La mejor definición de la actual política mexicana es una que acuñó Reforma. "Le fue bien porque no le fue mal", dijo ese diario en Templo Mayor el 9 de julio sobre el encuentro entre Trump y el presidente mexicano. El riesgo de una catástrofe quedó conjurado, pero eso no necesariamente significaba que haya ocurrido algo bueno. Así tantas otras cosas a lo largo de 2020.
Ayer, por ejemplo, no pocos se congratularon de que la Cámara de Diputados pospusiera en el último minuto la controvertida Ley del Banxico. Será retomada en febrero. Esos que se felicitaron lo ven como una victoria. Perdón el pesimismo: pero nos fue bien porque ayer no nos fue mal. O lo que es lo mismo, nada garantiza que esa legislación no sea tramitada, por la mayoría morenista, sin moverle una coma en unas cuantas semanas más.
No desdeño el esfuerzo de un cúmulo de actores que hicieron posible que el día de campo morenista que fue este fin de año en el Legislativo, donde quienes se atreven a llamarse opositores –Mancera y Osorio, entre otros– apoyaron iniciativas regresivas, hubiera acabado sin esa cereza en el pastel que era el golazo que Morena pretende meterle al Banco de México.
Pero tomarse en serio la promesa del partido de Andrés Manuel de que quieren escuchar opiniones y hasta realizar un ejercicio de Parlamento abierto antes de retomar esa polémica legislación, sería de una ingenuidad preocupante.
Hace un par de días alguien tuiteaba una fotografía en las afueras del Senado, una imagen de felicidad donde activistas por los derechos humanos y la seguridad se congratulaban de haber logrado cambios a la ley que haría civil la Guardia Nacional, esa que nació de una ley de consenso y acabó en una realidad totalmente diferente: tenemos una policía militar disfrazada (muy por encimita) de cuerpo civil.
Exacto. El tuit recordaba la ingenuidad con que activistas y opositores creyeron que habían logrado amarrar compromisos de este gobierno para respetar la idea de que la Guardia Nacional obedecería a la SSC.
Ha habido otros parlamentos abiertos, pero hay sobre todo un gobierno que raramente negocia o concede.
Quien albergue esperanzas de que algo diferente se puede esperar de Morena en febrero, debería leer otro tuit, uno del líder de los diputados de Morena con respecto a la Ley del Banxico. El 14 de diciembre, el legislador Ignacio Mier Velazco publicó que "como ayer adelanté, este día me reuní con autoridades del Banco de México. Además, la Comisión de Hacienda concluyó su ejercicio de diálogo franco y abierto con la Asociación de Bancos de México en relación a la reforma al Banxico. En la #4T privilegiamos el diálogo". Ese mensaje se publicó en paralelo con la noticia de que, a pesar de la oposición de tantos actores, la mayoría programaría para ayer la aprobación de esa ley.
Y este martes, cuando ya se sabía que la ley se posponía, los legisladores del presidente insistieron en que el espíritu de la misma no estaba, ni remotamente, muerto.
En conclusión, quienes alertaron de las barbaridades que podrían ocurrir al Banxico y a México ganaron tiempo. No es cosa menor, pues el azar también juega, y quién sabe si en febrero haya otra coyuntura que haga a la mayoría repensar (es un decir) su iniciativa. Por ejemplo, que Biden sea para entonces presidente podría jugar a favor de la prudencia oficialista.
Pero congratularnos porque nos fue bien dado que no nos fue mal, es estar condenados a vivir esperando el milagro que conjure escenarios catastróficos autoinferidos desde este gobierno.