La Feria

Consideraciones para la turbulenta cohabitación

Claudia Sheinbaum también cree en el plan C. Lo cree tanto como en 2017, cuando la suscribió en el proyecto de nación morenista para el actual periodo.

El triunfo de Claudia Sheinbaum implica una cohabitación entre un Presidente muy fuerte, y dado a no compartir el poder, y una presidenta in pectore que tiene el reto añadido de encontrar su espacio frente a su mentor durante la transición.

La primera semana de esa realidad provocó turbulencia en los mercados y dudas, desde legítimas hasta desdeñosas, sobre la futura presidenta.

Para entender lo que está pasando hay que arrancar de esto: lo que desde el lunes tumba a la bolsa y al superpeso no fue la eventualidad de una mayoría constitucional de Morena en el Congreso, sino Andrés Manuel López Obrador.

La noche del 2 de junio el Presidente dio muestras de que no piensa opacarse paulatinamente a fin de ceder a la presidenta electa (o al menos compartir con ella) desde el micrófono hasta decisiones con consecuencias más allá de este año.

La noche del domingo electoral AMLO hizo un AMLO cuando no se aguantó y salió a felicitar a su candidata. No fue un mensaje de Estado, sino partidista. Y de ahí a las mañaneras donde se adueñó del resultado legislativo.

Contrario a lo que dicta la lógica y la responsabilidad, en vez de llamar a los mercados, el lunes el secretario de Hacienda enmudeció en su casa mientras los inversionistas desfallecían oyendo a Palacio proyectar la reforma judicial.

Los intentos de la candidata triunfadora por atajar el nerviosismo resultaron insuficientes porque el Presidente, otra vez fiel a su estilo, redobló la apuesta y achacó la inestabilidad a entes económicos que protegen al Poder Judicial. ¿Cuál es el trasfondo y qué puede ocurrir?

Si se trasciende el prematuro sospechosismo de un maximato se aprecia otra perspectiva. Andrés Manuel está desbrozando camino a Claudia Sheinbaum, paga el precio de ello y al mismo tiempo afianza su propósito central desde 2018: irreversibilidad para su modelo.

Porque López Obrador no es el blandengue de Peña Nieto, que corrió de la silla presidencial mucho antes de entregar la banda presidencial, seguirá su gobierno, y el plan del mismo, hasta el último día del sexenio. Eso no es contra Claudia, sino todo lo contrario.

Sheinbaum también cree en el plan C y en la reforma que modifica el Judicial. Lo cree tanto como en 2017, cuando la suscribió en el proyecto de nación morenista para el actual periodo, y lo reiteró el mes pasado al Consejo Mexicano de Negocios, a quienes ofreció negociarla, no cancelarla.

El rol de policía malo que López Obrador interpreta está lejos de ser teatral. Asumirá los costos de más nerviosismo financiero, convencido de que la reforma judicial -y la legislativa y la del INE, y la del Inai, etcétera-, es poner un dique contra el regreso del pasado.

Sabe además que si el dólar sube un poco más, respirarán los migrantes que envían remesas y los exportadores (y hasta las reservas del Banco de México, que se contabilizan en dólares).

Otros no, desde luego, pero alguien que sí podría salir beneficiada es la presidenta electa misma. Si ella tomara el peso en 17 pesos, como estuvo por semanas, cualquier depreciación le sería cuestionada como impericia, y más si fuera al intentar reformas.

El plan C va. No es desavenencia del mandatario con la ganadora del 2 de junio. Son juegos complementarios. Ya le tocará su turno a ella, pero él no cederá en parte para que, en su momento, ella tampoco lo haga.

El cambio de régimen bien vale la volatilidad, y cuanto antes, a Claudia le impactará menos en todo sentido, piensan en Palacio. Prevenidos están.

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