anomalía” (Paredes dixit). Fue solo el inicio. Con Sheinbaum viene el desmonte 2.0.