México es parte de la campaña electoral de Estados Unidos y de ahí que, entre otras cosas, se publiquen artículos donde se dice que Andrés Manuel López Obrador es un lame duck. Ajá. Quienes eso dicen tendrían que venir a suelo mexicano a ver si se sostienen.
Dicho lo anterior, y para aquellos que creen que Estados Unidos (y sus inversionistas) será un factor que contendrá el ímpetu de AMLO al intentar a rajatabla el plan C, van unas reflexiones de Adolfo Aguilar Zinser, desaparecido muy prematuramente hace 19 años.
En febrero de 1987 Aguilar Zinser escribió un texto* sobre cómo un sector de Estados Unidos había llegado a entender que convenía tolerar el singular presidencialismo mexicano para explotar ese modelo de gobierno a favor de los intereses del Tío Sam.
“México logró la proeza política –nada despreciable– de convencer con hechos a su eterno adversario de que a cambio de su propia tranquilidad, tenía que aceptar y respetar a un régimen político ‘idiosincrático’, estatista, centralizado, celoso de los recursos naturales del país, desconfiado de los extranjeros y particularmente satanizador de Estados Unidos, en cuya cúspide solitaria habita el presidente”.
“Mientras más discretas fuesen las demandas, más acomedidas las presiones y más cordial en trato público con México y sobre todo con su presidente, mayores podrían ser también las posibilidades de sacarle concesiones al gobierno y de fincarle a México compromisos”.
En los ochenta ciertos sectores de Estados Unidos temían “que la tragedia mexicana los inunde de indocumentados, drogas y terroristas”. Todo parecido con el actual discurso trumpista es…
En aquellos años se daba por cierto que sólo un bando de políticos mexicanos representaba ventajas para Estados Unidos (los tecnócratas del gabinete de MMH versus los ‘nacionalistas’ de la corriente democrática, como el propio Adolfo los describe).
El autor también consigna que no todos en DC creían que convivir con la presidencia imperial era la mejor manera de sobrellevar la relación: “La visión estratégica de la ultraderecha no tiene otro cauce que desencadenar una guerra política y económica con México. Parecería que es precisamente a una moratoria violenta, de ruptura, hacia donde quieren llevar a México con el propósito, tal vez, de medir fuerzas en ese terreno. Imaginan quizá, que la guerra de la moratoria conduciría al sistema político mexicano a su holocausto y rendición incondicional y, por consiguiente, al inicio de la reconstrucción económica y política de México bajo el protectorado americano”. Si en el discurso de estos años de Estados Unidos sobre México cambiamos “moratoria” por “crimen organizado” el párrafo se sostiene.
Unos y otros en Washington, sostenía Aguilar Zinser, “deben descubrir y reconocer que los mexicanos –la mayoría de nosotros– queremos vernos con dignidad y orgullo, como parte de una nación grande, rica, sin miedo, moderna, democrática, abierta y activa en el exterior”.
El autor subrayaba que la mejor defensa mexicana a las presiones era la democracia: “El poder y la legitimidad no se decreta ni se inventa, se recaba en el consenso real, se ejercita y se esgrime y no sólo se anuncia. La única manera de modificar la correlación de fuerzas –tan desfavorable hoy en nuestros tratos con Estados Unidos– es mostrarles que en México hay poder”.
No sé si a Adolfo le gustaría que el anterior párrafo se usara para definir el actual poder de AMLO, pero hoy es lo que hay. Eso y un embajador como Ken Salazar, que siempre se allana al estilo del tabasqueño. Y Washington tan contento.
*El futurismo americano, en La sucesión presidencial en 1988, coordinado por Abraham Nuncio (Grijalbo, 1987).