Conductas que a uno le chocan en medio de la pandemia:
Los corredores sin cubrebocas.
Las parejas que van sin protección porque si sólo vamos nosotros en la calle no pasa nada.
Los comerciantes que se ponen el tapabocas sólo cuando llega un cliente.
Los cantantes callejeros que se descubren para solfear mejor.
Los que se cuidan mucho-mucho y no salen pero ni saben dónde ni cómo vive la trabajadora del hogar, o dónde el portero de su edificio, que viaja un día cada dos a pasar 24 horas en el mismo inmueble que tú.
Los que se van regularmente a Valle, Tepoztlán, Acapulco o Ixtapa (etcétera), pero 'súper nos cuidamos, ¿eh?'.
Los que usan el tapabocas de forma literal: sólo les cubre la boca, no la nariz.
Los de Cornershop que están en los supermercados sin sana distancia ni dejan de tocarse la cara al tiempo que escogen fruta ni respetan el sentido de los pasillos. Y sus clientes, claro está, que se creen muy a salvo porque ellos todo lo encargan y 'lo limpian'.
El taquero/hamburguesero que para abrir la bolsa se chupa un dedo. Lo he visto esta misma semana.
El/La fashionista que trae una chalina (o paliacate) que no se ponen como cubrebocas pero según él/ella sí lo usan bien y que no le hace caso al guardia o azafata que le piden colocarse uno convencional.
Los repartidores que se amontonan en parques esperando pedidos: juegan entre ellos, se saludan de mano, se van de dos en la moto, etcétera.
Los viene viene que te gritan, sin tapabocas, que 'sí hay lugar, joven'.
Los jóvenes que andan de un lado a otro sin sana distancia ni mascarilla porque a nosotros no nos pasa nada.
Restaurantes como el nuevo Máximo que junta demasiado las mesas.
Restaurantes como el Maque donde te dan carta impresa.
Los que traen cubrebocas pero se lo quitan para hablarle al mesero.
El mundo banquero que no ha entendido que a más de seis meses de iniciada la pandemia ya tendríamos que tener puro pago sin poner pin y/o sin firmar vouchers.
Los que se acercan mucho para pedirte cualquier cosa, cualquier cosa.
Cafés y restaurantes que te traen la cuenta adentro de una carpetita que la ha tocado todo dios desde los tiempos de Moisés.
Los que al encontrarte se quitan el cubrebocas para que veas el gusto que les da verte.
Los que salimos desde el DF 'pero nos cuidamos para no contagiarnos', siendo que quizá los que nos reciben deberían temernos: vamos desde el Valle de México, la región más contaminada.
Los que el domingo se rajaron las vestiduras con la foto de la caseta de Cuernavaca y no han caído en cuenta que, desde hace semanas, el Viaducto va a vuelta de rueda.
Los que visitamos personas de grupos en riesgo porque ya pasó mucho tiempo sin vernos y nos extrañamos mucho.
El aeropuerto que pone un protocolo de seguridad pero te presta una pluma que todos tocan para llenar formularios sobre Covid que nadie revisará.
Los bares disfrazados de restaurantes que, sin ventanas ni ventilación, ya operan. Sería más responsable poner periqueras en la calle que pedir a la clientela que entre.
El cajero automático que no deja de pedirte que toques la pantalla para confirmar que eres tú y otra vez tocar para que les digas si quieres o no un crédito… en el mes ocho de 2020.
Los taxistas que amontonados y sin debida protección esperan en el sitio a que les salga viaje.
Aquellos que entran al restaurante sin dejar que la persona de la entrada les tome temperatura o ponerse gel.
Pero a mí, de este incompleto mosaico de conductas en medio de la pandemia, junto con los que traen la mascarilla en la papada, sobre todo me chocan los corredores, que jadean sin cubrirse, y que a donde llegan por un café resoplan sin tomar distancia, como si por el hecho de hacer ejercicio nos dijeran que ellos no nos pueden contagiar.
Ya soy el tío al que le chocan esas cosas.