Usted va al médico. Tiene años de malos hábitos. Tiene días sintiéndose mal. Está en boga un mal sin cura y usted presenta síntomas asociados a esa enfermedad, que para más señas es contagiosa y letal. El médico lo ausculta. Es probable que lo regañe por no haber cambiado esos hábitos que le complican la vida en general, y la perspectiva frente al nuevo padecimiento en particular. Pero uno esperaría que además de regañarlo, le dé a usted la mejor ayuda posible para –ya lo pasado pasado– evitar que su actual padecimiento lo lleve a la tumba. ¿Qué pasa si sólo lo regaña? ¿O si, sobre todo, lo regaña? ¿Seguiría con ese médico o buscaría otro?
Usted va al médico. Tiene años de malos hábitos, etcétera etcétera. Este médico no lo regaña gran cosa, pero dado que usted ha terminado siendo uno de los miles de casos de contagio del nuevo mal, y dado que este galeno es además epidemiólogo, se la pasa horas y horas –la mayor parte de la consulta donde literalmente a usted le falta el aire– explicando cómo funcionan las pandemias, lo inconmensurables que resultan, las curvas, el pico, el acmé –término que en medio de su dolor muscular usted aprende–, y escucha de su médico, de quien debe administrarle tratamiento, a quien usted va a preguntar cómo ha de cuidar a sus seres queridos para no contagiarlos, lo que más escucha usted de ese a quien usted confiará ciegamente su recuperación es que lo que estamos viendo en la pandemia es muy interesante, que las cifras no importan, que se puede multiplicar los números oficiales por ocho o por treinta, pero que, lo dirá de nuevo con una sonrisa y un entusiasmo que usted no encuentra empáticos con la perspectiva de morir, al final estamos ante algo interesantemente inconmensurable. ¿Usted se quedaría con ese médico?
Desde el principio de la pandemia, Andrés Manuel López Obrador dijo en público y en privado que en política pública contra el nuevo coronavirus él haría caso a los científicos y a los médicos. Y lo volvió a decir ayer en la mañanera, cuando le preguntaron por el cubrebocas, que el secretario Herrera había dicho que se debía usar para la reactivación económica (aunque luego se contradijera frente a su jefe). "Yo sigo las recomendaciones de los médicos, de los científicos", contestó AMLO.
El científico (es un decir) al que escucha AMLO es Hugo López-Gatell. Un funcionario menor antes de esta administración que como subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud cuadra, si me lo preguntan a mí, con los médicos hipotéticos de los dos párrafos con que arranca esta columna hoy: está cayendo la de Dios, decenas de miles mueren y él se dedica a 1) regañar y decir que los refrescos son malos, o 2) usa el tiempo de todos, porque él debería responder preguntas no enamorarse de sus palabras, no fascinarse con lo inconmensurable que son las pandemias, en distraernos de los sustancial: cómo hacemos para no morir o morir los menos.
La verdad, para esto, mejor hubiéramos puesto un político al frente de la pandemia. Alguien que quizá no entendiera, a priori, de temas epidemiológicos y acmés, pero tuviera algo que jugarse frente a la ciudadanía, un político que asumiera responsabilidad en lugar de contestar, en el colmo de la indolencia, al estilo López-Gatell, quien el martes, cuando México llegaba a los 40 mil fallecidos por este mal se puso a hablar de que esa cifra es igual a las vidas que perdemos por las bebidas azucaradas. Ah, ok.
Usted, el paciente, se llama México. Viendo que en otras partes la pasaron muy mal, a los primeros síntomas va al médico. Le toca en (mala) suerte que lo vea un doctor de apellido Gatell. El doctor, más que tratar de aliviarlo a usted, está fascinado con los estragos semanales del bicho, una y otra vez que usted vuelve al consultorio el 'doc' le cambia la manera de medirle sus dolencias, de hacerle un pronóstico, le marea con lo interesante que se comporta el coronavirus en su cuerpo, le regaña porque híjole, usted se ha portado mal muchos años y ahora viene con Covid-19, qué irresponsable, y le dice que la clínica donde despacha no tiene todo lo necesario porque los neoliberales se carrancearon todo, pero que ahora es distinto aunque no haya medicinas para cáncer infantil, aunque el mundo ya pregunte qué onda con México y su atención a la pandemia.
Para eso, contra la pandemia mejor hubiéramos puesto no a un médico, sino a un político. Aunque, esperen, sí hay uno, uno encima de Gatell que es tan indolente como él, que fue buen opositor pero es muy mal estadista. Qué mala suerte la nuestra. ¡Chale!