Como tapatío que se respeta, sé que en mi tierra se roban las computadoras de los autos. Las que los hacen funcionar, no el ordenador que uno de repente cree que puede dejar sin pagar consecuencias. Ahora ese miedo permea la capital de México.
Esta semana tenía un café con J. Nos íbamos a ver en la Juárez antes de una comida suya en las Lomas. De pronto me canceló. Nada raro cuando hay confianza. Pero la causa sí me extrañó: es que me robaron la computadora del auto y ha sido una danza. Se quedó corto.
El auto es una SUV marca Suzuki. Nada monstruosa, por cierto. Un coche ideal para ciudad y carretera. No tiene más de cinco años. Todo como mandaban nuestros papás. Salvo que los amantes de lo ajeno, para seguir con ese lenguaje de antaño, las traen de encargo.
La computadora fue sustraída en plena avenida Ámsterdam. A las 9:30 p. m. Los espejos también desaparecieron. Primera estación del viacrucis, además del coraje, consigue una grúa para llevarte de ahí tu auto que a esas alturas es lámina, plástico y tela sin cerebro.
Segunda estación. En la agencia donde compraste la Suzuki te reciben con este balde de agua fría: en el año han recibido unas 300 SUV sin computadora. O sea, dónde estabas cuando no te diste cuenta que esta pesadilla se instaló de lleno en el ex-DF.
Tercera estación. Mire, J, le dijeron a mi amigo, así se la pongo: orita estamos por fin colocando una computadora a una SUV que fue desvalijada en noviembre del año pasado. Sí, la siguiente caída de este calvario es que no hay computadoras. O no de todos los modelos.
Cuarta estación: el costo del chistecito, sin grúa ni espejos, es un golpe a la economía de cualquiera. En algunos modelos la computadora llega a representar diez por ciento del valor de la unidad. Tiene lógica, pero te agarran con la guardia baja. ¡Ouch!
Quinta estación. No hay, joven, te confirman sobre tu petición en la agencia donde compraste. Ergo, J se puso a buscar en todas las sucursales de la metrópoli. Sí, una chamba que no tenía contemplada y que no garantiza absolutamente nada.
Sexta. “Es de que vamos a solicitar la computadora a Japón”. Mejor que la traiga Ebrard, pensó J, ahora que se enteró que el secretario de Economía anda en el país del sol naciente. Kudasai, Marcelo.
Séptima. J quiere hacer las cosas como dios manda. J es así y qué se le va a hacer. Pero el diablito que todos tenemos (que en México es muy pero muy parecido al sentido común) le ha susurrado, “ya, métete al Internet o ve a la Buenos Aires. Ahí vas a encontrar tu compu”.
Novena estación. Por lo pronto, J no tiene auto, ni fecha para cuándo podrá usarlo de nuevo.
Décima. J en su agencia (engañosa forma del posesivo usado porque creemos que al haber comprado en algún lado nos tendrán consideraciones): quédense con el auto, lo reparan cuando puedan, háganme un plan razonable para comprarles otro. Cero respuesta aún.
Penúltima estación. El diablito le dice de nuevo: acuérdate que hace poco en esa misma colonia la camioneta de K fue saqueada: adiós calaveras, hola gasto de miles de pesos para recomprarlas en ‘Internet’ porque en la agencia tardarían meses. Era de otra marca.
Última. La Suzuki vende desde 2023 planes de ‘protección’ (candados pues) para dificultar el robo, y a algunos modelos compactos se las reponen gratis.
Así esta plaga de robos ahora chilanga.