"Otra oportunidad, otra oportunidad…", un estadio lleno de puros fanáticos corea que no se vale, que esto es muy cruel, que qué chiste tiene por fin haber ganado si lueguito de que el vencedor obtuviera el anhelado cetro, la casa mostraría signos de inminente colapso; que por eso, ante lo mucho que la realidad ha desdibujado en 18 meses el sueño de 18 años, lo imperativo es que el eterno candidato, y pobre Ejecutivo, reciba otra oportunidad.
La vida es muy injusta. El cielo de la esperanza no duró ni medio año sin ensombrecerse. Antes de 2019, la maquinaria avanzaba un dos por ciento al año. Pero cuando la nueva administración quiso subir a todos al tren, y sobre todo cuando pretendió cambiar de ruta sin medir si estaba tendida la vía para andar sobre ella, entonces el ferrocarril no caminó más. La aguja de la velocidad del crecimiento se paró en cero. Y en algunos momentos, varios carros hasta se fueron un poquito en reversa.
El maquinista no ocultó su enfado. Ni su desconcierto. ¿Qué tiene que ver con la pretendida marcha de su revolucionario tren el que él, y sólo él, haya cancelado la faraónica edificación de un aeropuerto? Si uno es para volar mientras que el suyo hace 'chu-chu-chu'. Que alguien le explique –o no, que no servirá de gran cosa– que faraónica y todo, aquella malhadada obra era también un mensaje grande-grande a los capitales mexicanos y extranjeros de cuán altas llegaban a ser las apuestas por la inversión privada. Ni modos. Al cancelar Texcoco, como el vuelo de la mariposa asiática, se le cayó una rueda a la autoproclamada transformación.
Que los soldados echen más carbón al fuego que arrancamos a toda máquina con Dos Bocas, el Tren Maya y un aeródromo en Santa Lucía…. No importa que duden de la viabilidad de esos proyectos. Ya verán, con los años, cuando salgan borbotones de barata gasolina, lleguen parvadas de europeos a visitar Palenque y KLM cambie el diseño de Schiphol para parecerse al Felipe Ángeles, ahí nos pedirán perdón.
Ajá, pensó el mundo del dinero, que puede ir por los tamalitos de chipilín y posar sonriente en la foto con el Ciudadano, pero luego casi todos de los barones, hombres la mayoría, irán a sentarse en sus cuentas de banco sin mover ficha a favor de este gobierno ni de este país.
Para terminar de darles la razón a los que dudan en invertir, el dúo Nahle-Bartlett se puso a jugar a que ellos solos, solitos, pueden con todo el paquete. ¿Sacar petróleo? No necesitamos alianzas con nadie. ¿Mover gas para producir electricidad? Quién dijo que son buena idea ductos construidos y apalabrados. Adiós al capital. Que se vayan... Y que les toman la palabra. Aunque al final algunos se quedaron, a sabiendas de que perderán menos, pero también con la certeza de que todo peso nuevo para la inversión será meditado muchas veces antes de sacarlo de la bolsa.
Eso no resume al 2019, pero pinta al año en que nada se hizo para acrecentar confianza. Para entonces, ¿cuántas ruedas de la locomotora económica se habían averiado por los desplantes del gobierno?
La respuesta llegará en esta primavera del Covid-19. El tren moreno no camina, nadita, y en circunstancias normales sería ya una muy mala noticia. Pero ahora, cuando se necesita que la administración muestre dinamismo ejemplar ante una tormenta sanitaria descomunal, cuando la noche de la recesión económica podría durar demasiados meses, en vez de ocuparse en las emergencias, claman al cielo que no es justo, que no se vale, que va de nuevo.
Como aquellos críos incapaces de soportar una mala mano de la lotería con sus frijolitos, el Ejecutivo quiere partida nueva, baraja nueva, que le den un chance, uno, ándenles, qué les cuesta, si no fui yo (claro que en parte sí fue él, pero nadie de los suyos se atreverá a decírselo en la cara) fueron los conservadores, me hicieron trampa y a la mala quieren que pierda.
Claro que antes de AMLO, México colgaba de alfileres, si las cosas hubieran estado bien, obvio, no habría ganado.
Mucho estaba mal. Pero antes de componer lo que estaba roto, este gobierno dejó de oír a todos, pasó de consultar a nadie (en Morelos ni el asesinato de un activista fue óbice para detener una consulta cuestionada), y en la soberbia desdeñó cualquier advertencia.
Y ahora el destino los alcanzó. Mas en vez de afrontar la calamidad, en lugar de aceptar que debe probarse líder en este indeseable escenario, qué hace el hombre-partido: pide otra oportunidad, y el coro de paleros ruge de emoción ante el anuncio de que quiere ser, de nuevo, candidato, así sea en un referéndum. Que dios les perdone su irresponsabilidad.