La Feria

No sólo de maximato viven los presidentes

José López Portillo reconocía su fastidio porque el activismo de Luis Echeverría alimentaba al “mundillo político” y reveló que su entorno le llegó a proponer otras medidas.

A treinta y cuatro días del fin del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, se especula tanto sobre lo que el tabasqueño intentará antes de que concluya su periodo, como lo que hará terminado éste. Y sobre esto último hay varios escenarios, no sólo el del maximato.

Entre los presidentes hay rupturas, pero también relaciones tormentosas. De una de éstas trata Echeverría en el sexenio de López Portillo, de Luis Suárez, libro del que tomo el siguiente recuento sobre lo que provocaba el primero en el periodo del segundo.

Suárez, que ya había publicado sobre el tema, arranca estableciendo que “el Olimpo del Zócalo sólo tiene espacio para uno”. Y a pesar de ello, para 1981, según el autor, las relaciones entre quienes fueran amigos desde la niñez estaban “públicamente enrarecidas”.

Luis Echeverría Álvarez hacía cosas que no ayudaban a apaciguar las aguas: publicaba columnas en la revista Siempre, alentaba una serie de 60 artículos en El Universal sobre su periodo y grababa programas de TV. Y de entrevistarse con políticos, ni hablar.

Y todo ello a pesar de que LEA fue encomendado como embajador ante la UNESCO y después en las islas Fiji.

Esa agenda pública no quedó sin respuesta. En paralelo con el activismo del expresidente, para empezar, el gabinete de José López Portillo fue desgranándose de los funcionarios identificados con el de San Jerónimo.

Uno de los primeros, Augusto Gómez Villanueva, que en 1976 arrancó el periodo de JLP como líder de la mayoría priista en la Cámara de Diputados, muy pronto ya era embajador en Italia. Él mismo comentaría años después que le dijeron: “Mira, Augusto, cada vez que Echeverría regrese a México caerá una cabeza”.

Otros mensajes con dedicatoria fueron pronunciados en actos conmemorativos. Como el de Javier García Paniagua, quien en un homenaje a Lázaro Cárdenas dijo: “Es ambición, tan perversa como inútil, intentar el retorno de la dirección política del país a manos ajenas a la responsabilidad presidencial”.

Una más: Gustavo Carvajal Moreno, presidente del PRI, en una gira declaró que quienes fueron a San Jerónimo, residencia de Echeverría, “los besó el diablo”. El revuelo causado por la frase ameritó aclaraciones, pero el mensaje ahí quedó.

En marzo de 1981, García Paniagua insistiría: “Cuidaremos por que ninguna sombra cubra la figura por excelencia del partido, José López Portillo, jefe discutido e indiscutible”. Quien para entonces ya dirigía al PRI redujo a LEA a “expresidente y miembro distinguido del partido”.

La “zozobra” del ambiente previo al destape de 1981 nada amainaba con los singulares “deslindes” de Echeverría, quien al negar interés en “qué persona va a ser presidente”, aclaraba que como ciudadano sí “me interesa el rumbo que vaya a seguir el país, si se continúa una política revolucionaria, nacionalista e independiente”.

Ante todo eso, López Portillo reconocía su fastidio porque el activismo de Echeverría alimentaba al “mundillo político” –al que también llamaba “politólogos de café y banqueta” a quienes gusta “la curiosa conseja del maximato”–, y reveló que su entorno le llegó a proponer otras medidas.

“No han faltado ‘caballeros de la lealtad’”, le dijo López Portillo en entrevista a Suárez, “que me pidieran que procediera yo con él como Cárdenas con Calles, quienes me propusieran que el general Galván (secretario de la Defensa) lo metiera en un avión y lo sacara del país. Y no, eso no, yo voy a hablar con él, ya lo tengo decidido”.

Así terminaría el sexenio 1976-1982. Sin maximato, pero también sin sosiego del que se creía tutor del presidente en turno. Tortuoso sexenio con un expresidente populista.

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