Los autócratas, dice Anne Applebaum en su libro Autocracy, Inc., comparten un “brutalmente pragmático enfoque sobre la riqueza”: forjan vínculos no por ideales, sino por tratos de negocios diseñados para evadir sanciones, intercambiar tecnología para vigilar a los gobernados y ayudarse unos a otros a hacerse ricos.
Este libro de Applebaum fue publicado en 2024. En él, la autora discurre sobre un modelo de relación entre tiranos que trasciende las rigideces ideológicas que, en su momento, separaron a algunos déspotas.
Hoy lo que importa a los autócratas es pactar un mundo donde nadie se meta con la forma del otro de eternizarse en el poder, con su forma de sacar de éste todos los beneficios materiales para sí mismos.
Ser parte del club de esa autocracia, expone la colaboradora de The Atlantic, garantiza “a sus miembros no sólo dinero y seguridad, sino también algo menos tangible: impunidad”.
Esa impunidad se funda, entre otras maneras, eviscerando aspiraciones que, tras la Segunda Guerra Mundial, se suponían universales, como el respeto a los derechos humanos.
Así, pretenden instalar una seudodiplomacia donde el “respeto mutuo” entre países anula todo señalamiento de atrocidades, en la que las negociaciones bilaterales se basan sólo en “ganar-ganar”, y en la que si una nación apela a su “soberanía” no hay nada más qué discutir.
Porque las autocracias pretenden, dice Applebaum, “crear un sistema global que beneficie a ladrones, criminales, dictadores y perpetradores de asesinatos en masa”. Es decir, que se aprovecha o corrompe el sistema convencional de negocios y hasta tratados internacionales.
Applebaum subraya que para que esto ocurra, o siga ocurriendo, es preciso tanto el adormecimiento de las sociedades, que advierten demasiado tarde y no sin impotencia la existencia de tratos entre conocidos autócratas y supuestos demócratas, como la simulación de estos últimos.
“Algunos de los estadounidenses y europeos más ricos y poderosos están ellos mismos jugando papeles ambivalentes en esos negocios. Ya no vivimos en un planeta donde los muy ricos pueden hacer negocios con regímenes autocráticos, algunas veces promoviendo la política externa de esos regímenes, y al mismo tiempo hacen negocios con el gobierno de Estados Unidos, o de países europeos, disfrutando de los privilegios de la ciudadanía y de la protección legal del libre mercado del mundo democrático. Es tiempo de forzar a esas personas a elegir”.
El libro, desde luego, se publicó antes del triunfo de Donald Trump el 5 de noviembre. Pero para nada desentona con una toma de posesión como la de este lunes, donde la familia del nuevo presidente –y esa otra “familia elegida”, es decir, los jeques de la tecnología digital– parecen listos para hacer negocios sin importar, entre otras, cosas, eso llamado conflicto de intereses, o garantizar la libertad de expresión (la decisión de Zuckerberg de cancelar en Facebook e Instagram la verificación de publicaciones atenta contra un debate de ideas donde las mentiras no sean un instrumento, precisamente, de los autócratas y de otros poderosos en contra del ciudadano común).
Tiene sentido entonces que Nayib Bukele, por ejemplo, haya sido invitado a la toma de protesta de Trump. Éste no va a promover los derechos humanos, menos aún los de personas detenidas. Incluso, la pregunta es si el nuevo mandatario de Estados Unidos no va a emular al presidente salvadoreño en la forma de tratar a presos, ahora que el habitante de la Casa Blanca mencionó que quiere erradicar pandillas.
Mucho qué pensar en lo que plantea Applebaum. Entre eso mucho, si esos de origen mexicano que estuvieron en un baile en honor a Trump ya leyeron Autocracy, Inc.