Estamos por llegar a los 80 mil decesos por el Covid-19. Un número muy lejano de los escenarios benignos, o habría que decir ingenuos, de López-Gatell. Una cifra cada día más catastrófica que el peor pronóstico del mismo funcionario. Estamos hablando, además, de los datos oficiales, que como ha quedado demostrado podrían representar apenas un tercio de las muertes reales ocurridas en este año como consecuencia directa e indirecta de la pandemia. ¿Y de qué está hablando el gobierno federal? De la vuelta a la completa normalidad en un estado, y de preparar a otra docena de entidades en esa ruta. Nomás no aprendemos.
Mientras eso ocurre, mientras aquí actuamos como si fuéramos únicos en el planeta –por ADN, por guadalupanos, por raza de bronce o por nuestra enorme capacidad de autoengaño–, en países que padecieron antes el azote de este coronavirus llevan semanas discutiendo nuevas medidas para detener el aumento de contagios que trajo consigo la apertura del verano.
En Gran Bretaña se han decretado encierros locales. Boris Johnson, que ya se equivocó una vez al minimizar la peligrosidad del Covid-19, este martes salió a reforzar un mensaje para que quedara claro que en algunas regiones calificadas como de alto riesgo queda restringida la socialización en casas, bares, restaurantes e incluso en espacios abiertos.
En Madrid, la capital española vive días de polémica por la segmentación de las zonas que deben guardarse. Pero el mensaje es claro: el recreo que vivieron durante un par de meses terminó, dado que los contagios y las hospitalizaciones van al alza.
Y Francia y otras naciones de la zona andan en las mismas.
Así que la realidad global no engaña. En lugares en donde antes pagaron costos, y donde habían disfrutado un respiro, las cosas empiezan a demostrar que es hora de volver a extremar precauciones, de olvidar cierto relajamiento de las medidas, de entender que eso de la nueva normalidad todavía no tiene cara precisa, pero que por hoy debe parecerse más al encierro inicial que a la convivencia tipo 2019.
¿Y qué estamos haciendo en México al respecto de lo que ocurre en otras latitudes? Lo mismo que la vez pasada: creernos indemnes ya no digamos al virus, sino a la lógica más elemental.
Ya antes los mexicanos, para minimizar el riesgo, escuchamos que "n'ombre, en Italia y España les fue así porque es una población vieja", "n'ombre, en Nueva York la gente padeció porque vive apeñuscada"… Ya antes quedó demostrado que en México el coronavirus ha matado gente de todas edades, no sólo a 'los más viejos', y que mata, sí, a quienes están en zonas urbanas densamente pobladas, pero también en ciudades medias.
¿Se acuerdan de los llamados 'municipios de la esperanza'? ¿De que hace cuatro meses se abrirían porque ahí no había casos? Claro, luego se demostró que más que inexistencia de contagios había carencia absoluta de pruebas. Era una puntada sin pies ni cabeza, porque la realidad es que no se pudo instrumentar ninguna vuelta a la normalidad dado que la pandemia no respeta las puntadas del escritorio de López-Gatell, teniendo como resultante que hoy se calcula en más de 200 mil muertos por Covid-19, con o sin municipios de la esperanza.
No entendemos pues ni lecciones foráneas ni propias. Campeche quiere ser verde. Campeche, una de las zonas petroleras… Pemex, una empresa que es antiejemplo mundial por la cantidad de muertos que ha puesto en la pandemia... Y otras entidades quieren ser como Campeche. Y mientras, lo único medio sensato que leemos en estas horas de parte de alguna autoridad federal es que la Secretaría de la Función Pública dice que los burócratas no vuelven a sus oficinas este año.
Pero desde hace una semana, López-Gatell anuncia la probabilidad de ir a verde en medio país: "Justamente hace una semana -dijo el 23 de septiembre- tuvimos una reunión con 16 entidades federativas que son las que se estaban con la mayor probabilidad de encontrar ya pronto un semáforo verde, no solamente Chiapas y Campeche, hay otras que posibles semanas posteriores, pero próximas, podrían alcanzar el semáforo verde".
En Europa temen al fantasma de la segunda ola. Aquí no hemos salido de la primera. ¡Ah! Pero ya queremos ser verdes, ser lo que éramos. Nomás no aprendemos.