Cuando hace dos jueves México alcanzó, de manera oficial, la cifra de 50 mil muertos por Covid-19, la conferencia del subsecretario Hugo López-Gatell tuvo el formato de siempre. Vimos, pues, el trillado reporte de estadísticas que para fortuna del gobierno y desgracia del país han perdido sentido, y otro tema, cualquiera que consuma la mayor cantidad de tiempo posible; en ese día, la lactancia fue ese tema. O sea, para la administración, todo normal.
El domingo alguien decía en Twitter que o controlamos al coronavirus o el coronavirus nos controlará. Que el gobierno de la República y su funcionario para la prevención y promoción de la salud (no se rían, eso es Gatell) traten con normalidad la fecha en que se llega a 50 mil muertes oficiales por la pandemia nos remite no sólo a su indolencia, sino al peligro de que esto vaya peor de lo que podría y debería ir.
Covid-19 es una catástrofe mundial, pero sus consecuencias son distintas para cada nación.
Desde el principio el gobierno dijo que México tendría ventaja porque al tardarse en llegar los contagios podríamos prepararnos mejor. Casi seis meses después del primer enfermo mexicano de este coronavirus, hoy tenemos que en nuestro país desde el 18 de mayo se han registrado las muertes de 45 mil 700 enfermos de Covid-19, o en otras palabras, un promedio de 3 mil 808 decesos en las últimas doce semanas(*).
Con el tiempo se sabrá cuánto es verdad y cuánto falacia eso de que el gobierno se preparó. Pero las cifras de decesos ahí están, y cada día amontonándose más. Y estamos, sobra decirlo, sólo apegándonos a los datos oficiales, porque sobran evidencias académicas y periodísticas de que la estadística gubernamental de muertes es dramáticamente inferior a la realidad.
En algo sí ha tenido éxito este gobierno. Queriéndolo o no han probado que algo de razón tenían aquellos infames que hace cosa de 80 años decían que repetir una mentira podría convertirla en verdad. Y es que todo mundo sabe que las cifras que da el gobierno mexicano de muertes por Covid-19 no son reales, pero son hoy por hoy su verdad, su verdad histórica, cabe decir.
Y no ha habido forma en que la sociedad logre desmontar tan falaz contabilidad: ante la cerrazón oficial hay debilidad de la oposición, desprestigio de algunos críticos, la inexistencia del Congreso como un contrapeso, la cobardía de varios medios de comunicación, etcétera.
Así, verdades aparte, la única ruta previsible es que los muertos por Covid-19 seguirán en los miles por semana por un rato más.
Frente a ello, López-Gatell hará su vida normal. Para él son sólo cifras en papel, cantidades contempladas en algún mal escenario de los que dice haber hecho previo al golpe de la pandemia. Quizá hasta nos diga que lo previó.
Para México, en cambio, es no sólo una pérdida irreparable para decenas de miles de familias, sino catastrófica por costos de hospitalización y/o sepelio, y cancelación de ingresos, pues en nuestro país buena parte de los decesos corresponden a personas laboralmente activas.
Pero para López-Gatell y AMLO, todo normal. Salen puntuales a sus conferencias. Explican sin responder. Hablan sin convencer. Aparecen pero no se cuenta con ellos. Entonces, si ayer rebasamos los 57 mil decesos, y esta semana los 60 mil, no pasa nada, es normal.
Lo dicho, el virus nos controlará porque el gobierno renunció a intentar lo contrario, pues de revisar la estrategia, ni hablar.
(*) Y eso que no están incluidas las muertes de la última semana –la que va del 10 al 16 de agosto–, por la sabida tardanza en el registro.