El primero de octubre, ni al mes siguiente, ni siquiera al final del año Claudia Sheinbaum va a dar un quinazo o un zedillazo. Eso no va a pasar. Quienes añoran o pronostican un rompimiento súbito o temprano de la presidenta con su antecesor, que se vayan sentando.
Andrés Manuel López Obrador saldrá de Palacio Nacional (y según él de la política). A partir de eso podrían suceder novedades, pero hay cosas descartables.
Para empezar, es prácticamente imposible un rompimiento de Sheinbaum con AMLO. Ella es consciente de la popularidad del Presidente al que sustituirá. Y bien usada, esa fuerza social sería una garantía de estabilidad para la administración claudista.
La candidatura primero y la Presidencia después, Claudia las ganó montada en esa gran ola de apoyo al actual mandatario. Así fue su estrategia para derrotar en la interna a las otras corcholatas: que la vieran como quien más se identificaba con Andrés Manuel.
No creó una fuerza nueva (como ilusamente intentó Marcelo Ebrard): la tomó prestada. Y al asumir la Presidencia querrá aprovechar ese hálito. No es ingenua ni primeriza. Llega con legitimidad y AMLO le sirve, aunque estorbe.
Otra cosa que no va a pasar es que remueva pronto del gabinete o las bancadas a las personas que son identificadas con el tabasqueño. De darse, esos cambios tendrían motivo público flagrante, natural o trabajado (con grillas), que reduzca el costo por el puntapié.
Si se llegan a publicar, no va a echar para atrás la reforma judicial ni otras iniciativas del plan C. No va a restaurar los órganos autónomos, ni a empoderar a reguladores y menos a abandonar la ruta nacionalista/estatista de esta administración. Ella cree lo mismito.
Las ayudas a Cuba, la tolerancia con los impresentables dictadores de Nicaragua y Venezuela, y el recelo con España y Estados Unidos seguirán. Es decir, la política externa ochentera, digo ceceachera (con el debido respeto al CCH) no va a variar.
No va a haber diálogo directo de la presidenta con las oposiciones partidistas (menos con sus liderazgos, menos en público, aunque podrían darse pláticas y/o negociaciones en corto con una que otra persona de esos partidos).
Eso llamado Estado de derecho no va a ‘volver’ (nunca cuajó, por cierto). O lo que es lo mismo, quien llegue de Washington (adiós Ken, nadie te va a extrañar) negociará en lo oscurito en Palacio. Como pasaba con AMLO.
Y lo mismo empresarios, sindicatos y colectivos (como el de Ayotzinapa, porque la llamada sociedad civil no será bienvenida).
No va a ocurrir, pues, una mudanza de credo, un abandono a los principios obradoristas, un retorno a políticas donde se atendía más lo que se decía afuera que lo que se dice abajo. Para bien, y para mal. Ahí mídanle.
Ahora bien, para cerrar este ejercicio tres párrafos sobre lo que puede pasar apenas haya presidenta.
Puede ocurrir que los cadáveres en el clóset del obradorismo sean más espantosos de lo que incluso desde fuera se advierte. En pocas palabras, que la presidenta se vea forzada a actuar más drásticamente, y hasta tomar rumbos insospechados. En todo sentido.
Puede pasar, por otro lado, que demasiados sean simplemente incapaces de vivir sin AMLO. Que como les ha marcado tanto, para muchos resulte imposible advertir que sí hay presidenta, que es legítima, capaz y está consciente del enorme reto.
Puede pasar que AMLO y su estorbosa sombra no se vaya porque sean otros los nostálgicos que diario, y en detrimento de una genuina presidenta, lo convoquen. Sería una pena, para todos, que eso pasara. Ojalá no pase.