La retórica del presidente López Obrador puede ser tachada de muchas cosas, pero no de sorpresiva. Su discurso es completamente predecible; sin embargo, en el año uno de la actual administración aprendimos algo con respecto a los dichos presidenciales (por ejemplo, sus inconsistencias, como en el episodio Bartlett-Irma Eréndira).
Pero aprendimos también que hay un choque de visiones, al parecer irresoluble.
Lleva días la polémica por el anuncio de AMLO de que hará 2 mil 700 sucursales del Banco del Bienestar, la mitad en 2020 y las otras en el año siguiente.
Con datos de la realidad bancaria del país, expertos en la materia ya han publicado que la meta de sucursales prometida por el Presidente no sólo es materialmente imposible, sino, insisten, inútil: no hay mercado, no hay negocio para tal despliegue, dice un argumento; es apostar al siglo pasado, lo que se requiere no es locales, sino recursos para la inclusión financiera; ahí está la India como ejemplo, dicen otros.
Hay gente a la que le disgusta que se vayan a destinar 10 mil millones de pesos para este despliegue de sucursales de lo que antes era Bansefi y que ahora llaman Banco del Bienestar.
El problema es que López Obrador vive en un país, mientras que los expertos en otro. Ya sé que hay quien dirá que, en efecto, el Presidente vive, pernocta y sueña en un país del pasado, mientras que los analistas, en el hoy. Es en parte cierto. Apostar a los ladrillos en vez de al internet suena totalmente echeverrista. Pero no es enteramente verdad.
AMLO sí está anclado en la idea de que la población que vive dispersa en el país no debería, por ningún motivo, invertir más de una hora de camino a una sucursal bancaria para obtener su pensión y otros servicios, entre ellos internet.
El discurso del tabasqueño es consistente con sus giras y un macizo de sus votantes. Él hace esto porque de otra manera nadie lo haría. Y ayer lo repitió en la mañanera, cuando reconoció que lograr esas 2 mil 700 sucursales "es todo un reto, es un desafío, pero es una necesidad. Es lo mismo, si no hubiese intervenido el sector público, el Estado… Los tecnócratas quisieran que desapareciera el Estado, que se diluyera el Estado, que todo quedara al mercado, esa era la concepción neoliberal, entre otros criterios. Claro, también de manera muy hipócrita, porque sí usaban al Estado cuando se trataba de rescatar a las instituciones financieras en quiebra; por ejemplo, usaron al Estado para el Fobaproa, eso sí".
Si no es por el Estado, agregó el Presidente en su reiteración, las poblaciones remotas no tendrían electricidad, y las deficiencias del mercado, insistió, tienen al 75 por ciento del territorio sin internet. "Los particulares, las empresas de comunicación, aun con la reforma estructural a la comunicación, a las telecomunicaciones… ¿Se acuerdan? ¿Creen ustedes que si no interviene el Estado va a haber internet para todos?".
Y en el tema bancario, remató AMLO, "hay más de mil municipios que no tienen una sucursal".
En el año dos de este Presidente se repite la fórmula: él apuesta por un Estado que atienda primordialmente a poblaciones que por décadas el anterior Estado dejó de lado. ¿Que en sucursales se gastarán 10 mil millones? Al Presidente le parece que, si es para ese fin, es una bicoca. ¿Que no funcionará? Se juega su resto en ello, pues prefiere apostar a esos marginados, que oír a los expertos, mismos que por décadas tampoco repararon en esas 'fallas' del modelo que, se supone, sí funcionaba pero que dejaban marginación. Aquí vamos de nuevo al México de los dos modelos.