La Feria

Un día en la (nueva) vida de Rubén

La vida de Rubén Rocha cambió el 25 de julio y Salvador Camarena relata los cambios en la rutina del gobernador de Sinaloa tras un hecho inesperado.

5:47 am. Suena el despertador. Tiempo de Culiacán de Rosales, Sinaloa.

En realidad, Rubén no despierta con el ruido del viejo aparato que corona su buró. Esa reliquia, se burlan sus nietos. Si ya tienes celular, para qué usas eso, abuelo, se ríen de él cariñosamente. Una costumbre, piensa Rubén. Una costumbre. Tan importantes siempre. Las costumbres.

Se incorpora sin esfuerzo porque el sueño le abandonó desde días atrás. Dormir lo que se llama dormir si acaso lo logra por un par de horas cada noche. Y luego la duermevela. Los ojos pelones. La duda incesante: qué sigue, qué va a pasar, qué puedo hacer.

La vida de Rubén cambió el 25 de julio. Y hoy, al despertar, no sabe qué procede con su agenda. Toma la tarjetita que su gente le pasa cada noche. La revisa. Qué sentido tiene. Le da vuelta entre las manos, como quien no entiende las frases, las letras grandotas.

Reunión con armadores…. Otra vez esta gente de Mazatlán. Con maiceros de Culiacán... Pero si la milpa va bien, dándose como si no hubiera mañana. Qué diablos querrán. Con la unión ganadera... Hmmm igual y la sequía. Rubén entiende pero su cabeza está en otro lado.

Tiene que apurarse. ¿La ducha antes o después de la mañanera? Mejor antes. Luego quién sabe qué pase. La diferencia horaria con la Ciudad de México nunca se sintió más cuesta arriba. La hora de la CDMX como señal de que la pesadilla no es un sueño. Es real. Pinche capital.

Rubén termina el afeitado con la voz del Presidente de fondo. Ok, veo a los maiceros. Y qué les digo. ¿Que todo va a estar bien? Me van a ver con cara de, ¿neta Rubén?, ¿neta? ¡Pos no sé, carajo, cómo diablos voy a saber si yo andaba en Los Ángeles!

Gobernador, escuchará que le dicen. Qué más quisiera yo. ¡Gobernar! ¿Ustedes creen que yo quería esto? ¿Que yo me imaginé esto? Y luego sus ojillos, como los de tantos estos días, que quieren adivinar en mis pupilas si yo sabía, si fui parte, si soy cómplice, si todo va a estar bien.

¿Qué chingaos voy a saber si la cosa va a estar bien si no sé ni a quién preguntarle? Antes subía a Badiraguato y pos ya. Listo. Se acordaba lo que se acordaba y cada quien a cumplir su parte. Pero, ¿ahora?

Rubén termina de escupir sus dudas al espejo mientras se acomoda la guayabera.

Toma el celular y ve el WhatsApp. ¿Ya quitaré este contacto o alguien me va a buscar? ¿Por qué le habrán puesto esa función al whats de no ver si se han conectado recientemente? ¿Verán que veo el contacto para ver si hay mensajes suyos? Con estos aparatos nadie sabe nada. Igual y ellos sí saben. Todo saben.

Por costumbre busca otro contacto. Lo mismo. Sin mensajes desde hace semanas.

Y ahora, qué hago con la gente de Cuén. ¿Espero o tomo la iniciativa? ¿Gané o estoy a punto de ver cuánto perdí? Si la universidad se vuelve un desmadre, qué le voy a decir a Andrés. A quién le digo que todavía quiero la UAS. ¿A él o a Claudia?

Ay Joaquincito, qué desmadre armaste. Por qué no me diste eso que dicen los gringos, el heads up. Qué bueno que no. Aunque mi paisano nuuuunca me va a creer que yo no sabía. Que el señor gobernador no supo que se lo iban a chingar. Ay Joaquincito, cabrón. Qué sigue, dios mío. Y apenas son las 7:30 am.

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