El miércoles el presidente Andrés Manuel López Obrador señaló que ya podía demostrar cómo se había instrumentado en su contra una campaña mediática a partir de un 'documental' sobre el populismo, que en su momento recibió amplia difusión publicitaria.
El jueves, en uso de todo su poder, el presidente hizo que el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera exhibiera los supuestos entretelones de esa presunta operación de "guerra sucia" electoral.
No me voy a detener en dos temas que saltan a la vista: que una vez más el mandatario usa Palacio Nacional, e instrumentos institucionales, para denostar a quien él decide que eso merece; y que en este gobierno el principio de presunción de inocencia les importa lo mismo que el horario de verano, es decir, lo consideran una mafufada.
En cambio, vale la pena volver al evento en que ocurrió todo lo anterior, a las mañaneras.
¿Qué pasó inmediatamente después del anuncio del titular de la UIF, Santiago Nieto, en el que implicó empresas y nombres ampliamente conocidos por la opinión pública?
Lo que pasó es que la primera pregunta de uno de los asistentes a Palacio Nacional fue sobre un asunto completamente distinto a la gran noticia –justificada o no, legal o no, abusiva o no, pero gran noticia– que había soltado López Obrador.
"Yo quisiera preguntarle, saliéndome un poquito del tema de lo que está informando hoy, respecto al tema de las estancias infantiles...", fueron las palabras textuales del primer preguntador.
Más que de un colega despistado, de lo que estamos hablando es de una constante del formato instalado por esta presidencia de la República: luego de tres meses y medio de mañaneras, está claro que López Obrador puede dar a conocer algo importante, pero las preguntas que han de surgir a partir de ese anuncio pueden ser de todo tipo, pero rara vez de corte esencialmente periodístico.
Así que es un error, insisto, pensar en la conferencia presidencial de AMLO como una rueda de prensa.
Es, más bien, un encuentro entre el presidente y su feligresía. No digo ciudadanos por una simple razón: al momento, cotidiano y vehemente, en que el tabasqueño renuncia a ser presidente de todos, al momento en que desde el podio presidencial que exhibe el escudo nacional se dedica a dividir a los mexicanos entre un grupo y otro –me niego a repetir epítetos y falsas categorías–, en ese momento el mandatario no trata a sus gobernados de la misma manera. Discrimina a unos, mientras favorece a otros. Y más que el mensaje del día, esos encuentros son para fijar un mensaje propagandístico, no informativo.
Y entre líder y seguidores quedan atrapados periodistas que sí buscan hacer su labor.
Tiene lógica, por tanto, que a las mañaneras se agreguen cada día más personajes que no ocultan su filia pejista. Y eso no le hace el menor de los ruidos al presidente de los Estados Unidos Mexicanos, pues no ve a sus interlocutores ahí reunidos como representantes de la variopinta realidad mediática (que la hay) de México, sino como meros instrumentos para transmitir consignas.
Hay que reconocer que López Obrador ha tenido el genio para instalar un Aló Peje que logra disfrazarse de conferencia de prensa.
Los reporteros van a donde hay noticias, incluso en las peores condiciones. Muchos colegas seguirán intentando sacar agua de la piedra matutina pejista. Que tal mérito, sin embargo, no lleve a olvidar que una conferencia de prensa se basa en las preguntas que hacen profesionales del periodismo para cuestionar al poder. Lo demás puede ser un foro para los fans, un town hall, un reality show, un mitin con youtubers paleros, un circo, o un Aló Peje. Pero una rueda de prensa, no.